Emotiva despedida a la Rabanit Hanna Winter (Z»L), madre del vicepresidente de la institución, Lic. Rafael Winter

Emotiva despedida a la Rabanit Hanna Winter (Z»L), madre del vicepresidente de la institución, Lic. Rafael Winter
10 febrero, 2021 administrador

“No me alcanza el día para dar gracias a D ́s por mi vida”

 

Con mucho pesar nos enteramos este domingo del fallecimiento de la Rabanit Hanna Winter (z”l), una mujer excepcional, llena de vida y energía, que aunque iban mermando en los últimos tiempos, la caracterizaron siempre. Vaya ante todo nuestro pésame de todo corazón a sus hijos, Rafael Winter -vicepresidente del Centro Recordatorio del Holocausto de Uruguay-, Heriberto –radicado en Israel- y Alfredo- en Estados Unidos- que la rodearon siempre y la despiden hoy sabiendo que el amor se lo expresaron en vida. En homenaje a la memoria de esta gran mujer, reproducimos el resumen de una entrevista que realizamos en su casa hace cinco años. Lección de vida que vale la pena tener presente también hoy al darle el último adiós.

 

Por Ana Jerozolimski para Semanario Hebreo, publicado el 5 de febrero, 2021.

Fotos: archivo personal

 

Hana, usted me decía antes, cuando le pregunté cómo presentarla, que se siente ante todo Rabanit Winter… y yo me imagino que eso pasa en gran medida por la vida que compartió tantos años con su esposo. ¿verdad?

Es que eso es de muchos años. Me casé con 19 años y actué desde el principio con corazón, con alma, con todo. Pero además, el tema de la religión me interesaba desde niña . Yo siempre sentí el amor por la religión judía, lo tenía siempre en mí. Nunca había que decirme: “Vaya a la sinagoga”, porque los viernes de noche lo primero que quería hacer -antes íbamos con la pollera azul y la blusa blanca- era ir a la sinagoga. Ni en sueños pensé que me iba a casar con un rabino. Pero algo me fascinó.
Recuerdos familiares

¿Usted nació en un hogar religioso?

Digamos muy tradicional, no ortodoxo, pero mis padres tenían el negocio cerrado en Shabat. También en las fiestas, como Pesaj. Eso estaba clarísimo. Nosotros vivíamos en la ciudad de Beuthen, en Alta Silesia, entonces éramos 2.000 judíos. Los no tan ortodoxos creo que eran más ortodoxos que hoy. Era una comunidad pequeña pero con una vida judía muy intensa. Teníamos una sinagoga “liberal” y otra “ortodoxa”. El rabino era más liberal que mis padres y yo iba más a la otra. Se llamaba “Grandes y chicos”.

Pero evidentemente, la familia no se quedó en Alemania… ¿Cómo fue la historia?

Realmente fue un milagro, o una casualidad, como lo quiera llamar. Mi papá fue a un campo de concentración en junio de 1938. En ese momento fue por cruzar mal la calle algo así…. Yo tenía en ese momento 17 años. Luego le hicieron presentarse todos los días en la policía. Y un policía que evidentemente no era nazi -no todos lo eran- le dio un consejo: “Señor, usted tiene que apurarse para salir de Alemania”, porque ellos sabían lo que iba a pasar. Entonces mi papá decidió que había que irse. La única opción era Bolivia. Se fue en febrero de 1939 y ni bien llegó a Bolivia empezó a hacer los trámites para que pudiéramos llegar nosotros, o sea mi mamá, mi hermana y yo. Íbamos a viajar el 2 de setiembre de 1939 y en esa fecha estalló la guerra. Teníamos todo pronto pero quedó descartado. Finalmente logramos salir un poco más tarde, con varios problemas en el camino, un incendio en el barco, una separación de mi hermana que al final terminó bien porque la encontramos y en 1940 llegamos a Bolivia. Lo primero que pregunté en Cochabamba fue dónde se podía rezar, dónde había una sinagoga, y fui para ahí.

¿Cuántos judíos había en Bolivia en ese momento? ¿Funcionaba una comunidad?

Sí, mi esposo y otras personas empezaron a funcionar como una comunidad. El había llegado allí un año antes, en el mismo vapor.

¿También él se había ido de Alemania porque sentía el peligro?

Todos por el peligro. El padre de él, también rabino, se fue a Shangai con su segunda esposa y el hermano de mi esposo. Mi esposo, que tenía 24 años, se fue a Bolivia y fundó con otras personas la comunidad. Lentamente empezó a dar clases de religión.

Y usted lo conoció cuando llegó a Bolivia, en la comunidad.

Las primeras semanas [tras la llegada a Bolivia] estábamos todos juntos en un lugar. Como yo iba siempre a la sinagoga los viernes de noche lo vi de lejos…

¿Y usted dijo: “Ese es un buen muchacho para mí”?

No tan así. Una señora que dirigía el hogar, como vio que yo siempre iba a la sinagoga, una vez me dijo: “¿Sabe, señorita Hanna?, yo tengo un esposo para usted”; yo dije: “Pero tengo recién 18 años. ¿A quién se refiere?” .Y ella contesta: “El rabino Winter”. “Ay, es muy viejo para mí”, contesté. El tenía siete años más que yo.

¿Cómo fue que se acercaron?

Yo me enfermé de tifus y él iba a visitarme al hospital lo cual llevó a un acercamiento. Además él daba clases de español, que había aprendido ya en Alemania, en algunas semanas, cuando supo que se iba a Bolivia. Yo iba con mi hermana a su casa a las clases, pero no sólo de español sino de todas las materias: filosofía, inglés, historia del mundo… Me interesaba todo lo que él enseñaba.

Pero llegó un momento en que tenía claro que le interesaba el rabino también.

Mmm… A mí sí.

Me parece que a él también.

No, no es tan fácil, porque en aquella época los hijos todavía preguntaban a los padres. Él le contó a [quien después sería] mi suegro y su padre le dijo que a él le parecía que todavía no podía elegir esposa, que esperara. Él me acompañaba de noche cuando iba a clase y al final, en Simjat Torá nos comprometimos. Yo siempre digo “Si no [era] él, yo no me casaba”. No tenía ganas de casarme. Pero él me atrajo. Aparte, me impactaba su sabiduría, su inteligencia. Había muchas cosas en esa atracción. En 1944 nació mi hijo mayor Alfredo y en 1947 Heriberto, en Bolivia.

Recordemos que Alfredo es rabino en Estados Unidos y Heriberto , que vive en Israel, es asistente social, coach y asesor organizacional.

Así es. Debo recordar siempre que Bolivia nos había recibido con los brazos abiertos, pero con el tiempo nos sentimos como encerrados, quizás por las montañas, por no tener salida al mar…

¿Y ahí surgió Uruguay en el horizonte?

Por eso y por otras cosas. Pero Uruguay fue una cosa por amistad entre un rabino de Buenos Aires y mi finado suegro: este rabino supo que la comunidad en Montevideo estaba buscando un rabino, él se contactó con mi esposo y fue invitado acá, a Montevideo. Finalmente llegamos a Uruguay en 1950.

¿Cómo recuerda al Uruguay de aquella época?

Como un paraíso, como la Suiza de Sudamérica.

No era una mera frase.

En absoluto.

¿Por qué? ¿Qué le gustaba?

Todo. La libertad. La gente nos recibió con los brazos abiertos. Nos sentimos bien. En ese momento no pensábamos que nos quedaríamos tanto tiempo, para siempre, pero así fue.

Ya pasaron 65 años desde que llegaron a Uruguay.

Así es. A veces no se sabe de antemano. Mi marido tenía realmente el don de comunicarse y de estar tanto con la sinagoga de la calle San Salvador, ortodoxa, como la de Río Branco, que era más liberal. Él iba un Shabat a Río Branco y otro Shabat a San Salvador. Me refiero a los años 50 y 60 porque luego, en los 70, lo más asiduo era Río Branco.Y lo de San Salvador fue cada vez más esporádico, por razones de edad, ya que era más lejos y tenía que ir en shabat caminando, lo cual con los años se le tornó más difícil.

¿Dónde ubicaría a su esposo desde el punto de vista religioso?

Ortodoxo en el sentido estricto del término, no. Pero tampoco como lo que hoy llamamos “masortí”.

En los años 90 hubo un rabino en la Comunidad Sefaradí, José Gabay, que decía que el rabino Winter no viene de la ortodoxia pero va paralelo a ella. Y usted diría, entiendo, algo en el medio.

Algo en el medio.

¿Ustedes se iban a sentar a tomar un café en algún lado, afuera?

Sí.

¿Pero a comer no?

Íbamos a tomar café y comer alguna masita en la Confitería Soriano, pero a comer carne afuera, no. Recuerdo que cuando nació Rafael (Rufo) yo fui al tambo para Pesaj a comprar leche. En el centro. Era joven, hoy no lo podría hacer. Así que en ese sentido, cuidaba el 100%. Nunca voy a olvidar lo que dijo una vez el Rabino Laschover: “Estamos en el galut, la diáspora, y tenemos que facilitar y no dificultar”. Y él era ortodoxo, muy ortodoxo. A lo que digo no, es a los fanatismos.

¿Usted intervenía en temas comunitarios, religiosos, que se referían al trabajo de su esposo como rabino de la NCI?

Yo trataba de aconsejar, sí, pero no siempre es fácil. La comunidad tampoco era siempre fácil. Pero nosotros tratamos de solucionar todo juntos. El siempre me contaba todo. Recuerdo cuando se puso la piedra fundamental en Río Branco, la sede anterior de la NCI, mi marido me contó qué pensaba decir. Yo justamente había leído algo de Shakespeare, algo que pegaba con la ocasión. Y se lo sugerí.

¿Y él la escuchaba?

Sí. Por ejemplo, años atrás yo escribí para el semanario de la comunidad artículos en alemán y él revisó todo. Siempre, todo juntos.

Y usted sentía que él también la escuchaba, que aceptaba su consejo.

Sí. Claro que podía haberme equivocado, pero por lo general siempre consideraba que mi consejo estaba bien.

Su esposo fue uno de los fundadores de la Confraternidad Judeo-Cristiana del Uruguay, junto al padre Emilio Castro y al pastor Guillermo Asiaín. ¿Cómo vivió usted eso, en la dinámica interna?

Como algo muy positivo. Él dijo que era una necesidad, porque había que unirse, no alejarse. Y dio resultado. Estaban también Nelson Pilosof, Leonel Verñisimo… Fue una gran cosa, algo pionero en América Latina.

¿Cómo vivió usted el proceso de integración a Uruguay?

En general no es fácil nacer en un lado, emigrar de grande relativamente, como yo emigré de Alemania a Bolivia y luego volver a emigrar, cuando vine a Uruguay. En algún momento pensamos ir a Estados Unidos, para que mi esposo oficie allí de rabino, y yo también había pensado ir a Israel. Pero el hecho es que hace ya 65 años que estoy en Uruguay, aquí se quedó también mi esposo, y esta fue nuestra casa.Y sigue siendo la mía.

Hasta los 120 Hana. Usted es ya una persona de edad… y está divina.

Muchas gracias m’hija.

La verdad, divina la cabeza y divino verla. Y Rufo siempre dice: “Mamá sabe de la computadora antes que yo”. ¿Cuál es el secreto para tener tan bien la cabeza a esta edad?

No sé si hay secretos. Viene de arriba.

Me imagino que no sólo de arriba. ¿Cómo es su vida? ¿Qué hace usted que le parece que aporta a que esté tan bien?

A nosotros nos cambió mucho todo cuando nos mudamos del Centro a Pocitos. Quizás desde Pocitos todavía fui algunas veces a la sinagoga en el centro, pero después fue más difícil. Además, el Centro se despobló y muchas de nuestras amistades ya no estaban allí, por lo cual en el Centro habríamos estado mucho más solitarios. Pero mi esposo no quiso mudarse porque quería estar cerca de la sinagoga. Yo me mudé después que él lamentablemente falleció, en el año 2000.

Hanna, usted habla con mucha sabiduría de esa que da la vida… algunas cosas hemos conversado entre nosotras, fuera de micrófono, y doy fe por lo tanto de lo lógico e interesante de su pensamiento.

Con los años, ¿no? A lo mejor… Aparte mucho lo aprendí de mi madre, muchos dichos, y mucho de mi marido, mucho.

¿Qué le dejó cada uno?

Creo que de cada uno tengo algo. Por ejemplo mi mamá sabía extraer una enseñanza de cada cosa. Ella era muy sabia, aunque no una intelectual. De cada maestro uno aprende algo. Ni que hablar de mi esposo. Casarse a los 19 años, habiendo sido un año antes su alumna, fue para mí algo muy especial.

¿Cuáles diría usted que fueron los valores principales que les transmitieron a sus hijos? Hablemos de “Rufo”, por ejemplo, una persona tan querida en la colectividad. Sabe tanto, es tomado como un referente.

Nuestros tres hijos tienen sus grandes valores. Cada uno a su manera especial. Les tratamos de transmitir lo que nosotros vivimos, cada uno a su manera. Yo creo gracias a Dios que es una buena mezcla.

¿Cómo ve hoy la vida, a esta edad? ¿Su enfoque ha cambiado?

Creo que cambió para cada uno porque la vida de uno, 50 años atrás, la tranquilidad con que se vivió, era otra cosa. Cada época tiene lo suyo y se ve de otra manera. Creo que el cambio fue normal. Yo pienso a veces en mis padres, qué diferente verían todo hoy. Todo es completamente distinto.

¿Cómo diría que es su vida hoy?

Una vida con mucho agradecimiento por lo que tengo. Primero, mis tres hijos. El cariño, el amor, la ayuda, el estar… Y con Alfredo y Heriberto, que no están en Uruguay, hablo por Skype.

Ya recordé antes lo que siempre dice Rufo, que usted aprendió antes que él a manejar la computadora…

¡Claro! Gracias a Dios me manejo muy bien. Lo primero, en la mañana, me conecto para ver las noticias de Israel. Lo hago
desde hace añares. Cuando fui a Israel, Heriberto un día me dijo: “Mamá, vení a ver mi oficina”, fui y entonces me dice: “Mamá, con eso trabajo todos los días: computadora. Tú tienes que aprender esto”. “¿Yo?”, pregunté, “¿Cómo lo voy a aprender?”. Entonces me dijo, textual: “Tú vas a poder”, “Yo no voy a poder”, respondí. Pero entonces Heriberto me dijo “Mamá, tú aprendiste a hablar con Alfredo, que es radioaficionado, entonces vas a aprender todo”. ¿Y sabe qué pasó? Yo pensé, al volver a Uruguay, que si no aprendo a usar la computadora y así también comunicarme con él, quizás él podía decir que para un hijo pude aprender y para el otro no.. Entonces ni bien llegué, aprendí. No quería que pensara que para Alfredo aprendí y para él no podía hacerlo.

Genial el pensamiento Hanna. Ahora, para terminar, le cuento que al comentar a algunas personas que iba a entrevistar a la mamá de Rufo, muchos me decían “¡Qué personaje la Rabanit!” ¿Usted está de acuerdo?

Lo que puedo decir es que de verdad estoy agradecida que realmente se cumplió mi sueño inconsciente que Dios me permitió hacer todo lo que hice en la vida: ser la esposa del rabino Winter, realmente trabajar en la comunidad, ayudar a mi esposo como tiene que ser, porque, si no, no marcha, no funciona.

Rufo, su hijo menor, dice que usted tiene cuerda para rato, hasta los 120. ¿Qué más le gustaría hacer? ¿Tiene sueños que aún no ha podido realizar?

Sí, tengo sueños que no cumplí. Eso ya es la voluntad de Dios. Tengo ocho bisnietos, a los que no conozco. Sería un sueño conocerlos, pero ya no creo que se pueda concretar. Cinco de ellos son los nietos de Heriberto, que están en Israel. Y los otros tres, de Freddy (Alfredo), en Estados Unidos. Pero al mismo tiempo agradezco por todo lo que sí he cumplido. El día no me alcanza para decir “Baruj Hashem”, Bendito sea D ́s.

¿Algo más, Hana, que le gustaría agregar?

Agregar que cuando uno ve su vida y puede decir: “Gracias a D ́s”, realmente es una vida vivida. Y yo lo digo. Y espero que se pueda seguir haciendo algo todavía.-

 

Palabras de la Prof. Rita Vinocur, directora del Museo de la Shoá, para despedir a la Rabanit Hanna Winter (Z”L)

Cuando se sabe que hay gente que tiene una pluma virtuosa y ya ha escrito maravillas como en este caso sobre la extraordinaria Rabanit Hanna Winter (Z”L) se piensa una y otra vez si lanzarse a escribir, o si será un atrevimiento, cuando ya hemos leído bellezas y seguirán llegando; eso es seguro.

Puesto que ahí está siempre la hoja en blanco mirando desafiante, pero hay que ser valiente y hacerlo ya que lo más importante siempre, siempre, siempre es que se escriba con el vigor del corazón y expresarse en honor a nuestra querida Hanna, que es la Hanna de todos.

Hay unanimidad, todos la admiran, por su don de gentes, su bondad, su elegancia digna de la realeza, por esa clase, por su distinción, su inteligencia y podríamos seguir indefinidamente por sus infinitas virtudes.

Nuestra institución, el Centro Recordatorio del Holocausto de Uruguay, saluda a toda la familia Winter y muy especialmente a nuestro querido vicepresidente Rafael Winter (Rufo) de quien nos consta su abnegación y cuidados hacia su madre como pocas veces se ven. Hacemos extensivos nuestros saludos a sus hermanos Alfredo y Heriberto y demás familiares, de quienes también sabemos siempre se estaban comunicando con Hanna desde el exterior, muy pendientes de ella.

Esperamos pronto puedan encontrar consuelo. Tuve el privilegio de disfrutar de su hospitalidad y calidez en su hogar, ese halo angelical que rodeaba su presencia física, que es lo único que nos estará faltando, porque su espíritu ya quedó entre nosotros para la eternidad.-