Editorial de Ana Jerozolimski, publicada en Semanario Hebreo el 19 de octubre de 2017.
Cuando llegaron a mi celular el miércoles las fotos del Memorial del Holocausto en la Rambla profanado con pintadas que a esta altura son ya de conocimiento público, aún no había salido nada en las redes ni en ningún medio. Yo estaba por cerrar la edición semanal de “Semanario Hebreo” y aún tenía tiempo de incluir algo al respecto. Dudé. Dudé entre el deseo periodístico de referirme “en caliente” a un evento de ese tipo-no sólo por la noticia en sí sino por la condena que requería- y por otro lado el deseo de no dar publicidad al enajenado ignorante o simplemente antisemita mal intencionado que había hecho el grafitti de odio.
Aunque con ciertas dudas, decidí no escribir. Poco después, las fotos ya estaban circulando por las redes sociales, el tema salió en Montevideo Portal, en televisión, el Intendente Daniel Martínez y el Alcalde Carlos Varela twitearon sendas condenas… y yo ya había cerrado el “Semanario Hebreo” sin referirme al tema, teniendo claro por qué lo había hecho, pero sintiéndome mal al mismo tiempo por la ausencia de una referencia al mismo en sus
páginas.
Fue muy importante constatar en las redes que allí están no solamente los energúmenos que amparados en el semi anonimato vomitan veneno antisemita sino también compatriotas no judíos que quedaron horrorizados con lo sucedido y lo condenaron en términos enérgicos. Entre ellos,
una amiga virtual en Facebook a la que aún no he tenido el gusto de conocer personalmente, Laura Batalla Flores, hija del inolvidable Hugo Batalla, de bendita memoria, quien el jueves, en un corto post, me hizo sentir que compartía el mismo dilema que yo había tenido.
Acompañando una foto de una de las partes del Memorial, con el muro limpio, sin las pintadas, escribió: “Amigos, ayer cometí el error de replicar la foto que publicó Martínez, que hace “permanentes” las palabras escritas en el muro, más allá de haber sido borradas. Por lo tanto, voy a eliminar
la publicación, y cambiar la foto mostrando solo el muro limpio en esta nueva.
Mi solidaridad de siempre a la comunidad judía, sigue intacta y multiplicada.
Intento recordar quien había comentado, para etiquetarlo”. Cabe aclarar que el Intendente Martínez había publicado la foto en un tweet en el que decía “Repudiamos todo tipo de acto de xenofobia. Ya lo limpiamos. Tolerancia y respeto ante todo siempre”. Y aparecía primero el muro con la frase “El holocausto al pueblo judío es la mentira más grande de la historia”, luego otra foto de un equipo de la intendencia limpiándolo, y finalmente una
tercera, ese muro nuevamente limpio, que fue la que luego tomó Laura Batalla y reprodujo en el post antes mencionado.
“La mentira más grande de la historia”, decía una de las frases… Pues bien, dejando ahora el dilema de lado, quisiera compartir con los lectores algunos de los testimonios que yo personalmente vi, escuché, toqué, que refutan esa frase, esa idea que evidentemente no fue el antisemita de turno el primero que la difundió, ni el Memorial en Montevideo su primer escenario. Me limito a dar sólo una mínima fracción de los ejemplos que yo he visto personalmente, lo que me han dicho sobrevivientes, lo que yo presencié en el campo de exterminio Auschwitz.
Hace un año y medio, cuando viajé invitada como periodista a la Marcha por la Vida de Auschwitz a Birkenau, las vi: las pilas de cabellos de las víctimas, la interminable fila de vitrinas con zapatos de todos los tamaños de quienes habían ido a las cámaras de gas, los restos de los crematorios destruidos por los propios nazis, la pila de prótesis amontonadas que habían sido sacadas a las víctimas…y la barraca de los nombres.
En una de las barracas convertidas en museos, hay colgadas de una barra metálica que cruza toda la pieza, de varios metros, una enorme cantidad de hojas inmensas totalmente cubiertas con letras diminutas….nombres de judíos asesinados por los nazis, por orden alfabético. No están todos, pero sí parte de los seis millones. También los de mi familia.
La gente se acercaba a buscar los de sus familiares. Los gritos “encontré a mi familia”, “aquí está mi abuelo”, “ese era el padre de mi mamá”….se mezclaban con los llantos, con la cabeza apoyada de algunos, en silencio, sobre las enormes hojas que traían desde la oscuridad la identidad de los
muertos. Y las manos estiradas para tratar de tomar una foto del lugar de la página en el que aparece el nombre del familiar al que nunca llegaron a conocer.
Y recuerdo de otro lugar y otro momento, a Frida Kovo de Medina, una mujer oriunda de Salónica en Grecia, a la que entrevisté años atrás en su departamento en la calle Dizengoff de Tel Aviv. Logró salvarse y llegar a Israel, tras haber perdido a toda su familia en la Shoá, asesinados por los nazis. “Cuando llegamos a Auschwitz, me separaron de mis padres. Me dijeron que los vería después”, recordaba. “A los pocos días me encontré
allí con una paisana de mi barrio. Le pregunté si sabía dónde puedo ver a mis padres. Ella me miró seria, señaló las chimeneas de los crematorios que se veía a lo lejos y me dijo: ´No los vas a ver más. Tus padres, al igual que los míos y que tantos otros judíos en Auschwitz, salieron por allí´. Y yo
no lo podía creer”.
Tampoco Moshe Haelion podía creer lo que le dijo un ex compañero de estudios en Grecia cuando se cruzó con él sabiendo que había sido trasladado de un campo en el que estaba también parte de su familia. “¿Has visto a mi madre? ¿Has visto a mi hermana?”, le preguntó. “No las vi”, respondió. “¿Cómo puede ser? ¿Es tan grande ese lugar?”. Su ex compañero no tuvo más remedio que responder: “No las vi porque las mataron, como a todos”.
Moshe Haelion, hoy de 92 años, nos lo contaba en su departamento en la ciudad de Bat Yam en Israel. Logró vivir después de la Shoá, formó una familia, tuvo hijos, nietos y cuando lo entrevistamos, ya tenía un bisnieto. Pero no olvida el horror.
Tampoco lo olvidaron los demás sobrevivientes. El conocido escritor italiano Primo Levi terminó suicidándose. Otros pudieron seguir adelante. Muchos no hablaron durante años para intentar borrar el espanto indescriptible. Como Jorge Klainman, que sobrevivió y logró llegar a Argentina, mudándose hace pocos años a Israel, contándonos en su departamento en Rishon Letzion que “al final empecé a contar lo que yo mismo había vivido, porque si no, estaba dejando la tribuna a quienes desmienten y alegan que el Holocausto nunca sucedió”.
Como el que profanó el Mausoleo en la rambla montevideana. Los que estuvieron allí saben que la mentira es justamente el desmentido. Recuerdan el hambre, el asesinato, la muerte, el sufrimiento indescriptible.
Hace unos años entrevisté en Jerusalem a Hanna Pick, que de niña, había sido amiga de Ana Frank, la niña símbolo del Holocausto que tantos conocen por el diario que dejó a la humanidad. Se separaron cuando la familia Frank tuvo que huir para esconderse, al haber recibido la hija
mayor, Margot, una citación de los nazis para presentarse, que sus padres entendieron de inmediato podría llevar a su muerte.
El reencuentro de Hanna Pick con Ana Frank fue en febrero de 1945 en el campamento de concentración Bergen -Belsen. Ambas amigas llegaron al lugar, sin saber una de la existencia de la otra. Alguien le dijo a Hanna que Ana estaba allí. No se vieron y el reencuentro fue a través de una cerca tapada, que permitía únicamente oírse las voces.
“Reconocí claramente que era ella, de eso no tuve dudas… pero fue muy duro… no era esa mi amiga de la infancia feliz”, recuerda Hanna con tristeza. “Era una Ana que había perdido la esperanza, que tenía hambre, tifus y lloraba. Lloramos juntas. Además, me dijo que se había quedado sola. Su hermana Margot estaba por fallecer. Pero Ana no sabía que su padre, al que adoraba, había quedado con vida. A veces me pregunto si quizás hubiera
logrado salvarse, de saber que su madre no había muerto… pero tenía tifus… y eso era fatal. Un mes o menos después de reencontrarnos, oyéndonos sin vernos, llorando juntas… falleció”.
¿Será a ese tifus que se refiere el energúmeno del memorial al decir que no es cierto que murieron millones en las cámaras de gas?
El tifus del que murió Ana Frank fue producto de las condiciones infrahumanas en las que mantuvieron a los presos, hasta que los mataban en las cámaras de gas. La Ana Frank que su amiga recordaba, sonriente, no era la que encontró sin verla, sólo oyéndole la voz, a través de la verja, en Bergen Belsen, donde murió. Era más parecida a la escultura de Ana Frank hecha en 1965 por el artista uruguayo Rubens Fernández Tudurí, colocada desde
hace unos años en el Parque de la Amistad en el zoológico de Villa Dolores en Montevideo…no la Ana Frank sonriente que todos conocen del álbum, sino la víctima del sufrimiento provocado por los nazis, a punto de morir.
Mentira es lo que difunden quienes minimizan o niegan el Holocausto.
Es como nos dijo una mujer que sobrevivió al horror, Rita Weiss, a la que conocimos en una ceremonia en Jerusalem, en los tiempos en que el Presidente de Irán era Mahmud Ahmadinejad, quien vivía diciendo que el Holocausto era un invento de los judíos. “Quisiera decirles algo a Ahmadinejad y todos los que desmienten el Holocausto: Si la Shoá nunca ocurrió ¿dónde está toda la familia que perdí? ¿Por qué me quedé sola? ¿Dónde desapareció mi familia, mi papá, mi mamá, mis ocho hermanos y hermanas con sus hijos… 29 personas en total? Y eso, sin contar a todos mis tíos,tías, primas… con ellos éramos más de cien… ¿Dónde desaparecieron?”.