Por Mons. Pablo Galimberti. Publicado en Cambio el 16 de Marzo de 2016.
Así lucían varios comercios cerrados por duelo. El asesinato de David Fremd, (55), referente de la colectividad judía de Paysandú, caratulado como “crimen religioso” golpeó a una ciudad habituada a la cordialidad. El golpe interpeló al gobierno, partidos políticos y frontalmente a la colectividad israelita.
El Comité Central Israelita del Uruguay repudió el crimen con tinte antisemita. Los vecinos de “la heroica Paysandú” donde David aportaba su cuota amigable, salieron a la calle. Unas 10 mil personas de diferentes credos e identidades políticas marcharon con velas encendidas con el lema “convivencia en paz”.
Sobre el homicida quedan muchas incógnitas. Su periplo laboral registra una seguidilla de frustraciones. En octubre 2011 se tituló de maestro; antes trabajaba en una escuela de campaña, pero por denuncia de los padres (tenía 5 alumnos) fue retirado del cargo, pasando a trabajar en tareas no docentes. Posteriormente se desempeñó en otra escuela pero al año fue retirado. El gremio de maestros del departamento no le permitió afiliarse al no tener efectividad.
La pericia psiquiátrica del agresor, 35 años, determinó que padece un “trastorno esquizoparanoico”. El fallo judicial, basado en el relato del imputado, deja constancia que: “una fuerza sobrenatural obró en sus manos”. Ese día, durante la oración de la mañana, se encomendó a Alá para que lo guiara en su camino. Carlos Peralta se había convertido al islam haciéndose llamar Abdullah Omar. Su perfil en Facebook, con letras en árabe, manifiesta su fe en Alá, único Dios. El jeque Samir, director del Centro Egipcio de Cultura Islámica, temeroso que se produzca una “islamofobia” y que conoce al imputado, tomó distancia de él. “Se trata de un acto personal que no se funda en la fe islámica”. Este miembro no concurría al centro para orar y durante un año fue una sola vez, alegando que no tenía tiempo.
Con respecto al Corán el jeque expresó: toda vida es sagrada, sea judío, cristiano o ateo.
¿Existen fronteras claras entre cordura y locura para que podamos estar precavidos? Para Ronald Laing, psiquiatra escocés, es ardua tarea: “Todos somos asesinos y prostitutas, no importa a qué cultura, sociedad, clase o nación pertenezcamos, ni cuán normales, morales o maduros nos consideremos. La humanidad está enajenada de sus auténticas posibilidades. Esta visión básica nos impide adoptar un criterio unívoco sobre la cordura del sentido común o sobre la locura del llamado loco… En los últimos cincuenta años las personas normales mataron alrededor de cien millones de sus congéneres normales…” (Experiencia y alienación en la vida contemporánea. Paidós, Bs. Aires).
Las personas que profesan una religión, adhieren a un partido político o ideología, militan en un sindicato o son hinchas de un equipo de fútbol, no están vacunadas contra fanatismos, estados frenéticos, posesiones o rumbos de conducta extraviados. Las aguas de lo ideológico, psicológico y espiritual se entremezclan y distinguirlas requiere paciencia y experiencia. El ejemplo de Saulo de Tarso, convertido a la fe cristiana es ilustrativo: “respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor y pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de traer encadenados a Jerusalem a los seguidores del Camino del Señor que encontrara” (Hechos 9, 1-2). Moderar fanatismos es tarea constante.
Los fanatismos surgen cuando la fe elude confrontarse con la razón. O cuando la razón pretende dominar la gratuidad de la fe.
En cualquier ámbito del conocimiento -también la religión -, existe el peligro de la soberbia. La Biblia emplea la metáfora de la voz aduladora que susurra: “se les abrirán los ojos, serán como Dios, conocedores del bien y del mal” (Gen 3,5), que lleva a considerarnos dueños de toda la verdad. La humildad nos hace tocar nuestras raíces, la tierra, el humus. Del gran Moisés se dice que “era el hombre más humilde y sufrido del mundo” (Nm 12,3). Y el apóstol Pablo decía a los corintios, propensos a agrandarse, que “el conocimiento llena de soberbia; sólo el amor es realmente provechoso” (1 Cor 8,1).