Por Ana Jerozolimski y Adrián Markovicz. Publicado en Semanario Hebreo el 9 de Febrero de 2017.
El mes próximo, Maier Markovicz cumple 90 años. Una fecha redonda de esta índole es motivo de felicidad, cuando se llega a ella con salud física y mental y tan rodeado como lo está él, de la familia que ha formado.
Hubo tiempos, décadas atrás, durante la Shoá de la que finalmente sobrevivió, en los que no podía tener certeza de que llegaría a este momento. No podía estar seguro siquiera de que viviría un día más. Pero se aferraba a la vida y lo que le ayudaba en esa lucha, era el sueño de poder ver la caída de Alemania nazi.
Lo logró, y no sólo eso, sino que pudo empezar de nuevo en un país libre, Uruguay, que está orgulloso de que sea hoy el suyo.
Este es un resumen de su historia, en una entrevista que por varios motivos, debemos comentar que nos resulta muy especial. En primer término, porque nos une una gran amistad con Luis, el hijo mayor de Marcos, y su esposa Raquel, compañera nuestra de toda la vida de la Escuela Integral. Y además, porque de hecho, sentimos que esta entrevista la realizamos conjuntamente con Adrián, el nieto mayor de Marcos-hijo de Luis y Raquel- al que él más contó sobre sus peripecias en la oscura Europa de aquellos años.
Adrián, además de la natural cercanía con su abuelo, ha hecho cursos en Yad Vashem, trabajó en el Centro Recordatorio del Holocausto y fue guía durante dos años en la muestra del Proyecto Shoá en el Subte años atrás.
Tras comunicarnos directamente con Maier –a quien aquí nos es más fácil llamarle Marcos, nombre que recibió en Uruguay– para solicitarle esta entrevista, a la que accedió de inmediato, nosotros enviamos preguntas por escrito a Adrián y le pedimos que él las maneje del modo que más cómodo le resultara a su abuelo. Pocos días después, nos envió la grabación de la entrevista, en la que nos gustó notar que él había intercalado algunas preguntas más.
Marcos, confieso que siempre me resulta difícil decidir cómo iniciar una entrevista con un sobreviviente de la Shoá. Siento que cualquier descripción que pueda pedirle, se queda corta sin duda ante lo que cada uno de los sobrevivientes pasó. Quizás lo primero sería pedirle que me cuente cómo era su situación cuando estalló la guerra, dónde vivía su familia.
ADRIÁN: Abuelo, contá cómo estaba formada tu familia.
Nací en 1927. Cuando estalló la guerra yo tenía 12 años. Fue una cosa inesperada. Nuestra familia estaba compuesta por mis padres, mi hermano mayor Heniek de 16 años, mi hermana Lea de 14 .También estaba con nosotros viviendo un primo que había quedado huérfano, Ruben Glasser, y que en ese momento tenía 21-22 años y estaba alistado en el ejército polaco. Se había criado con nosotros.
Mi papá se llamaba Yehuda y tenía 44 años. Mi mamá Guita, tenía 41.
Nuestra familia estaba muy unida con unos tíos, el hermano de mi mamá. Tenía dos hijas de 16 y 12 años. Convivíamos mucho, siempre. Durante los primeros tiempos, hasta terminar el ghetto, siempre estuvimos juntos.
¿Dónde vivían?
Yo nací en Piotrkow Tribunalski en Polonia, en la calle Sheradzka 5, primer piso. Era un apartamento bien cómodo, de dos dormitorios. La ciudad era de unos 80 mil habitantes aproximadamente, de los cuales casi un 25% eran judíos. La kehilá era muy organizada. Había un orfanato, un hospital judío, escuelas judías. La vida judía dentro de la ciudad era muy activa.
¿Sufrían de antisemitismo?
El antisemitismo siempre existía, pero en Polonia era parte de la vida y uno ya estaba acostumbrado.
ADRIÁN: Abuelo, vos me contaste siempre que se oía muy pocos rumores de que los nazis iban a invadir Polonia. ¿Cómo vivían ustedes la situación? ¿Qué sabían ustedes de lo que estaba por pasar?
Dentro de Europa las relaciones con Alemania eran muy tensas pero nadie suponía que eso estallaría en una guerra mundial y que Polonia, teniendo a Francia y a Inglaterra como aliados, caería tan rápido. Nuestra ciudad creo que ya el tercer o cuarto día de la guerra ya estaba ocupada por los nazis. Y la persecución fue intensa. Se inició desde aquel momento.
Cuando estalló la guerra, nosotros estábamos volviendo de las vacaciones de verano, fuera de la ciudad. Las escuelas no pudieron iniciar sus clases y el primer decreto -todos los días había decretos nuevos- era que los judíos tienen que entregar todos sus medios de transporte, sean coches (que muy pocos tenían), hasta caballos, e inclusive bicicletas. En aquel entonces se consideraba algo de primera categoría. Para mí fue el primer golpe tener que entregar mi bicicleta nueva. De más está decir que más adelante, con los decretos diarios que nos imponían, era irrisorio ya pensar en la bicicleta.
¿Cuáles fueron, a grandes rasgos, las distintas “estaciones” que usted pasó durante la Shoá?
Primero, el ghetto en nuestra propia ciudad, una de las primeras en las que hubo un ghetto. Consistía en unas pocas cuadras a las que tenían que mudarse todos los judíos, juntos, rodeados por un alambrado de púas y con guardias vigilando para que nadie pueda salir sin un permiso muy especial.
Allí la cantidad de judíos llegó a 22 ó 23 mil, ya que todos los judíos de las localidades alrededor de nuestra ciudad, tenían que ir a ese ghetto. Esa fue la primera dificultad, conseguir una vivienda en la que poder estar. A veces, en un lugar de 40 metros, había varias familias, ocho o diez personas, y dormir de a turnos, lo cual dificultaba cada vez más la vida diaria.
¿Cómo se organizaban para comer, por dar un ejemplo de la vida diaria?
Se impuso enseguida el racionamiento de la comida que consistía en dos rodajas de pan, algo de margarina de mala calidad, alguna papa o algo así. Era muy difícil. Ahí empezó la lucha de tratar de conseguir comida de cualquier manera. Mi padre era muy ágil y los primeros meses , gracias a eso, no lo pasamos tan mal como tantos otros, pero eso duró poco tiempo ya que había también delatores en el ghetto .Y uno, para poder conseguir mejor racionamiento, delató a papá que compraba alguna cosa fuera de lugar. Al poco tiempo lo arrestaron y desde entonces, no lo vimos nunca más.
Ese fue un golpe tremendo para nosotros porque el apoyo de nuestro padre, que era el pilar, era incondicional. Ahí empezó el drama. Empezamos a vivir sufriendo mucho.
ADRIÁN: Eso era ya en el año 1940 ¿verdad?
Así es, en 1940.
ADRIÁN: ¿Qué hacía antes tu papá, a qué se dedicaba?
Era comerciante.
En esa nueva etapa, en la que tuvieron que arreglarse ya sin el apoyo de su papá ¿cómo siguieron adelante?
Poco tiempo después, los alemanes empezaron a juntar grupos para trabajos pesados, de esclavos. Claro que cuando a mí me ofrecieron un trabajo fuera del ghetto, en el momento me alegré. Es que eso significaba una ración un poco más importante. Pero el problema era que había que tener más de 15 años para poder entrar en el grupo. Como mi hermano tenía 16 y yo , aunque menor, era alto y fuerte, entramos en el grupo de trabajo como mellizos. Ahí nos asignaron a una fábrica de vidrio plano, un trabajo muy duro. Salíamos del ghetto en grupo, vigilados por guardias con perros, todos los días. Íbamos a la fábrica en la que trabajábamos de sol a sol, sin límites de horas. Trabajamos hasta el año 42, siempre volviendo a casa para dormir.
Un día nos impidieron volver a casa y no sabíamos por qué. Después supimos que era para liquidar el ghetto, o sea que enviaron a todos los judíos del ghetto en transportes. Nosotros no sabíamos adónde iban. Nadie se imaginaba la gran tragedia que estaba ocurriendo en ese momento, una fábrica de muerte: la “solución final” organizada por los nazis.
Esto me lleva a preguntarle cuál fue el destino de toda su familia, aunque lamentablemente está bastante claro.
A mi padre, como te decía, lo detuvieron en 1940 porque un polaco dentro del ghetto lo delató a los nazis. Estuvo unos meses preso y yo iba todos los días a verlo, podía verlo por la ventana hasta que un día ya no lo vi más ni pude saber nada más de él. Mi hermano Heniek y yo quedamos separados de nuestra madre y hermana en 1942 cuando liquidaron el ghetto. Nunca supe adónde las habían llevado. Imagino por supuesto que murieron en alguno de los campos de exterminio. Hace ya años, en el 2000, cuando nuestro nieto Federico cumplió Bar Mitzva, lo celebramos en Israel y colocamos una plata en recuerdo a mis padres y mi hermana, en Yad Vashem.
Me imagino que también en la familia más amplia perdió a mucha gente…
No quedó nadie, que yo sepa, salvo mi hermano y mi cuñada Eva Rubin, que había sobrevivido a Auschwitz y falleció el año pasado en Uruguay.
Marcos, volvamos atrás… ¿Cómo siguió usted entonces, solo, con su hermano, en aquel tiempo de trabajo tan duro?
Nos quedamos en unas barracas con estantes de tres pisos en los que íbamos a dormir, siguiendo nuestro trabajo de esclavos durante dos años más. Ahí empezó la época más difícil desde que nos separamos de mi mamá y mi hermana, en Bucenwald y luego Dachau, lo más difícil hasta la liberación.
En todos los campos, felizmente pudimos quedarnos juntos con mi hermano mayor, sin separarnos. Eso fue un mutuo apoyo incondicional. Mi hermano era más pasivo que yo. En varias oportunidades yo pensé en hacer algo de lo que no habría habido salida.
ADRIÁN: En determinado momento empezaron a oír sobre las derrotas nazis ¿verdad? ¿En qué cambió entonces la situación?
Cuando los nazis empezaron a tener sus derrotas parciales en el frente ruso, de nuestra ciudad nos transportaron a Chestojova y a poco tiempo a Buchenwald en Alemania. Dejaban todas sus armas y lo único que les interesaba era sacar a los judíos y liquidarnos de alguna forma para poder cumplir con el objetivo de la “solución final”.
Buchenwald era un campo muy grande, con mucha gente. Nosotros siempre estábamos en la sección de “Juden lager”, o sea sólo de judíos. Ahí esperábamos los trabajos que no tenían ningún sentido. Varias veces nos hicieron trasladar una montaña de escombros de un lado a otro y luego de vuelta al sitio inicial y era evidente que la única razón de ello era maltratarnos.
En Buchenwald cada vez éramos menos. En determinado momento nos transportaron a Dachau, en Alemania, que fue donde nos quedamos hasta el fin de la guerra.
¿Recuerda el último día, cómo fue concretamente el momento de la salvación?
Estábamos en Dachau. Había comenzado una deportación al campo de exterminio, en tres grupos. Yo estaba en el segundo grupo en un vagón de ganado. Cuando empezó el bombardeo, el primer vagón ya había llegado a su destino pero el mío y el siguiente nos salvamos ya sobre las vías, porque los nazis comenzaron a escaparse. Y llegaron los Aliados.
¿Creía que se salvaría?
Todo el tiempo, nuestro sueño era sobrevivir hasta el día siguiente. La única esperanza era ver la derrota del nazismo y la capitulación de los alemanes. Pensábamos que de eso, Alemania no se podría levantar durante dos mil años. Ese era el anhelo que nos mantenía vivos.
Pero este no era un sentimiento o pensamiento fijo. La esperanza de poder sobrevivir cada día y esperar la derrota de los nazis, nos mantuvo de pie.
¿Cree usted que la condición de sobreviviente determinó en usted la continuación de su vida después de la Shoá?
Trato de adaptarme a las circunstancias, pero lo vivido queda como una mochila que se lleva a cuestas toda mi vida. Creo que para explicarlo, lo más acertado es citar a Elie Wiesel que dijo que vivir con el recuerdo de lo que fue pasar la Shoá, es como una fortaleza de la que no se puede salir y a la que los de afuera, no pueden entrar, porque nadie que no lo haya vivido lo puede captar plenamente.
Marcos, gracias mil por este testimonio y por el esfuerzo que doy por descontado puso en hacerlo. Y a Adrián, claro, por hacerlo posible y ayudarme tanto en ésto. Hasta los 120, con salud.
Gracias a ti Ana.
HEROÍSMO
Junto al dolor por la muerte y todo lo sufrido, también recordamos el heroísmo. Está simbolizado más que nada en el levantamiento del ghetto de Varsovia, pero había muestras de heroísmo diario, en la terrible nueva rutina que se impuso a los judíos ¿verdad?
ADRIÁN: Ana, yo quisiera contestar a ésto, porque el abuelo siempre me habló de esto , de los actos de “heroísmo” que se vivían en lo cotidiano. Todos, a su forma, se resistían en lo que podían de una realidad imposible de tolerar por el ser humano. A veces era consiguiendo un poco más de comida, otras escondiendo personas u objetos preciados, otras simplemente rezando por sobrevivir un día más. El abuelo siempre me hizo hincapié en eso: para él su horizonte más lejano era el día siguiente…. creo que fue algo muy compartido por quienes estuvieron allí.
Mi abuelo “celebró” su bar mitzvá dentro del ghetto, escondido por supuesto. Creo que eso responde como un acto de absoluto heroísmo.
EL FUTURO EN URUGUAY
Marcos, usted esperaba cada vez sobrevivir al otro día, otro más y así sucesivamente… pero ¿se podía pensar en el futuro más allá de ello?
Cuando estaba por terminar la guerra, mi hermano cayó muy enfermo y no podíamos pensar en el futuro. Lo primordial en ese momento era recuperarse. Tanto mi hermano como yo, con nuestra altura de 1.75, con 46-47 kilos, apenas podíamos mantenernos de pie. Recuerdo que cuando llegaron los norteamericanos, me dieron chocolate pero como mi organismo ya se había desacostumbrado de comer, me desmayé y mi hermano me tuvo que trasladar en una carretilla. En otro episodio, luego, fui yo el que tuve que ayudar a mi hermano que se había desvanecido. Ambos estábamos sumamente débiles. Lentamente, nos fuimos recuperando.
Desde el fin de la guerra hasta el 48 estuvimos en Alemania. Estábamos en una ciudad cerca de Munich, Feldafing, yo tuve la posibilidad de aprender un oficio, me apunté como mecánico en ORT.
Pero finalmente dejaron Alemania. ¿Cómo fue que terminaron llegando a Uruguay?
Recién en ese año 48 podíamos pensar en el futuro. Nuestro primer plan de futuro era dejar Alemania lo más rápido posible, no verles más la cara, no mirarlos, no convivir con ellos e irnos a cualquier otro lado lo más pronto posible. Teníamos tres posibilidades: venir a Uruguay donde teníamos parientes, ir a Estados Unidos donde también teníamos familiares o ir a Australia.
A Uruguay podríamos llegar enseguida porque no había muchos requisitos para recibirnos. Para Estados Unidos teníamos que esperar dos años y a Australia, un año. Elegimos lo primero, venir a Uruguay. Y en el interín, afortunadamente, mi hermano encontró a su novia que también tenía parientes en Uruguay. Logramos contactarnos con ella, que también venía a Uruguay.
Para mí, fue empezar una vida nueva. Parecía un paraíso, un país libre. Llegué a Uruguay con 21 años, sin oficio, sin nada. En lo que pensé desde el primer momento fue aprender un oficio, empezar a trabajar y poder progresar. Tuve la suerte de conseguir trabajo como tejedor y en el año 51 pude independizarme.
Me atrevo a pensar que de hecho, el único país que considera suyo no es el país en el que nació sino Uruguay. ¿Qué le diría hoy al país, que además sabe honrar la memoria de los muertos, como ha vuelto a hacer el viernes 27 de enero en el Parlamento y en cadena nacional?
En este momento tengo que destacar mi gran agradecimiento al Uruguay por haberme recibido y haberme dado la posibilidad de formar aquí mi familia, de progresar en una forma muy favorable.
“NO APRENDIERON NADA”
Por un lado hay actos recordatorios pero por otro, el antisemitismo levanta cabeza en diferentes partes del mundo. ¿Cree que el mundo no aprendió nada?
En realidad, es muy triste tener que reconocer que el mundo no aprendió nada. De hecho, tenemos que recordar no sólo que ningún ser humano normal podría imaginarse que en pleno siglo XX una nación considerada de las más cultas e intelectuales de Europa, podría armarse una fábrica de muerte como la nazi, sino también que esa máquina trabajaría 24 horas al día, todos los días, sin molestias ninguna. Nadie interfirió, en ningún momento lanzaron una bomba ni sobre las vías férreas ni sobre los crematorios. Todo el mundo parecía estar de acuerdo con lo que estaban haciendo, la “solución final”. Es muy importante destacarlo y recordarlo.
Hoy quiero decir que el gobierno uruguayo, no importa de qué partido político sea, siempre apoyó la causa de Israel y la memoria del Holocausto, que está honrando, como pocos países en el mundo entero. Nos enorgullece vivir en este país.
¿VENGANZA?
Marcos, tiempo atrás entrevisté a Mijael Gilad, sobreviviente de Auschwitz, que fue de hecho el protagonista de aquella película “El Azote 81”, sobre los 80 azotes que recibió de Schwamberger y logró sobrevivir. Luego jugó un rol central en el juicio a Eichmann. Vive aún en Israel. El me dijo “no existe venganza para seis millones”.¿Usted sintió alguna vez deseo de venganza?
Dentro de uno hervía la sangre, pero la prueba está en que yo no maté a ningún nazi. Sin embargo ellos…
Me atrevo a suponer que la mayor venganza, si cabe el término, es la familia que usted formó. Creo que sería bueno contar aquí en detalle qué descendencia logró aquel joven Markovicz al que los nazis quisieron matar y no pudieron.
En Montevideo conocí a mi esposa, Tania Gorzyczanski , mi compañera incondicional. Pudimos formar una familia. En 1957 nació nuestro hijo mayor que lleva el nombre de mi papá, Iehuda, aunque en Uruguay lo conocen como Luis. Dos años después nació Jorge que lleva el nombre de un abuelo de Tania, y después nació Saúl que lleva el nombre de un abuelo de Tania. Por último nació Graciela, que lleva el nombre de mi madre. Ahora tenemos once nietos de los cuales dos-una hija de Graciela, Gianina, y también Adrián, el hijo mayor de Luis y Raquel- ya están casados.
ADRIÁN: Yo también creo que la mayor “venganza”, la mayor prueba de heroísmo fue la familia que pudo formar después de todo lo vivido. Y siempre nos iluminó con un mensaje claro e inexorable: todos los seres humanos somos iguales en toda su condición. No perdonar y no olvidar… jamás!
Marcos, no todos los sobrevivientes actuaron de la misma forma al terminar la guerra. Algunos no cesaron de hablar, sintiendo el compromiso de contar , y otros no pudieron o no quisieron hablar con sus hijos y nietos sobre lo que habían vivido. Por mi experiencia en entrevistas con sobrevivientes, cada uno tuvo su lógica. ¿Cómo vivió usted este aspecto?
Fue una cuestión muy delicada porque en ningún momento quise traumar a mis hijos ni a mis nietos con todas las vivencias que me tocó vivir. Traté de una forma muy especial, de informarlos y contarles algunas de mis experiencias. Creo que esa opción fue muy acertada, porque esto queda marcado para toda la vida.
ADRIÁN: Yo, siendo tu nieto mayor, me acuerdo que lo que siempre me contaste fue que a pesar de todas las experiencias tan dolorosas, lo más importante para vos era no dejar un mensaje de venganza y odio sino de jamás olvidar.
Es cierto. El mensaje que trato de dejarles en cada oportunidad es no olvidar, siempre recordar.