Por Fabián Álvarez, voluntario del Centro Recordatorio del Holocausto. Publicado en Semanario Hebreo el 17 de setiembre de 2015.
El 10 de setiembre nos visitaron alumnos de 2do año de la UTU de Pando queriendo conocer más acerca de un período negro de nuestra historia. Con gran esfuerzo logístico y juntando dinero para el transporte, docentes y estudiantes llegaron a la Kehilá, lugar en el que se aloja el Centro Recordatorio del Holocausto.
Al llegar estaba para recibirlos en el Templo, donde comenzó nuestra actividad. Hablamos de similitudes y diferencias y del valor que tiene el conocer al otro para enriquecernos de lo que tiene que aportarnos. Desde este paradigma trabajamos la Shoá, momento en el cual los nazis consideraban que la uniformidad de una sociedad era uno de sus aspectos más preciosos.
Al superar problemas técnicos pudimos trabajar entre todos algunos conceptos. Definir Shoá, ver algunas características del nazismo, entender el proceso gradual que comenzó con la discriminación, prohibiciones y violencias (en las que se encuentran las leyes de Nuremberg y la noche de los cristales rotos) para luego adentrarnos en la realidad de los guetos y campos de concentración. Finalmente hablamos de la liberación de los campos y el desafío que implicó para quienes sobrevivieron el seguir viviendo.
A la Shoá podemos verla como cenizas de las que resurge vida. La Shoá es muerte pero no existe tal cosa sin existir vida. Para morir debemos estar vivos. Para morir deben quitarnos nuestra dignidad como seres humanos y hubo personas que se resistieron. Uno de estos grupos de personas son los justos entre las naciones que son inspiración para todos porque frente al peor caso uno puede conducirse con rectitud y haciendo lo correcto, a pesar de que las consecuencias puedan ser extremas.
Asimismo tenemos a los judíos que resistieron. En esta línea conocimos a personas que resistieron tanto física como espiritualmente (MordechaiAnielewicz –resistencia física- y Anna Frank –resistencia espiritual-). No es casual haber elegido estos ejemplos. Ambos eran jóvenes, quizás no tanto como quienes me estaban escuchando, que tenían entre 13 y 15 años pero eran, sin lugar a dudas, más cercanos en edad que muchos otros ejemplos ilustres que un guía puede utilizar para enseñar Shoá.
Finalmente nos adentramos al Museo donde la realidad nos sobrecogió a todos. Las imágenes y los objetos trajeron al presente a esos seis millones que murieron hace ya setenta años. Algunos no pudieron contener sus lágrimas. Sus lágrimas se hicieron las mías y con voz entrecortada una alumna me preguntó: “¿Cómo te podés acostumbrar a hablar sobre esto, a ver estas imágenes?”
La respuesta es simple. No nos podemos acostumbrar. No nos debemos acostumbrar. No nos acostumbramos. Si nos dejan de impactar, nos dejan de interpelar y las normalizamos. Por eso si bien la piel se endurece pero por dentro sentimos ese mismo dolor que experimentamos cuando aprendimos que esto ocurrió. Ese dolor, esa rabia y esa indignación se volcaron en fuerza transformadora para educar sobre la temática, mirada desde una perspectiva de derechos humanos para intentar construir una mejor sociedad.
Al consolar a aquellos jóvenes que durante minutos lloraban sin cesar les dije: “No podemos cambiar el pasado pero si ser conscientes de los errores que cometieron otros, para no repetirlos. La Shoá comenzó discriminando y terminó siendo un paradigma de odio, violencia y muerte. Sean vigilantes de sus propias actitudes para que podamos honrar la memoria, construir un buen presente y asegurarnos un mejor futuro.”