Por Prof. Rita Vinocur. Publicado en Semanario Hebreo el 12 de mayo de 2016.
Al enterarme del fallecimiento de Eva Markowicz (Z”L), se arremolinaron mis recuerdos de niñez del barrio de Villa Muñoz de mi primera casa en la “Avenida” Benito Chain, (o calle de los Vinocur se decía en broma; en esas dos cuadras había varias familias Vinocur) adonde concurrían los amigos de mis padres con frecuencia y ¿qué tenían esos amigos en común? Todos eran sobrevivientes de la Shoá.
Y entre ese grupo frondoso estaban Heniek y Eva Markowicz.
Y de a poco como deshojan do flores, el grupo va perdiendo pétalos y siempre duele mucho.
Ella era no sólo parte de mi historia familiar, sino parte de la historia universal, como la de todos los sobrevivientes; enciclopedias únicas insustituibles. Ellos tenían y tienen mil recovecos en sus almas, algunos se abrieron y otros permanecieron por siempre cerrados porque no permitieron que nadie entrara. Esos recovecos estaban muy dentro y había temas que se los reservaban sólo para ellos mismos. Ni siquiera los que testimoniaban contaban todo. Era demasiado terrible. Y Eva hablaba poco de su historia, no podía; se enfermaba. Afortunadamente al menos aceptó ser entrevistada una vez.
Cuando Ana Benkel de Vinocur (Z”L) nos dejó físicamente, Eva sintió la necesidad de apoyar fuertemente al Centro Recordatorio del Holocausto, más allá de que había sido integrante del mismo desde casi su fundación como Sherit Hapleitá. Entonces, mientras su salud lo permitió fue muy activa y dio mucho de sí. Sintió la necesidad de trabajar más por esta misión de la memoria.
Su esposo Heniek (Z”L) mecánico dental, partió mucho antes. Él había dicho en la entrevista que brindó para la Shoah Foundation algo imborrable: “Aunque yo esté en una fiesta, me acuerdo de mi familia asesinada en la Shoá. Llevo a un cementerio a cuestas”.
Y ahora quien partió físicamente fue su esposa, Eva Rubin de Markowicz (Z”L).
Con el corazón apretado debemos saber claramente que hay que seguir.
Vaya que se siente fuertemente la importancia de no bajar los brazos, de que muchos sostengamos esta antorcha de la memoria y transmitirla a nuevas generaciones.
No olvidar y no perdonar.
No olvidaremos.