Publicado en el Semanario Hebreo el 12 de Noviembre de 2015.
Querido Armin: Hace ya un mes – se cumplió el sábado pasado – de tu partida. Aún es difícil aceptar que sea verdad. Y hace ya tres meses que tuve el honor de dirigirte unas palabras en el culto con que la Congregación Evangélica Alemana te despidió al transformarte en Pastor Emérito y en que, al mismo tiempo, te fue entregada, de manos del Embajador de Alemania, la condecoración con la Cruz de Caballero de la Orden del Mérito de Primera Clase otorgada por el gobierno alemán.
¿Qué podría decirte hoy de diferente? Nada. Mis palabras reflejaron exactamente lo que me dictaba el corazón. Por eso siento que el mejor homenaje que puedo tributarte es recordar los pasajes que mejor expresan la imagen que guardaré siempre del gran hermano que fuiste. Lo único diferente son mis sentimientos. Si antes al honrar tu trayectoria eran pura alegría, ahora al honrar tu memoria esa alegría de haberte tenido como amigo fraterno se mezcla con tristeza y nostalgia.
Destaqué aquel domingo tu carácter de baluarte de la causa de la Confraternidad Judeo-Cristiana del Uruguay y el haber sido representante de dicha causa, hasta el fanatismo, en todos tus ámbitos de actuación. Agregué que, en aras de tu fervor por el diálogo interreligioso, nunca dudaste en arriesgar ser polémico cuando se trataba de defenderlo de intereses prejuiciosos y espurios que atentan contra el mismo.
Recordé entonces – y lo haré por siempre con mucha emoción – la experiencia de haberte secundado en la organización en Montevideo, en el 2001, de la Conferencia Anual del Consejo Internacional de Cristianos y Judíos (ICCJ), y también el año pasado, en Colonia Valdense, de la Conferencia de Jóvenes de este Consejo. En ambos casos, parecían quimeras. Ambos fueron los primeros en su clase en realizarse en Sudamérica. Fue tu iniciativa procurar que se realizaran en Uruguay. Fueron tu empuje contagioso, tu esfuerzo, que hicieron posibles, con éxito, estos eventos.
La continuidad del diálogo interreligioso – entendido como instrumento para la convivencia fraterna – está, por cierto, en manos de los jóvenes. Es algo que demostraste con creces tener como leit-motiv.
Fuiste invariablemente prolífico en propuestas, organización y realización de actividades destinadas a ser alimento para el alma. Sin descuidar, cuando la ocasión era propicia, que la palabra y la música estuvieran acompañadas de algún alimento que hacía a tu faceta de buen gourmet. Un sinfín de estas actividades tuvo como escenario tu Iglesia, tu casa, el jardín… de los que siempre hiciste, junto con tu esposa Sonia, nuestro espacio, nuestra casa, y así lo sentimos. ¡Cuántos recuerdos imborrables de acontecimientos vividos allí!
¡Qué imborrable, por cierto, el haber tenido este año la oportunidad de saludar juntos al Papa Francisco, intercambiar con él unas palabras, entregarle un obsequio de parte de la Confraternidad Judeo-Cristiana del Uruguay y recibir su bendición! Fue durante la Conferencia Anual del ICCJ, celebrada en Roma al cumplirse los 50 años de la declaración conciliar Nostra Aetate, adonde asistimos representando a la CJCU. Otra increíble experiencia compartida, evocada ahora con la melancolía de que ya no podremos unir nuestros relatos.
No sonará más el teléfono, a veces a horas y en ocasiones insólitas, para coordinar detalles de alguna actividad, para intercambiar ideas, para pedirme una dirección, para confirmar fecha y lugar de algún evento porque habías olvidado dónde lo anotaste. Pero tu vozarrón seguirá sonando siempre en mis oídos.
Aquel domingo, en la CEAM, finalicé mis palabras diciendo: “Estamos merecidamente homenajeando al Pastor, al amigo, pero – por sobre todas las cosas – al Hermano, con mayúsculas, que tiende puentes entre confesiones, tradiciones y culturas; al Hermano que tiende una mano a toda hora a quien la necesita. Gracias, Armin, por ser como sos, con tu espíritu fraterno y servicial, con tu personalidad y humor tan propios y especiales. No cambies… y, ahora emérito y condecorado, nunca nos prives de tu invalorable aporte en la labor de la Confraternidad Judeo-Cristiana del Uruguay.”
“No cambies.” ¿Cómo podía saber que, tan poco tiempo después, te convertirías en el alma de un ser querido que me acompañaría en adelante desde la Eternidad? “Nunca nos prives de tu invalorable aporte en la labor…” Siento que nunca lo harás, porque siempre tendremos presente tu ejemplo. Y, por sobre todas las cosas, hoy te digo: “GRACIAS, ARMIN, POR HABER SIDO COMO FUISTE”.
Tu hermana de varias décadas en el camino del diálogo,
Sonia Kirchheimer