76 años después de Auschwitz:
homenaje a las víctimas
Enseñanza para la humanidad
Escribe Prof. Oscar Destouet, publicado en Semanario Hebreo el 29 de enero del 2020.
Los pasados que ayudan a interpretar el presente son aquellos que no se deben olvidar. Son hechos ejemplarizantes que con su dolor y con la fuerza ética de las víctimas, enseñan. Su recordación colabora en mantenernos en alerta para su no repetición. Ningún hecho histórico es pasible de repetirse por igual, pero las conductas humanas se parecen. Tender puentes entre presente-pasado es una necesidad para aprender.
Hace 76 años se cerraba una etapa crucial para el Siglo XX, de las más dolorosas de la modernidad. Un 27 de enero de 1945 casi a finales de la II Guerra Mundial una avanzada de las tropas soviéticas arribaron a un reciente abandonado campo de exterminio nazi conocido con el nombre de Auschwitz.
Con su magistral pluma relató el sobreviviente Primo Levi aquel día cuando sus ojos vieron llegar a los primeros militares soviéticos: “Eran cuatro soldados jóvenes a caballo que avanzaban cautelosamente metralla en mano. Cuando llegaron a las alambradas se pararon a mirar intercambiando palabras breves y tímidas, dirigiendo miradas llenas de un extraño embarazo a los cadáveres descompuestos, a los barracones destruidos y a los pocos vivos que allí estábamos. No nos saludaban, no sonreían; parecían oprimidos, más aún que por la compasión, por una timidez confusa que les sellaba la boca y clavaba su mirada sobre aquel fúnebre espectáculo. Era la misma vergüenza que conocíamos tan bien, la que nos invadía después de las selecciones, y cada vez que nos tocaba asistir a un ultraje o soportarlo; la vergüenza que los alemanes no conocían, la que siente el justo ante la culpa cometida por otro” (P. Levi, 1988:12). (1)
Enrique Benkel, que vino a residir en Uruguay recordó “un número imborrable sustituía al nombre y al apellido. El individuo, grabado con dicho número, de hecho fue convertido en esclavo. En caso de fugarse alguno, éste facilitaría su identificación. Sólo en Auschwitz los nazis utilizaban este método degradante”.(2)
“Decidí dejar Alemania y buscar a mis tíos que vivían en Uruguay”, comentó Ester Morgenstern de Bergazin, ya fallecida, “Atrás quedaron las sombras, las penurias y tantas otras crueldades que formaron parte del 76 años después de Auschwitz: homenaje a las víctimas infierno del régimen nazi. Dentro de mi corazón y mi mente quedó la eterna pregunta: ¿por qué?”.(3)
El proyecto de exterminio al pueblo Judío a mediados del siglo pasado culminaba una vieja aspiración de muchos en el mundo. El régimen nazi integró a su planteo ideológico un supuesto conflicto
racial donde ellos se adjudicaron una supremacía en una escala de razas donde se excluía a los judíos de la condición de humanos, por lo tanto necesario matar. Otros grupos humanos también con-
siderados inferiores o enemigos del nuevo Estado Alemán fueron
igualmente masacrados como los pueblos Sinti y Roma (Gitanos), Testigos de Jehová, discapacitados físicos e intelectuales, homosexuales y al comienzo los enemigos políticos: socialistas y comunistas. El mundo ya no podía dejar de mirar hacia otro lado, la evidencia era contundente. 6 millones de hombres y mujeres de origen judío, entre ellos un millón y medio de niños, fueron exterminados por el régimen alemán nazi con la colaboración y/o la indiferencia de muchos otros de diferentes nacionalidades e incluso de distintas orientaciones políticas, filosóficas y religiosas.
Al decir de Hannah Arendt “De golpe en el mundo de después de los campos quedó claro que cosas que durante miles de años estaban fuera del alcance de las posibilidades humanas, podían ser creadas sobre este planeta…el infierno totalitario demuestra que la fuerza del hombre es mayor de lo que nos atrevíamos a pensar y puede realizar fantasías satánicas sin que por ello caiga el cielo y sin que la tierra abra la boca”.(4)
La memoria del Holocausto no puede simplemente ser el paradigma con respecto al cual las otras memorias de violencias o de traumas puedan definirse. Hay que dialogar con otras experiencias que pueden tener el mismo papel en otros contextos. “Para comprender el Holocausto hay que compararlo y abandonar una visión teológica, religiosa, de la memoria”.(5)
Fue un hecho único y su no olvido podrá ser garante de la no repetición. La humanidad aprendió mucho de lo sucedido pero no lo suficiente y ni cerca de lo deseado. La discriminación continua, la violencia de Estado sobre su propia población o sobre otros con tratos crueles, inhumanos y degradantes son aún moneda corriente. El negacionismo y la indiferencia continúan siendo parte de lo humano.
En una entrevista a La Vanguardia de España el historiador israelí Yuvel Harari manifestó “La mayoría de la gente no es capaz de entender qué pasa en el mundo, no por falta de información, sino lo contrario: por inundación de información. La capacidad de diferenciar entre lo que es relevante y lo que no, está en un momento crítico. El problema no son las “fake news”, siempre las hubo. Es entender cuáles son los principales procesos y conflictos a los que nos enfrentamos” (2018).
Posiblemente el discurso antisemita contenga una de las más antiguas “fake news”. Desde tiempos inmemoriales se acusa al pueblo judío de conspiraciones clandestinas para dominar el mundo, de ser el mayor poder económico del mundo, de propagar enfermedades y hoy de negar la vacuna contra el Covid a la población no judía de Israel. Los ejemplos son múltiples, no menor por su consecuencia fue la supuesta responsabilidad en la muerte de Cristo, mantenida durante 2000 años. La negación y la distorsión de la historia son un arma fundamental en el arsenal del discurso de odio. Este discurso alienta la deshumanización de las personas y los grupos y se utiliza para justificar la discriminación y otros actos de violencia.
La indiferencia tanto antes como ahora es la actitud humana que mayor daño le hace incluso a los propios indiferentes. Debieron pasar 60 años del fin de Auschwitz para que las Naciones Unidas tomara una trascendental resolución, la 60/7 que estableció el 27 de enero de cada año como el Día Internacional de conmemoración de las víctimas del régimen nazi y promoción de la educación sobre el Holocausto en el mundo. A su vez rechaza cualquier forma de negación del Holocausto y condena todas las formas de “intolerancia, incitación, acoso o violencia religiosa contra personas o comunidades
por motivos étnicos o creencias religiosas donde quiera tengan lugar”. Expresa la resolución que el Holocausto “será siempre una advertencia para todo el mundo de los peligros del odio, el fanatismo,
el racismo y los prejuicios”.
Uruguay tiene una deuda con la memoria. Desde el 2009 algunos (pocos aún) bregamos por la incorporación plena de nuestro país a la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto de la que es miembro observador y reúne a diferentes Estados y organizaciones de la sociedad civil.
En el año 2019 por resolución de Presidencia de la República adhirió a la resolución aprobada el 26 de mayo del 2016 donde define el
antisemitismo como “una cierta percepción de los judíos que puede expresarse como el odio a los judíos. Las manifestaciones físicas y retóricas del antisemitismo se dirigen a las personas judías o no judías y/o a sus bienes, a las instituciones de las comunidades judías y a sus lugares de culto”.
Ejemplos contemporáneos de antisemitismo se observan, en la vida pública, en los medios de comunicación, en las escuelas, en el lugar de trabajo y en la esfera religiosa. Hace pocos días en la asonada de unos partidarios del ex presidente Trump sobre el Capitolio se pudo ver a un manifestante con una remera negando el Holocausto, imagen
difundida a cientos de millones de televidentes.
La emblemática sobreviviente Ana Vinocur quien vivió y formó familia en Uruguay alertó: “No podremos borrar nunca lo que hemos soportado, tampoco podremos recuperar lo que hemos perdido, ni todas las riquezas del mundo agolpadas lograrían borrar las huellas tatuadas en nuestros corazones. A pesar de todo tenemos que seguir adelante y edificar nuestro futuro. No se debe permitir que los tiranos lleven al mundo hacia la esclavitud. Es necesario que las futuras generaciones sepan defender, comprender y apreciar la palabra LIBERTAD”.(6)