Publicado en Brecha.
Empolvadas entre tantos otros archivos, el historiador Óscar Destouet halló en la cancillería más de mil cartas de solicitud de ingreso a Uruguay. Eran de familiares o conocidos de judíos que huían del nazismo. Algunos de esos documentos serán expuestos la próxima semana, durante las celebraciones que recordarán el cierre de Auschwitz.
“Señor ministro: Después de haber sufrido en Europa mis parientes todas las persecuciones de la barbarie nazi, y a pesar de las grandes exterminaciones, tuvieron la suerte de quedar con vida, a pesar de perder todos sus seres queridos, desean y solicitan que se les permita llegar al Uruguay, donde tienen un hermano quien con ansias los espera.”
“La señora, favorecida por circunstancias especiales y ayudada por unos parientes, logró burlar la acción de los alemanes, viviendo escondida durante tres años, desearía ahora vehementemente vivir con la suscripta, su hija. (…) Se permite destacar la urgencia del caso en virtud de las angustiosas condiciones de vida imperantes en Holanda, donde se padece hambre y otras penurias.”
Las cartas en las que familiares o conocidos de judíos sobrevivientes del Holocausto y la represión nazi solicitan la visa de entrada a Uruguay son más de mil, y aquí se transcriben en forma textual. Fueron halladas en cajas del Ministerio de Relaciones Exteriores (Mre) caratuladas, sin ironía, “Pasajeros de primera clase”, porque eso exigía la reglamentación restrictiva de Mre para emitir el visado: que viajaran en primera clase y que quien los recibiera ganara al menos 100 pesos.
Es sorprendente la cantidad de personas que ganaban cien pesos en el Uruguay de 1946, con independencia del trabajo que realizaran, como también la cantidad de primos con el mismo primer apellido del residente en Uruguay que solicitaba su admisión. El paciente trabajo de recopilación y fotografiado de los documentos es de Óscar Destouet, que en 2004 se puso a investigar la represión en Uruguay durante la dictadura en los archivos de la cancillería, para luego sumergirse en esta documentación relativa al Holocausto judío, “que es ejemplar, universal y legitimado”. Empezó a estudiar los procesos de formación de la memoria, la condición humana en comportamientos que llegaban a extremos no humanos. Además de director de liceo, Destouet enseña historia contemporánea y derechos humanos en el Ipa.
La próxima semana dos de estas cartas estarán en la muestra de cinco días que se hará en el Atrio Municipal por el 70 aniversario –el 27 de enero– del cierre del campo de concentración de Auschwitz, acompañando dos muestras centrales: la del Proyecto Shoá, un grupo muy activo y didáctico de jóvenes, y una exposición itinerante de la Casa de Ana Frank, que tiene en Argentina una única filial de la casa original en Holanda. También se expondrá una estatua de Ana Frank, que a su debido tiempo la Intendencia de Montevideo emplazará en el espacio en construcción en el Zoológico de Villa Dolores, y se presentará un sello conmemorativo.
Hay una carta en la que se pide visa para dos rabinos y sus familias, en ese momento en Shanghái; uno sólo puede conjeturar sobre cuán necesitados de guía espiritual estaban los solicitantes. “Los señores Szola Bursztyn y Josel Lewinson son rabinos de la Congregación Israelita, y careciendo hasta ahora nuestro templo de sus jefes espirituales, y encontrándonos ante la necesidad urgente de poseerlos, éstos actuarán en tal calidad en nuestra sinagoga”, la sinagoga Majzikey Hadar, en Defensa 2356. Dos personas firman y consignan su credencial cívica: ya eran ciudadanos uruguayos.
La guerra había terminado y de lo que luego sería llamado el Holocausto sólo se conocían las imágenes, generalmente de origen estadounidense, que pasaba el noticiero antes de la película. “No había noción de la dimensión de esa lamentable gran originalidad del siglo XX, que revela hasta dónde puede llegar el ser humano en su deshumanización”, apunta Destouet.
Las exigencias en la reglamentación para otorgar el visado defendían las fuentes de trabajo de este país por ese entonces de vacas gordas, pero también dejaban en evidencia el desconocimiento generalizado de lo que había sido aquella barbarie. Esta gente venía además de lugares extraños a lo que había sido la inmigración que llegó a Uruguay: no eran españoles ni italianos, sino polacos, alemanes, húngaros.
Estaba llegando a su fin el gobierno de Juan José de Amézaga y el canciller era Eduardo Rodríguez Larreta; comenzaría en 1947 el de Tomás Berreta, que sería igualmente laxo con esa reglamentación. Algunos de los barcos que llegaban con estos pasajeros ni siquiera contaban con primera clase, y en una documentación que Destouet mencionó las solicitudes están respaldadas por números de puerta correlativos, dado que el solicitante de la reunificación recorrió cuadras de La Teja, el Cerro, Goes, pidiendo y obteniendo solidaridad a mano abierta. Allí, contó el profesor, hay ofrecimientos tales como coserle la ropa a los que vinieran; ayudar, en fin, de un modo casero al alcance del vecino.
Y las víctimas llegaban. Algunas para quedarse, otras para dar el salto hacia la mucho mayor colonia judía en Argentina, en procura de lo que todo refugiado busca: la tranquilidad que da un rostro conocido. En su reconstrucción del proceso de la víctima, Destouet establece etapas: “Hubo gente que había estado en los campos y que muy lentamente empezó a contar. La gente tiene sus tiempos. Primero cuenta algo, lo más dramático, luego deja de haber oídos para el horror porque la gente no quiere oír esa realidad deprimente. En consecuencia, la víctima se llama a silencio y se invisibiliza. Pasa luego por una etapa en la que se cuestiona por qué él vive si otros murieron. Finalmente la memoria empieza a legitimarse y el sobreviviente comienza a ubicarse en lo que es: una víctima, cualesquiera sean los rasgos positivos o no de su personalidad. Lo que no son es victimarios, esa es la diferencia para el tercero, y hay otra generación que quiere contar y otra que pregunta, y van a hablar de nuevas cosas”.
La tragedia está a flor de piel: al pedido hecho, la solicitante agrega de puño y letra, evidentemente después, que su hermana y sus dos hijitos sobrevivientes del campo de concentración de Bergen Belzen habían fallecido según le informaron a través de una llamada telefónica. La denominada “marcha de la muerte”, en que los nazis hicieron que los sobrevivientes partieran caminando desde el campo de concentración, los llevó efectivamente a la muerte.
Las cartas también son muestra de una época, del aquelarre de aquella globalización embrionaria. Un uruguayo que se alistó en las Fuerzas Francesas Libres se enamoró de una parisina, Cecile, y pidió y obtuvo visa prometiendo casamiento y jurando que ganaba los 100 pesos reglamentarios. Una víctima pidió visa para seis o siete personas para volver a montar en Uruguay un negocio de peletería. Y el dibujante de Mundo Uruguayo, el ruso Juan Boris Gurewitsch (quien resultó ser un reconocido plástico en nuestro medio), vino a Uruguay antes de la guerra a fin de juntar dinero para traer a su adorada novia, la polaca Anna Herzberg. Ella era el tema casi excluyente de sus conversaciones hasta que llegó la guerra y perdió el contacto; años de desolación. Tras la guerra, un aviso de la Cruz Roja: ella sobrevivió a Auschwitz. Reignición violenta de la esperanza. El director de la revista, Orestes Baroffio, hizo uso de altos recursos de la dialéctica en su carta y comprometió sus relaciones para argumentar a favor de la visa. La obtuvo. Y ellos dos vivieron la vida que les quedaba.