JEDWABNE 1941-2018
6 agosto, 2018 administrador

David Serrano Blanquer – Página 12, Argentina. – Fotos: Fondo CILEC

El filólogo catalán David Serrano Blanquer, experto en la Shoá, estuvo en los actos de conmemoración del pogromo de Jedwabne para preparar su próximo libro, centrado en el testimonio de una descendiente de sobrevivientes, la filósofa y activista argentina Laura Klein, que contará con entrevistas a Jan Gross, Ana Bikont, Gary Lucas o Slawomir Grunberg. Página 12 le encargó este reportaje.

El 10 de julio de 1941 un gru­po de habitantes de Jedwab­ne, una pequeña población polaca al noreste del país ya bajo ocupación nazi, concentró violenta­mente en la plaza del mercado a sus vecinos judíos, los humilló y apaleó, y finalmente los llevó hasta un gra­nero en las afueras, donde fueron quemados vivos.

El 10 de julio de 2018, en el 77 ani­versario del pogromo, en esa misma plaza del mercado donde empezó el terror, se erige un austero recordato­rio a los polacos no judíos deporta­dos bajo la ocupación soviética.

Silencio absoluto. Calles desiertas. Una imponente iglesia ocupa el nor­te de la plaza. Alina Gradowski vive justo en la esquina, en una pequeña casita de madera medio escondida en un patio interior, con un pesado banco de madera protegiendo su puerta. Alina es la nuera de Izrael Gradowski, sobreviviente del pogro­mo porque se escapó de la plaza y se escondió durante la guerra en casa de Antosia Wyrzykowska, junto a otros seis judíos huidos más, protegi­dos bajo el pesebre de la pocilga de la familia Wyrzykowska. Pero su mu­jer Feytshi y sus hijos Avrom Aron, Reuven y Emmanuel murieron bajo las llamas del granero. Perdió a to­dos sus seres queridos. Después de la guerra, Antosia tuvo que huir por haber escondido a judíos, mientras que Izrael, convertido al catolicismo, se casó con Aleksandra y adoptaron a Jerzy. Alina se casó con Jerzy y tu­vieron dos hijos. No quiere que ha­blemos en la calle, aparta el banco y nos invita a entrar. “Mi suegro nunca habló con nadie de esa tragedia. No podía. Vivió atemorizado toda la vida. Aterrorizado” Un álbum de fotos recorre el periplo familiar, pla­gado de amenazas y de aislamiento. Nos señala la foto de su suegro con su primera familia judía. “Las venta­nas las hemos tenido que sellar con tablones de madera. Siempre a os­curas. Para evitar las pedradas, cons­tantes durante muchos años.” Su hija Margret, en cuanto pudo, se marchó a New Haven (EEUU). La llama al celular al instante: “Mi papá lloraba cada vez que nos hablaba del tema. Y a mí y a mi hermano nos insultaban en la escuela y en la calle, nos decían “Judíos!”. Alina está ansiosa esperan­do los papeles para irse a vivir junto a su hija: “Quiero irme. Es muy difícil vivir aquí. Mi hijo se queda en Jed­wabne, de momento. Pero queremos irnos.”
Seguimos el peregrinaje que tu­vieron que recorrer los judíos de la población y de los alrededores, y un pequeño grupo de vecinos nos observa desde la puerta de una casa en la esquina de Przestrzelska con Cmentarna. Otros acechan tras las cortinas, que se balancean a nuestro paso.

Al llegar a la calle Krasickiego, que conduce al lugar donde se encontra­ba el granero, un grupo de integran­tes de Obu Narodowo-Radykalnego (ONR) prepara sus pancartas y ves­tuario. ONR es un grupo nacionalis­ta extremista, cuyos símbolos son la cruz celta y el saludo romano. En se­guida toman posiciones justo al lado del muro bajo que delimita el recinto. Muestran dos pancartas: “El pueblo polaco no pide perdón por los crí­menes alemanes” y “Exigimos que se vuelvan a hacer las exhumaciones, basta de mentiras judías.”

El 30 de mayo de 2001, el Ministro de Justicia Lech Kaczynski aprobó la exhumación de cadáveres en el marco de una iniciativa encargada al fiscal Radosław Ignatiew (Institute of National Remembrance, Białystok). Cinco días más tarde esos trabajos tuvieron que detenerse. Finalmente, las conclusiones del fiscal, en 2002, establecieron que al menos 340 per­sonas habían sido asesinadas en Jed­wabne en ese lugar. No se estudiaron los casos de los judíos que fueron per­seguidos y asesinados por la zona. No hay todavía explicación sobre qué fue de los 1600 judíos que vivían allí en 1941. Solo una decena sobrevivió.

Dos reporteros de la TV estatal Media Narodowe (MN), que acom­pañan en todo momento al grupo ultra, irrumpen en los corrillos: “No fueron los polacos los que mataron a los judíos, fueron los alemanes. Us­tedes no tienen pruebas.” Se dirigen especialmente a cuatro miembros del Komitetu Obrony Demokracji (KOD), que sujetan dos pancartas: “Pedimos disculpas a los judíos por los asesinatos y pogromos come­tidos contra ellos por los polacos” y “Lo sentimos, Europa y amigos judíos, por el antisemitismo y fas­cismo de la ONR y la secta Prawo i Sprawiedliwość”. Los miembros del KOD no sucumben a las provoca­ciones de los reporteros y estos se di­rigen hacia un hombre muy mayor que prepara una foto de familia.

Se llama Icchak Lewin y viajó des­de Israel, por primera vez junto a sus tres nietos, que sostienen en alto una hoja: “Gracias a la familia Dobkows­kich, las siguientes generaciones de la familia Lewin vivimos.” No hablan polaco y, en medio de la emoción, solo quieren que hable su abuelo. “Nací en Wizna en 1930. Mi madre se ocupaba de la casa y mi padre era un buen sastre, confeccionaba so­tanas para curas y uniformes para soldados.” El 22 de junio de 1941, durante la Operación Barbarroja, las casas de los 600 judíos de Wizna fue­ron incendiadas. Los judíos huyeron y sus vecinos polacos los persiguie­ron. Los judíos regresaron a princi­pios de julio, y unas docenas fueron atacados y asesinados por los alema­nes. Finalmente el alcalde ordenó la expulsión de los judíos que queda­ban ante la escasez de viviendas no destruidas por los alemanes, y unos 200 se desplazaron hasta Jedwabne, a unas 7 millas, donde se creía que a diferencia de otras poblaciones allí no tendrían problemas.

“Cuando llegamos a Jedwabne, ya habían quemado a todos los judíos. Tenía muchos amigos de la escuela allí. Todos murieron. También mi hermana menor. Fue horrible.” Ic­chak llora y es consolado por sus nie­tos. Pero quiere seguir su relato. Ha venido de Israel para rezar un Kadish por su familia y amigos asesinados, y para contar su historia. “Mis herma­nos mayores fueron asesinados en los bosques de Giełczyn.”

Giełczyn se encuentra al sur de Lomza, principal centro económi­co y administrativo de la zona, y en cuya Audiencia Provincial fueron juzgados, entre el 16 y el 17 de mayo de 1949, 22 vecinos de Jedwabne, de entre los 50 arrestados y los 7 fugados en enero del mismo año. Ocho de ellos fueron absueltos, y el resto reci­bieron condenas de entre 8 y 15 años de cárcel, y una condena a muerte. La mayoría serían amnistiados al cabo de poco y el resto cumplió me­nos de la mitad de la condena. Las casas de los judíos y sus negocios pa­saron a manos de sus vecinos. En di­cho juicio, Izrael Gradowski declaró: ““Yo me encontraba en la plaza del mercado, y excepto dos miembros de la Gestapo, no había más que po­lacos. Yo fui empujado al centro de la plaza para quitar las hierbas. Había muchos guardianes, puede que cin­co por cada judío. Alrededor de la plaza había también niños polacos. Escuché a dos polacos decirse: “Hay que garantizar que no quede ni un testigo de todo esto.”

Icchak es provocado por el pe­riodista de la TV MN pero no tiene ninguna intención de discutir con ellos. “Finalmente en septiembre de 1942, unos soldados de Armia Na­rodowa nos llevaron a casa de los Dobkowskich, en Zanklew, a mitad de camino entre Wizna y Jedwab­ne.” Era el nombre de la familia que constaba en el cartel de los nietos. Bolesław Dobkowskich tenía una granja, que compró gracias al di­nero que ahorró después de traba­jar unos años en EEUU. El padre de Icchak y Bolesław eran amigos porque eran veteranos de la guerra polaco-soviética. “Estuvimos tres años escondidos”, continúa Icchak, “éramos cuatro. Los primeros meses debajo del guardarropa de la sala de estar.” Pero el problema surgió el día que apareció un oficial alemán que se instaló en la habitación bajo cuyos tablones del suelo estaban escondi­dos. La familia Dobkowskich estuvo a punto de entregarlos pero, ante el miedo de ser asesinados por escon­der a judíos, finalmente consiguie­ron llevarlos hasta el nuevo refugio, excavado en un campo cercano a la casa. “Bolesław y su familia, al termi­nar la guerra, fueron apaleados, les robaron la casa y tuvieron que huir.”

Los parlamentos están a punto de empezar dentro del recinto del granero. Hace poco se borraron las esvásticas que pintaron en el mo­numento y la inscripción “Fueron quemados fácilmente” en el muro bajo que lo protege. La parte frontal del monumento, con unos fragmen­tos de tablones de madera quemada, ya no tiene ninguna inscripción, solo los laterales. Atrás quedaron las discusiones por el texto que debía contener. En 1962 el texto era “Lugar de martirio de la población judía. La Gestapo y la gendarmería hitleriana quemaron vivas a 1600 personas el 10 de Julio de 1941”. Durante de­cenios se culpó exclusivamente a los nazis de la masacre ocurrida en el pueblo, hecho que no se corres­pondía con las declaraciones de los principales imputados en el Juicio de 1949, como los de Zygmunt Lau­danski (“Yo fui el encargado de vigi­lar, por orden del alcalde Karolak, a los 1500 judíos concentrados en la plaza”) o Antoni Niebrzydowski, que fue el encargado de ir a buscar ocho litros de líquido inflamable para ro­ciar el granero.
En 2001, en la conmemoración del 60 aniversario organizado por el Gobierno polaco, se discutió una propuesta de modificación del texto que explicitaba la implicación de los vecinos polacos en el pogromo. A pesar de que fue negociada por las autoridades con Ty Rogers (aboga­do afincado en EEUU y cuyo padre y 26 familiares fueron quemados en el granero), finalmente no fue aceptada y quedó en un neutro: “A la memo­ria de los judíos de Jedwabne y de los alrededores, hombres, mujeres y niños, habitantes de esta tierra, asesi­nados y quemados vivos en este lugar el 10 de julio de 1941”, que se mantie­ne actualmente. Ello a pesar de que el Primer Ministro Jerzy Bukek, el 6 de marzo de 2001, reconocía que “la participación de los polacos en el crimen de Jedwabne es indiscutible.” La delegación de familiares de judíos de Jedwabne, invitados por el gobier­no polaco, mostraron su repulsa a esa y otras maniobras que culminó en una rueda de prensa en Varsovia en la que la filósofa argentina Laura Klein, cuyo hermano de su abuela materna era Izrael Gradowski, ante la imposibilidad de poder hablar en el acto en Jedwabne, denunció: “No nos necesitan para la ceremonia de público arrepentimiento”. Sin em­bargo, aprovechaba la oportunidad para decirles: “No se metan con las víctimas –nuestros muertos- sino con los victimarios –vuestros pro­pios padres”.

Icchak se sitúa al lado del monu­mento, junto al representante del Presidente de la República de Polo­nia, Wojciech Kolarski, el Presidente del Parlamento regional, Jacek Pio­runek, el Presidente de la Comu­nidad Religiosa Judía de Varsovia, Leslaw Piszewski, representantes del Consejo polaco de Cristianos y Ju­díos, el vicepresidente del Institute of National Memembrance, Mateusz Szpytma y la fiscal Katarzyna Opac­ka. El Gran Rabino de Polonia, Mi­chael Schudrich, manifiesta que no le “parece bien la ausencia de auto­ridades locales en este acto.” Ningún vecino ni autoridad local se acercó hasta el granero de la familia de Bro­nislaw Sleszynski, que fue quien lo cedió para quemar a los judíos en 1941 y cuya nieta, hace unos años, hizo negocio con la venta del terreno a las autoridades. El alcalde Michael Chajwski se excusó así: “La comuni­dad organiza su propia celebración”. El representante católico del obispa­do pidió “disculpas” y dijo que era “el momento de hacer una plegaria to­dos juntos, porque fue una enorme tragedia.”

Siempre bajo la mirada del gru­púsculo de la ONR, la embajadora de Israel en Polonia, Anna Azari, in­sistió en que “a pesar de las disputas, es cierto que cientos de judíos fueron asesinados aquí, y en los últimos años Jedwabne, que probablemen­te fue anteriormente un ejemplo de las buenas relaciones de vecindad, se ha convertido en el símbolo del mal, el odio y el antisemitismo.” Fue el momento en el que las campanas de la iglesia de San Jacobo Apóstol (asesinado a espada por Herodes) empezaron a repicar (o a doblar?), rompiendo el silencio absoluto que acompañaba al acto.
Al terminar, la respuesta de la embajadora a las peticiones de los ultras fueron que “la cultura judía no permite la violación de la paz de los muertos y por lo tanto no hay acuer­do sobre una posible re-exhumación de las fosas comunes de Jedwabne.” Porque, como anteriormente men­cionaba, los alrededores del pueblo fueron objeto de persecuciones du­rante y después del pogromo, don­de hubo decenas de casos de tortu­ras, violaciones y asesinatos, según constan en las declaraciones de los testigos de los dos juicios de Lomza. Partiendo de esa base, el número de judíos asesinados sería superior a los 340 del fiscal Ignatiew, aunque no llegase a los 1600 apuntados por Jan Gross en Neighbors (2001).

Gross, juntamente con los docu­mentales de Agnieszka Arnold, Sa­siedzi (Vecinos, 2001), los trabajos de campo de Anna Bikont, My z Jedwabnego (Le crime et le silence, 2004), y más recientemente el film de Wladyslaw Pasikowski, Poklo­sie (Aftermath, 2012), pusieron en el mapa del horror a esta pequeña localidad polaca y divulgaron una realidad que genera debate sobre la construcción de la memoria del pa­sado en Polonia, como se evidencia con la reciente Ley sobre el Holo­causto, aprobada en el Senado por 57 votos a favor y solo 23 en contra, y defendido por el Presidente pola­co, Andrej Duda. A pesar de que las presiones internacionales de Israel y EEUU consiguieron anular las penas de cárcel, el gobierno sigue con el res­to de sus disposiciones, que sirvieron para que el psiquiatra y psicoanalista Federico Pavlovsky fuera el primer periodista internacional en ser de­nunciado, por la Liga Polaca contra la Difamación, por un texto sobre Jedwabne publicado en Página 12 el 18 de diciembre de 2017.

Jedwabne no fue la única pobla­ción de la zona que sufrió uno o va­rios pogromos: Bielsk Podlaki, Cho­roszcz, Czyzew, Goniadz, Grajewo, Jasionowka, Kleszczele, Knyszyn, Kolno, Kuznica, Narewka, Piatnica, Radzilow, Rajgród, Sokoly, Stawis­ki, Suchowola, Szczuczyn, Trzciane, Tykocin, Wasilkow, Wasosz, o la Wizna de Icchak Lewin también los padecieron.

Jerzy Laudanski nació en 1922 de Jedwabne. Solo estudió hasta los 7 años. En 1949 era zapatero cuando fue detenido, juzgado y condenado a 15 años de cárcel por su implicación en el pogromo. Cumplió 8 años. El 16 de enero de 1949, durante el juicio declaró: “Nosotros los polacos vigi­lábamos que los judíos no se escapa­ran. En un momento dado, Marian Karolak, el alcalde de Jedwabne, nos dio la orden de hacer correr a todos los judíos presentes en la plaza hacia el granero de Bronislaw Sleszynski. Y nosotros es lo que hicimos. Hicimos correr a los judíos hasta el granero y les ordenamos que entraran. En­tonces los judíos fueron obligados a entrar. Y después de su entrada en el granero, lo cerraron y le prendieron fuego. Yo volví a mi casa y los judíos fueron quemados. Había más de mil.”

Los asistentes al acto se retiran en sus vehículos después de unos rezos en el cementerio judío, situado jus­to delante del memorial. Las calles de Jedwabne vuelven a cobrar vida. Como si nada hubiera pasado.