Fuente: Israel Winicki
Generalmente cuando se habla de los criminales de guerra nazis, se piensa en seres brutales salidos, quizás, de los últimos círculos del Infierno. Energúmenos armados de látigos y pistolas, sedientos de sangre.
Y si se ve la biografía de muchos de ellos, se ve que surgieron de las clases más bajas e incultas de la sociedad.
Generalmente cuando se habla de los criminales de guerra nazis, se piensa en seres brutales salidos, quizás, de los últimos círculos del Infierno. Energúmenos armados de látigos y pistolas, sedientos de sangre.
Y si se ve la biografía de muchos de ellos, se ve que surgieron de las clases más bajas e incultas de la sociedad.
Pero esta norma se hace trizas cuando se descubre que los peores de estos criminales eran, por el contrario, hombres instruidos, de buena familia, con títulos universitarios, que cometían sus crímenes fríamente, sin mostrar ninguna reacción, sin utilizar la brutalidad innecesaria.
Kurt Franz, subcomandante de Treblinka (800 mil muertos), es descripto por los sobrevivientes como un hombre brutal y sádico, lo mismo que Gustav Wagner, del campo de Sobibor, o como Ilse Koch, conocida como la “Bruja de Buchenwald”. Y ellos eran brutales, sin ningún tipo de instrucción, y por ello se ensañaban con aquellos que podían estar en un nivel más alto a nivel intelectual.
Y de pronto nos topamos con Joseph Mengele, médico, antropólogo y doctorado en filosofía, cuya familia sigue siendo propietaria de una fábrica de maquinaria agrícola en la ciudad de bávara de Gunzburg. Y este hombre era el que en Auschwitz se paraba con su uniforme impecable, sosteniendo en su mano enguantada una cadenita de plata, silbando algún vals vienes, en la rampa a la que llegaban los trenes de ganado llenos de futuras víctimas de las cámaras de gas, y con la cadenita señalaba ante cada infeliz hacia la izquierda o hacia la derecha, hacia la muerte en las cámaras o hacia la “vida” en el campo. Y este hombre era el que realizaba horribles experimentos con conejillos humanos tratando de descubrir si era posible reproducir el nacimiento múltiple en forma artificial, para ello asesinó a varias parejas de gemelos.
Y de pronto nos topamos con Paul Blobel, arquitecto brillante, responsable entre otras cosas, de la matanza de Baby Yar.
Y de pronto nos encontramos con Hans Frank, brillante abogado y un eximio pianista, a quien se conoció como el verdugo de Polonia.
Y así podría continuar con la lista, pero creo que con estos nombres basta.
He preguntado a psiquiatras y psicólogos como es que personas de alto nivel social e instruidas podían cometer esos crímenes de una forma tan fría. La respuesta que me dieron es la siguiente: Mientras que el criminal surgido de las capas más bajas de la sociedad da rienda suelta a su resentimiento por haber sido sometido a otros, cuando ocupando una posición de poder, tiene bajo su puño a gente indefensa, el criminal surgido de las capas más altas de la sociedad, aquel que es instruido, actúa con frialdad, con esa frialdad que da el saberse en una posición de poder más allá del bien y del mal, una posición de poder no sólo conquistada, sino también heredada, lo que se podría definir como el MAL ABSOLUTO.