Memoria y Dignidad: Ana Jerozolimski resume parte de una experiencia inolvidable para el equipo docente del Centro Recordatorio del Holocausto de Uruguay

Memoria y Dignidad: Ana Jerozolimski resume parte de una experiencia inolvidable para el equipo docente del Centro Recordatorio del Holocausto de Uruguay
17 mayo, 2023 administrador

El antes y un después de un viaje al horror y la vida

En la foto, Rita Vinocur, presidenta del Centro Recordatorio del Holocausto de Uruguay y Ana Jerozolimski, directora del Semanario Hebreo

 

Cuando emprendimos el lunes último el viaje a Polonia con el grupo “Memoria y dignidad” compuesto por 42 uruguayos, tanto judíos como no judíos, nuestro guía, el israelí de origen argentino Dr. Mario Sinay, un verdadero erudito especializado en la enseñanza de la Shoá, aclaró que no se trataba solamente de una visita a lo que habían sido los campos de concentración y exterminio sino también a la vida judía antes de la Shoá. No era un mero detalle cronológico sino  un punto clave del programa. Conocer parte al menos de la multifacética y floreciente vida de múltiples comunidades judías en la Shoá, de cuyo seno salieron figuras gigantescas no sólo en el estudio religioso sino también en la literatura, las artes, el teatro y hasta el deporte en sus respectivos países, ilumina una vida llena de acción de nuestros antepasados. Y al mismo tiempo, resalta la magnitud de la destrucción.

La imponencia de la vida judía en Europa deslumbra. Pero no por pensar que cuando los nazis ocuparon Polonia, había  400.000 judíos en  Varsovia sino por todo lo que habían hecho, la cantidad de sinagogas, casas de estudio, instituciones comunitarias y aporte a la comunidad y la sociedad polaca en general. En Lodz eran algo más de 200.000 y habían desarrollado una impresionante red de instituciones que atendían todas las necesidades de sus miembros. En todas las comunidades se estudiaba, se trabajaba intensamente, se atendía con caridad a los necesitados

Se vivía.

Se amaba.

La gente se iba de vacaciones.

Tenía sueños y planes.

Hasta que la oscuridad cayó sobre Europa.

Y ellos, no sabían que serían víctimas.

En este viaje de estudios, todos aprendimos más sobre el horror interminable de la bestia nazi y sus colaboradores, de lo bajo a lo que es capaz de llegar el ser humano al actuar guiado por ideas extremistas desenfrenadas. Pensábamos que sabíamos mucho y entendimos cuánto más hay por conocer.

Pero también aprendimos sobre la bondad y la nobleza de todos aquellos que arriesgaron sus vidas y sus posiciones para salvar judíos o para ayudar a comunidades en pequeños o grandes gestos que reivindicaron la condición humana. El reconocimiento es de suma importancia no sólo porque es justo sino porque es importante para no perder Fe en el Hombre y la humanidad.

Y aprendimos cuán equivocado es ese concepto que demasiado a menudo hemos escuchado, que los judíos “se dejaron matar como rebaño”. Los judíos no sabían que serían víctimas. Aferrarse a la vida es un motor muy natural y muy fuerte para seguir adelante. En determinado momento, entendieron, claro que sí. Pero la trampa del engaño nazi fue maléfica y eficiente hasta demasiado tarde.

Al cumplirse semanas atrás el 80° aniversario del ghetto de Varsovia que estalló el 19 de abril de 1943 , es importante recordar que ya antes fue el levantamiento de los movimientos juveniles judíos de Cracovia. Y que hubo otros en Sobibor, Treblinka y muchos lugares más. En todos ellos, el rol de las mujeres luchadoras fue impresionante.

Pero no sólo levantarse en armas era heroísmo.

También repartir un trozo de pan. Lograr esconderse y sobrevivir largo tiempo en silencio para seguir viviendo. Y compartir la sopa aguada con alguien más hambriento.

También la actitud de aquel rabino que entró a la sinagoga en Iom Kipur en el ghetto de Varsovia con un plato de sopa en la mano, para convencer a su comunidad que el enemigo con el que se está lidiando quiere matar los cuerpos de los judíos, no sólo el alma, y hay que combatirlo, comiendo si es necesario aún el día en que se debería ayunar. Y tantos otros actos en la vida diaria.

Tuvimos el privilegio de contar en nuestro grupo con varios compañeros que son hijos de sobrevivientes de la Shoá, algunos de los cuales perdieron a sus abuelos en los campos de exterminio o en el horror de los ghettos.

La Profesora Rosa Zytner, psicóloga en la UdelaR, recordó a su madre que llegó a Uruguay y formó una familia en cuyo seno ella nació, pero a sus abuelos no los llegó a conocer. Compró en la librería de Auschwitz  un álbum con la esperanza que al revisar las fotos  pueda identificar sus rostros.

Y el Dr. Andrés Rener, que nos guió hasta la casa en la que vivía su propia madre Pola de jovencita, en Lodz, que fue el primer ghetto y el último del que fueron deportados judíos. Ella y su hermano, afortunadamente, llegaron a Uruguay, y Andrés compartió con nosotros los recuerdos.

Y qué diremos de la Profesora Rita Vinocur, quien no sólo era formalmente la directora del grupo sino su alma mater, el dínamo que hizo posible la concreción del proyecto, para quien todo esto era un viaje a los duros recuerdos familiares. La mamá de Rita, Ana Benkel de Vinocur  y su hermano Enrique, lograron salvarse y convertirse en dignos ciudadanos uruguayos. Pero su hermano menor Leibi y sus padres -o sea los abuelos de Rita- murieron en la Shoá. Y Rita, su cuñada Adela y su sobrina Ronit, siguieron sus pasos, parte en forma separada y parte con todos nosotros, tanto en Lodz como en Stutthof.

Y Anita Fraiman, residente desde hace años en Estados Unidos, quien compartió con nosotros los recuerdos de sus padres sobrevivientes de la Shoá, el pasaje por Auschwitz y cómo ya antes de eso, tuvieron que participar en la construcción de la muralla del ghetto de Varsovia.

Y están los recuerdos de Mónica, cuyo papá Silvio Packer fallecido hace unos años, era sobreviviente de la Shoá. Y de Sandra Veinstein, cuyo papá Samuel , que pasó la Shoá, falleció años atrás. Sandra y su esposo Elías, soñaban con hacer este viaje junto a su adorado hijo menor Sebastián que trágica y prematuramente falleció de Covid. Seba adoraba a su Zeide, a su abuelo Samuel. Ambos habrán seguido desde el cielo este viaje .

Y Sergio Halbertal que buscó huellas de sus abuelos. Y Miguel Fruchter que buscando en las gigantescas hojas colgantes en la barraca 27 de Auschwitz,  él que siempre sonríe, dijo con lágrimas en los ojos “encontré el nombre de mi abuelo”.

Y no se terminan aquí los recuerdos y vivencias compartidas, que iremos escribiendo y transmitiendo gradualmente, porque todo esto no podemos guardárnoslo sólo para nosotros.

Como bien dijo la Dra. Cecilia Fresnedo, una de las compañeras del grupo, “esto no es solamente un tema de los judíos”, sino un capítulo de la historia que interpela a la humanidad toda.

Agradezco en especial- y estimo que el resto del grupo lo comparte- que Mario nos haya llevado también al monumento del corazón partido en Lodz, en memoria de los 1.200 niños polacos no judíos recluidos en el primer campo de concentración de su tipo –de los que hubo muchos más en otras ciudades de Polonia-, donde fueron torturados y explotados sin límites para intentar desdibujar su identidad polaca, llevando luego a los pocos que sobrevivían, a Alemania, para “germanizarlos”. Niños, tan solo niños, huérfanos de padres polacos asesinados por los nazis porque se suponía que podían rebelarse contra el Reich, o simplemente secuestrados de las calles, convertidos en esclavos y esqueletos humanos en una edad en la que más necesitaban recibir el amor de los suyos. Indescriptible imaginar el horror.

Y tanto, tanto más.

Gracias por esta experiencia inolvidable a este grupo que lo hizo posible, porque vivirlo juntos es muy diferente de lo que cada uno podría haber hecho por separado.

Gracias por las banderas de Uruguay e Israel con las que nos cubrimos y con las que posamos para las fotos grupales.

Gracias por el Hatikva, himno nacional de Israel, compartido repetidamente, con la esperanza que desde el infierno los nazis lo oigan y entiendan que no lo lograron, que no nos borraron de la faz de la Tierra. Pero más que nada, porque eso muestra el logro del pueblo judío, que apostó por la vida.

Y por el himno nacional uruguayo que cantamos en Birkenau, de nuestro país, el país que recibió a nuestros mayores, y que en el caso de los sobrevivientes, fue el primer país que sintieron realmente suyo.

Un antes y un después, decíamos en el título.

Volveremos a nuestras rutinas, trabajos y corridas pero estimo que nadie vuelve igual y que ahora se nos ha agregado el compromiso de contar, relatar y explicar. Si, en principio, siempre lo tuvimos. Pero ahora vimos las pilas de cabello de las víctimas, vimos las pilas de zapatos y las valijas , vimos las cámaras de gas y los crematorios. Ahora tenemos la obligación de contar.-

Fuente: www.semanariohebreojai.com/editorial