Un peine, una trompeta o una muñeca: del campo de concentración a Uruguay
Se llamaban Maria Klein, Pinkus Frank, Ide Taube o Alex Sofer, aunque para el Tercer Reich alemán pasaron a ser solo Israel o Sara. Todos sobrevivieron al Holocausto y llegaron a Uruguay, donde iniciaron una nueva vida y donaron su memoria para crear el primer centro de recuerdo de la Shoá en Latinoamérica.
Fotografía: Alejandro Prieto para EFE
Por Concepción M. Moreno para EFE (27 de enero del 2020)
El inconfundible traje a rayas del campo de concentración, un peine guardado con el sueño de mostrar una imagen digna al volver a la libertad, la trompeta de un loco por la música, la muñeca de una niña e incluso el instrumental quirúrgico de un veterinario español recluido en Mauthausen son algunos objetos personales expuestos.
El Centro Recordatorio del Holocausto, situado en la Kehilá o Comunidad Israelita del Uruguay, en Montevideo, nació en 1953 como Asociación de Sobrevivientes del Nazismo, que en 1965 abrió el museo en una ubicación diferente a la actual, adonde llegó en 1988.
El local de exposición fue reabierto en noviembre de 2019, tras más de dos años de adecuación a las nuevas tecnologías y, como explica el docente e historiador Andrés Serralta, «para cambiar el relato del museo en sí, para aprovechar el acervo y para tener un espacio que permitiera que los visitantes pudieran contextualizar».
Educación, la mejor inversión
La Biblioteca Simón Wiesenthal, llamada así por el investigador «cazanazis», que dedicó parte de su vida a llevar ante la justicia a criminales de guerra fugitivos, es una de las joyas del centro, pues atesora unos 2.000 títulos, entre enciclopedias, ensayos y artículos dedicados a la Shoá (Holocausto en hebreo) y a los derechos humanos en general.
Su responsable, Silvina Cattáneo, destaca a Efe, durante una visita al centro con motivo de la conmemoración de los 75 años de la liberación del campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, que jóvenes, estudiantes extranjeros, investigadores e incluso grupos de teatro acuden allí a buscar documentación.
Es un «material específico que no van a conseguir en otro lado, que está abierto a todo tipo de público y no tiene ningún tipo de costo», declara la bibliotecaria, quien considera «todo un desafío pedagógico» explicar la Shoá a los menores, pero insiste en que es fundamental no borrar la memoria de lo sucedido.
«Educar a un niño hace una diferencia cuando después tiene que recibir a un refugiado, cuando tiene que lidiar con víctimas de la guerra, con el diferente», apunta y pone como ejemplo el trato de Alemania a los refugiados sirios tras haber asumido «sus errores» como sociedad tras la Segunda Guerra Mundial.
«A largo plazo la educación es la mejor inversión, y Europa, con la crisis de Siria, fue la demostración de que no da lo mismo» olvidar que enseñar el pasado, insiste.
Para Serralta, el Museo de la Shoá pretende «poder transmitir a través de ese conocimiento la importancia del respeto a los derechos humanos, a las libertades civiles, inculcar la tolerancia, el respeto por el otro y, sobre todo, intentar fomentar la empatía» para tener «una sociedad más tolerante y más pacífica».
«Lo que enseñamos aquí nos invita, es una oportunidad para interpelarnos cómo cumplimos nuestro rol como ciudadanos y en qué medida participamos de aumentar el grado de tolerancia, el grado de empatía con los demás como individuos o quizás estamos con algunas actitudes que no favorecen este cambio», agrega.
Los derechos humanos
A pesar de que la Comisión Directiva cuenta con descendientes de supervivientes del Holocausto entre sus miembros, como la directora del Museo, Rita Vinocur, o una de las docentes, Sandra Veinstein, ni Serralta ni Cattáneo son judíos.
«Crecí en una familia en la que estaban muy presentes los derechos humanos, lo que tiene que ver con el respeto al otro. Si algo tenemos en común ateos y judeocristianos es el concepto de fraternidad. El otro es mi hermano, es alguien igual a mí», explica la bibliotecaria.
En el caso del profesor de la Universidad de Montevideo, su interés por el genocidio armenio (1915-1923) le puso en la pista del Holocausto, porque empezó a estudiar «todos estos procesos de violencia masiva y por qué se producían, en qué condiciones y cómo se iban generando».
«A veces en las sociedades es muy difícil percibir ese momento de quiebre en que las libertades se van perdiendo poco a poco y llega un momento que ya no se puede hacer nada», señala.
No obstante, insiste en que «muchas veces tendemos a ser extremadamente pesimistas con respecto a la cantidad de sucesos de pérdida de derechos, de violencias masivas que acontecen actualmente y tendemos a pensar que todo se repite y que no hemos aprendido nada».
La liberación del campo de concentración de Auschwitz (Polonia), el 27 de enero de 1945, hace 75 años, marca la conmemoración del Día Internacional en memoria de las víctimas del Holocausto.
Este aniversario «redondo» gusta más a los políticos o a los periodistas que al centro, afirma la documentalista, ya que este «está orientado a un trabajo docente», que implica «el día a día, la cuestión diaria y la perseverancia».
Y mientras los expertos tratan de trasladar «conceptos de holocaustos a conceptos actuales como el ‘bullying'», el visitante recorre la línea del tiempo, entre fechas, mapas y fotografías, que pone marco a la zona más personal del Museo de la Shoá, la que guarda enseres con historia, una luz tenue y el sonido incisivo del tren.-