Por Ana Jerozolimski. Publicado en Semanario Hebreo el 29 de enero de 2015.
El testimonio de Asher Ud, sobreviviente de Auschwitz, que está decidido a no dejar de contar lo que vivió.
Asher Ud (ex Sieradzki), hoy de 86 años, habla sin apuro, pero con sensación casi de urgencia. Cuenta su historia como sobreviviente de la Shoá (el Holocausto) y siente que con cada palabra está cumpliendo con un deber. Le llevó 50 años, desde el fin de la guerra, comenzar a hablar ..y ahora está decidido a seguir haciéndolo mientras tenga fuerzas. De lo contrario, aclara, la Shoá será olvidada..» Y eso no puede pasar.Porque mientras se la recuerde, no se podrá repetir», asegura.
«Nací el 14 de junio de 1928 en Zdunska Wolla, Polonia», nos cuenta.» En casa éramos cinco: mis padres, mi hermano mayor Berl, mi hermano menor Gabriel y yo. Perdí a todos.».
Cuarenta años después del fin de la guerra, Asher se enteró que su hermano mayor había sobrevivido y residía en Alemania Oriental. En Auschwitz-Birkenau se habían visto cuatro años después que Berl fuera llevado a un campo de concentración. El hermano mayor logró salvarle la vida en distintas circunstancias en más de una ocasión… hasta que se volvieron a separar. Décadas después llegó el reencuentro y Berl inclusive vivió un tiempo en Israel. Hace tres años falleció.
Al pensar que Berl había muerto, al igual que sus padres y su hermano menor, Asher se sintió siempre solo, sin familia, hasta que ya en Israel (la Palestina del Mandato Británico, ya que llegó antes de la independencia) contrajo matrimonio en 1953 con Jaia, «sabra», nacida en el país. «Hasta ese momento, no tenía familia», recuerda. «Pero formé mi propia tribu…tengo tres hijos y diez nietos», dice sonriente.» Y esta es mi victoria».
Su nombre original era Anshel Sieradzki. Cuando años después, en el marco de su trabajo en Israel, viajó en misión oficial al exterior, tuvo que cambiar el nombre por uno en hebreo. La elección fue muy simbólica, porque Ud proviene de una frase bíblica que aparece en el libro de Zacarías y se refiere a un pequeño trozo de madera, o astilla, que logra quedar entero y no quemarse en la hoguera.
Asher y su esposa nos reciben en su departamento en el barrio Beit HaKerem de Jerusalem. Nada en el lugar hace pensar que esa es la casa de alguien que pasó por el infierno. Plantas, fotos familiares, adornos… mucho calor de hogar. Seguramente la explicación está no sólo en la personalidad de Jaia, educadora que ama las manualidades- cuyos trabajos están por doquier- sino en la actitud ante la vida que emana de la respuesta de Asher, cuando preguntamos si alguna vez sintió deseos de vengarse por lo que vivió.
«No, nunca», asegura. «Yo digo la verdad: si ahora me traen aquí un nazi y me dicen que asesinó judíos, que no hay dudas que lo hizo, lo mato aquí mismo. Pero creo que lo central es que tenemos que seguir viviendo. No debemos perdonar y no debemos olvidar. Pero hay que mirar hacia adelante, y vivir. Y eso se los digo también a los no judíos que escuchan mis conferencias, alemanes entre ellos. Para todos, va el mismo mensaje. Y estoy seguro que luego de escucharme, se convierten en mis embajadores, que hablarán por mí cuando yo ya no esté».
Y esta, es parte de su historia.
¿Cómo explicar qué era Auschwitz?
Por más que expliquemos, nadie podrá comprender. Solamente quienes estuvieron allí pueden saberlo plenamente. Allí, el problema no era sólo el peligro constante de muerte… sino cómo luchar por mantenerse vivo. De todos modos, para mí Auschwitz fue casi un paraíso, al lado de todo lo que pasé en el ghetto de Lodz.
Comencemos por el principio…
Cuando estalló la guerra yo tenía 11 años. Los alemanes llegaron rápidamente a mi pueblo. Allí vivíamos más de 12 mil judíos. Nos concentraron en tres calles, que pasaron a ser el ghetto del lugar. Comenzaron entonces las «aktziot», todo tipo de iniciativas terribles. Lo primero fue sacarnos a todos de las casas. Nos llevaron a un campo vacío. Los nazis cortaron barbas y patillas, golpeaban y al final, todos teníamos que mirar cómo colgaban a diez judíos. Así varias veces. El único «pecado» de los colgados era ser judíos y ser considerados los más conocidos y respetados de la comunidad…
Para bajar la moral, humillar…
Por supuesto. En determinado momento se llevaron a los hombres jóvenes, entre ellos mi padre, de bendita memoria… y no lo volví a ver nunca más. Luego también a mi hermano.
Los alemanes nos llevaron un día al campo en el que habían colgado a 20 judíos. Los alemanes daban vueltas entre nosotros todo el tiempo. Cuando veían una madre con su bebé en brazos, con el lazo le arrancaban a la criatura y la tiraban por el aire a coches de carga que pasaban por el camino. Si alguien se desmayaba o caía por los golpes, lo tiraban a esos coches también.
Y esa era la rutina….
Así, tres días… hasta que nos llevaron a la zona del cementerio judío, que estaba fuera del ghetto. Yo estaba con mi mamá y mi hermano menor, Gabriel. Por casualidad, estábamos cerca de la tumba de mi abuela. Me subí a una lápida, miré a mi alrededor, bajé y le dije a mi madre: «Mamá, aquí nos separamos». En ese momento tenía 13 años… no sé de dónde saqué la capacidad, a esa edad, de comprender lo que iba a pasar.
¿Pero a qué se refería? ¿Qué es lo que entendió?
Que ahí nos separarían… que a ellos los llevarían a la muerte y a mí me dejarían en el grupo que iba a vivir… por un tiempo. Ellos caminaban, mi hermano menor primero, luego mamá y yo detrás de ellos… y recibía golpes todo el tiempo, pero ya no los sentía. Pero cada golpe que mi madre o a mi hermano recibían, era como si me estuvieran cortando la carne. Y tal como lo había supuesto, a mí me mandaron para un lado y a ellos para otro. Yo a la izquierda y ellos siguieron derecho… Gabriel tenía 9 años. Sus ojos… los sigo viendo hoy.
Y del cementerio de su pueblo, fue trasladado al ghetto de Lodz…
Así es. Nos sacaron de allí en vagones de animales. Viajamos cinco días. La gente se sofocaba en el vagón. Yo estaba casi muerto porque debía hacer mis necesidades y no lograba hacerlo en el vagón, aunque había gente que sí lo hacía. Estaba como acurrucado dentro de mí mismo…no podía acostarme porque entonces me pisaban.
Y con 13 años, empezó otra etapa en la guerra de su vida…
Exactamente. Llegué a el ghetto de Lodz… Hasta ese momento nunca había salido de mi casa… Y ahí estaba, solo… Creo que quedé como petrificado y me dormí parado. Vi a lo lejos una colina que resultó ser un montículo de basura.. había gente allí buscando algo para comer y yo también me sumé… Recuerdo la felicidad que me daba estar con otra gente y no solo todo el tiempo. Pero cada día, era una pesadilla.
Y después de Lodz… Auschwitz…
Me enviaron a Auschwitz- Birkenau, nuevamente en vagones de bestias. Al llegar había que correr rápido, pasar dos filas de soldados alemanes, cada uno dando de regalo un golpe, con un látigo, un palo o una patada con sus botas.
Nuevamente tuve suerte y me enviaron al campamento. Tuvimos que desnudarnos, nos raparon y fumigaron. Había que correr hacia una pila de ropa y zapatos y coger un pantalón, una camisa, dos zapatos, sin importar los tamaño. Y entramos al campamento.
¿Recuerda el 27 de enero de 1945, el día que se presenta como de «la liberación» de Auschwitz, cuando entró el ejército ruso?
No exactamente… porque empezamos en determinado momento a oír los cañones de los rusos, así que nos sacaron de Auschwitz a la marcha de la muerte, bajo la lluvia, la nieve. El que no podía seguir, los alemanes le disparaban.
Llegamos a Mauthausen, en Austria… mucha gente moría todos los días…
Un tiempo después vimos que los alemanes escapaban. Llegamos a una carretera principal y vimos tanques norteamericanos. Ya era el 5 de mayo de 1945…
¿Y usted estaba en situación como para pensar en liberación?
No recuerdo haber tenido sueños o pensamientos… Creo que toda la aspiración era, todo el tiempo, esconderse, ocultarse, no caer. No recuerdo haber sentido en el momento que era algo dramático.
O sea que no es que tuvo en algún momento la sensación «hoy se terminó para mí la guerra»…
No… porque inclusive cuando en la práctica terminó y los soldados norteamericanos nos daban comida, nadie nos explicó que había que acostumbrar gradualmente el cuerpo a comer nuevamente… muchos nos enfermamos y algunos murieron. Pero claro está que ya era otra etapa…
Fue el comienzo de una nueva vida, que finalmente, le trajo a Israel, aunque todavía no era un Estado independiente..
Así es. En determinado momento, en Europa, llegaron a nosotros la Brigada Judía, nos llevaron a Italia, donde estuvimos seis meses, aprendimos hebreo y en noviembre de 1945 fuimos, 400 niños y jovencitos, los últimos que recibimos los certificados legales para llegar aquí. Estudié en la escuela agrícola Magdiel, luché en las Fuerzas de Defensa de Israel, aprendí un oficio, trabajé y formé mi familia.
¿Recuerda cuándo sintió que empezaba una etapa diferente?
Cuando estaba en la escuela agrícola en Magdiel en un grupo de 18 jóvenes y dos de ellos recibieron cartas de parientes en Estados Unidos que los llamaban, que vayan para allí… fue la primera vez que empecé a pensar que estoy vivo, que puedo decidir yo solo qué quiero… hasta ese momento otros habían decidido por mí. Y entonces entendí que lo que nos pasó fue porque no teníamos nuestra patria. Y decidí que haría todo para que tengamos una patria. Y así lo hice, luché, trabajé, construí… y gané.