Por Aciprensa. Publicado en Semanario Hebreo el 11 de diciembre de 2014.
La misionera española María del Corazón Eucarístico falleció el 18 de octubre. Antes de ser religiosa, se llamaba Jovita García Peláez. Había nacido en Francos de Tineo, Asturias (España), el 4 de septiembre de 1904. Entró en la Congregación, en Madrid, el 9 de octubre de 1928.
“La víspera del Domund el Señor nos quiso regalar con una intercesora más en el cielo: nuestra hermana María del Corazón Eucarístico, misionera hasta la misma entraña, amante de su Congregación y de la Iglesia. Testigo de la alegría del Evangelio hasta sus 110 años”, expresó la hermana María Digna Díaz, de las Religiosas de María Inmaculada al comunicar el fallecimiento de una hermana suya de congregación, a la edad de 110 años.
Cerca del inicio de la guerra Civil española (1936) fue asignada a Francia, donde pasó frío y hambre. Más tarde a Inglaterra, donde descubrió y sufrió la guerra en carne propia. Estuvo al frente de una comunidad de 12 hermanas que asistían a refugiadas del este de Europa, todas jovencitas, en su mayoría judías, huyendo del terror hitleriano.
Después de la guerra, algunas monjas fueron transferidas a Buenos Aires, pero la hermana Corazón, después de su paso por México y colaborar en la fundación de la Tlacotepec, en plena Sierra de México, terminó en la India, junto a otras tres hermanas.
Era el año 1951. La casa de las Religiosas en la India se fue llenando de niñas huérfanas, pobres, abandonadas. Todavía son muchas las personas que recuerdan a la hermana Corazón en la India, unas por lo que recibieron de ella, otras por lo que invitaba a dar, a colaborar, a «ser madrina» de estas jóvenes.
Hasta que, finalmente, para su sorpresa, pasó de la pobreza a la opulencia ya que fue trasladada a Nueva York, Estados Unidos, donde trabajó con jovencitas que venían de América del Sur y España y no tenían ni papeles ni nada para sobrevivir. Después de 14 años en Nueva York, pasó a la ciudad de San Antonio donde finalmente falleció.
La fe fue la fuerza de su vida
OMPress trascribe un escrito de esta longeva como fervorosa misionera en el que cuenta, en primera persona, cómo fue el camino que la llevó a descubrir su vocación: “Me piden que escriba algo sobre mi vocación y la verdad que se me hace fácil, pues es repetir, como en todo llamamiento del Señor, su amor en haberme elegido y, al recordarlo, se acrecienta el amor y la gratitud.
Me parece todo muy sencillo. Yo era la más pequeña de cinco hermanas y un hermano. Cuando tenía 10 años mi hermana Matilde entró en un convento de Dominicas de clausura y después de diez meses regresó a casa pues había pasado fiebres tifoideas y creyeron que se recuperaría mejor en la casa.
Al año siguiente mi hermana mayor, María Dolores, se fue al Noviciado de las Religiosas Cistercienses donde había ingresado una amiga suya. Un poco después mi hermana María del Sagrario con una prima y una amiga ingresaron en el Noviciado de las Clarisas y dos años más tarde mi penúltima hermana, María Hortensia con Matilde fueron al Noviciado de las Dominicas de San Sebastián.
Yo sentía que me iba quedando sola, pero no me atraía nada la vida religiosa y temía que el Señor me llamara, pues entendía lo grande que es la voluntad de Dios y la poca honradez del que no la sigue.
Mis padres no intervenían en nuestras decisiones. Pasé unos años disfrutando, pero en un viaje que hicimos una amiga y yo a Madrid conocimos a las Religiosas de María Inmaculada en la Casa Madre. Nos invitaron a ir los jueves al ‘roperito’ y luego a la escuela nocturna para dar clase de alfabetización a las chicas. También a unos Ejercicios Espirituales de cinco días. Ahí oí la voz de Dios y decidí seguirlo.
¿Dónde? Me atraían las misiones y una amiga me animaba. Rezaba en el sepulcro de santa Vicenta María que hacía sólo 35 años que había muerto. Le pedí una prueba: ‘Si me concedes esta gracia para tal fecha es que me quieres en tu Congregación’. Me la concedió, y ella, después, sin yo esperarlo, me cumplió mis deseos de ser misionera.
La decisión estaba tomada. Yo no sentía atractivo por la vida religiosa. Llegó el día de irme al noviciado y en el camino pensaba: ‘si se descarrilara el tren, evitaba toda esta obediencia’… ‘perdóname Jesús’.
Llegué a Madrid. El 9 de octubre de 1928 recibí el velo y me sentí con tanta paz y gozo que me parecía oír: ‘estás donde yo te quiero’. Yo he considerado la palabra dada a Dios, como palabra que nunca rompería con su ayuda.
Hoy sigo dando gracias de haber vivido en esos tiempos en que se tomaba en serio la palabra, la promesa, el compromiso. Cuando se ve que yo lo decidí con el Señor y sin mirar que me cueste o no. Hoy cuando todo es fácil, cómodo. Esta fe ha sido la fuerza en mi vida larga que también ha tenido épocas un tanto duras, pero Dios ha sido fiel.
Yo traté de corresponderle esperando ahora el encuentro con Aquél amigo, Padre, Maestro de quien me he fiado y a quien espero seguir amando por toda la eternidad”.