Con el escritor Mauricio Rosencof, conversando sobre la memoria… y mucho más
Cuando nos contactamos recientemente con Mauricio Rosencof, aceptó gustoso de inmediato esta entrevista y nos citó un martes de hace algunas semanas en su casa. Recordando el té con palmitas que nos había servido la vez pasada, mientras él mateaba, lamentamos pedirle que lo guarde para la próxima, y que esta vez atienda la llamada telefónica que haríamos desde Jerusalem. El día pactado, a la hora exacta, llamamos, y Rosencof, que sabía qué llamada entraba, con el sentido del humor que ya le conocemos hace años, respondió sin titubear: “Aquí está su disco”.
A lo largo de toda la conversación se fueron mezclando las historias, las suyas en los Tupamaros- aún sin mencionar el nombre explícitamente-, las de los judíos en Europa, el judaísmo, el uruguayismo, lo serio y el humor. Formalmente, la entrevista iba a versar sobre la novela que acaba de entregar a la editorial, “La caja de zapatos”. Pero en realidad, es mucho más que eso.
Es una entrevista sobre la memoria y los hilos que la entrelazan con la vida, más allá del tiempo y el lugar. Recomendamos que no se la pierdan.
Fotos: gentileza www.semanariohebreojai.com
Por Ana Jerozolimski / Publicado en semanario Hebreo el 18 de diciembre, 2020.
P: Mauricio , habíamos combinado en Almería y ahora te agarro en Las Toscas ¿verdad?
R: Así es. Yo estoy acá en el lugar del mundo, Las Toscas, en un terreno que es toda la propiedad que compró mi padre. En el fondo tiene un galponcito que garronea dos muros de los vecinos, habitable. Cuando salimos de la cana en el 85 nos habíamos juramentado con el Pepe y el Ñato que si alguno salía vivo y en condiciones de hablar, iba a dar testimonio de lo vivido. Yo no tenía dónde ir, los Franciscanos nos acogieron ahí en conventuales, estaba viviendo allá, y con el Ñato y el Pepe, en medio de las tareas de reorganizar el movimiento, nos vinimos con el Ñato acá a ese galponcito y en 15 días escribimos “Memorias del calabozo”. Te lo cuento porque se hizo acá, donde no hay un adjetivo, no hay un nombre propio, se cuenta el mundo tal cual es.
P: Y ahora que escribiste tu enésima novela, se te mezclan los recuerdos con aquel libro testimonial.
R: Claro. Lo que son las cosas, salimos en el 85, en el 86 salió el primer tomo. Y estando acá recibo, que me mandan de Italia, el pdf de la traducción en italiano, que sale ahora, y a las cuatro horas me llega lo mismo de Brasil. Te lo cuento como una anécdota emocional, digamos, porque mirá todo lo que ha pasado, tanto que el Ñato ya no está.
P: Y seguís escribiendo…Y de ahí salió tu nueva novela.
R: Este es el lugar en donde escribo, tengo una Olivetti, esa es mi oficina, y acabo de mandar para la editorial un nuevo libro que sale en el primer trimestre del año próximo, por postergación de la pandemia y todo eso, que se llama “La caja de zapatos”, y seguramente vos lo vas a sentir cuando te explique lo que es. La historia cuenta un hombre que está en la penumbra de un cono de sombra, la capucha, y toda la vida pasa por dentro de ese cono de sombra. Está sentenciado, está ahí, entonces la niñez, la infancia, los amores, la vida, yo qué sé qué, y el deseo de volver a ser parte de la caja de zapatos. ¿Por qué la caja de zapatos? Porque en la caja de zapatos, al pie del ropero, junto a las ventosas que tenía mi vieja para cuando se engripara papá, estaban las fotos de la familia.
P: Pah, qué idea fuerte…¿De la familia que quedó en Europa?
R: De todos, cuando se vinieron se trajeron las fotos, que son reliquias. Desde mi viejo trabajando en una sastrería en Lublín hasta un rostro imponente de mi abuela, que nunca conocí, mi madre parada con sus dos hermanas rodeando, sentadita, a mi abuela… Entonces, claro, todas esas historias… Eso es memoria. Eso es lo que queda de la memoria, y el deseo del individuo que está debajo de esa capucha de poder trepar un día a la caja y quedar como testimonio.
P: ¿Y eso es una memoria que vos llevaste siempre contigo y hay algo que lo detona y te dice: “tengo que escribirlo”? ¿Es cuestión de un tiempo que llega?
R: Es un tema recurrente. El tema de la memoria para mí es fascinante, porque ocurre con la memoria que no tiene cronología, no tiene almanaque, no marca los días, entonces es un transcurrir permanente. Si vos evocás a la niña que fuiste jugando a la rayuela en la vereda se te presenta tal cual era, sin fecha, está igualita. Porque además la memora grabó lo que se le cantó, no las cosas que más te impactaron. Y uno es su memoria. Digamos, cuando mi vieja me señalaba con un dedito a sus hermanas y me preguntaba el nombre de ellas para recordarlas, estaba fijando la memoria también. No quedó nadie. En algún pasaje se cuenta, mi vieja cuando llegaba a una carta preguntaba: “¿Y de mí no dice nada?”, “¿Y para mí no hay nada?”. No, nunca hubo nada. Hubo algo, que también se cuenta ahí, que alguien que estuvo en Auschwitz, una mujer -que yo era un muchachito y lo que recuerdo es que tenía grabado en el brazo una especie de número telefónico- vino porque alguien que había estado con ella en Auschwitz, a quien un día la fueron a buscar para cortarle el pelo, era la hermana de mamá. Le fueron a cortar el pelo por otra historia que tiene que ver con un libro mío, “Las cartas que no llegaron”… iba a la cámara de gas, no quedó nadie. Esa mujer estuvo en casa, y bueno, pegó un salto a algo que me costó mucho, porque “Las cartas que no llegaron” cuenta también parte de eso.
P: Otro de tus libros dedicado a la memoria por cierto. Sobre la memoria.
R: Sin duda.
Con sobrevivientes, en Uruguay
P: Tenés tus propias vivencias de memorias y te has nutrido también de las de otros.
R: Por supuesto. Te cuento que un día me llega el cineasta Gerardo Stawsky, que estaba haciendo “A pesar de Treblinka”, formidable documental, y trabajaba con la ORT. Recibí una invitación para formar parte del documental con los sobrevivientes de la Shoá. Entonces le digo: mirá, me emociona esta invitación pero esta historia es demasiado fuerte y yo no puedo estar… Pero después de eso recibí una carta, que para mí es un tesoro, firmada por todos los sobrevivientes que había acá, diciéndole que para ellos sería muy lindo que fuera, muy importante, porque de alguna manera yo recibo la posta de esa memoria. Entonces me encontré en el Parque Rodó, donde se hizo esa filmación, con amigos de mi viejo, con gente que conocía. Y bueno, entonces por una avenida, bordeada de palmeras, desde la que se veía el mar, playa Ramírez hacia el sur, llegaron todos elegantemente vestidos. Oigo un canto que viene subiendo por el Parque Rodó y era Ana Vinocur, con un canto en los labios.
P: Así era ella.
R: Exacto, como era ella. Y bueno, nos sentamos ahí en fila, todos. Había un riel donde Stawsky pasaba una cámara y me había pedido que leyera un fragmento para todos los que estábamos ahí de “Las cartas que no llegaron”. Lo que tomé para leer es la parte final de lo que el libro cuenta, sobre los internados que trabajaban en la cámara de gas que habían juntado combustible y preparaban un alzamiento. Y ahí cuento el alzamiento de Treblinka, donde fugaron como 300, incendiaron la cámara de gas, huyeron como 300, había gente que quedaba anonadada y no se animaba a salir corriendo… Finalmente sobrevivieron 12 de todos ellos.
P: Y cuando vos leías esos fragmentos ¿qué pasaba en el grupo de sobrevivientes?
R: Yo cuento eso como algo de impacto, que está en mí. Sentado frente a mí había un hombre muy pulcramente vestido, con capa, sombrero gris, los zapatos bien lustrados, de traje… Y mientras yo leía veía que él hacía un movimiento de cabeza como asintiendo. Stawsky nos había puesto ex profeso frente a frente, nos quiere presentar y, ¿qué me dice Stawsky?. “Este hombre es Chil Rajchman , sobreviviente de Treblinka y uno de los que actuó en la incineración de la cámara de gas de Treblinka”. ¿Vos te das cuenta de lo que sentí yo en ese momento?
P: Se me erizó la piel, aunque ya conocía la historia.
R: Bueno, pero después hubo algo que fue muy personal porque estábamos él y yo solos. Caminamos juntos, agarrados del brazo, esquivando piedras y pastos. Y me narró dos historias sobre Treblinka. Primero me dice: “mire, el primer impacto fuerte que tuve, el primer trabajo que me dieron era clasificar la ropa de la gente que llegaba, había montañas de ropa, yo clasificaba la ropa y me encontré con el vestido de mi hermana”.
Pegamos la vuelta al lugar donde estaban todos. A la vuelta intercambiamos muchas cosas, pero te sintetizo esto porque tiene que ver con algo que te conté recién, de “La caja de zapatos”. Me dice: “Un día nos juntan y dicen que necesitan 12 peluqueros y que los que sepan peluquería levanten la mano”. Chil no levanta, el que está atrás le dice que se anote, porque si tenías trabajo seguías viviendo, entonces se anota. Entonces, me cuenta de su trabajo. Chil estaba en el corredor que conducía a la cámara de gas, había una silla, él tenía las tijeras y venían las mujeres, desnudas, y cada una aguardaba turno, las regimentaban, se sentaba en la silla y él les cortaba el pelo. Las pelaba, las rapaba, ese pelo tenía valor de venta. Entonces recuerda y me cuenta que una vez una señora se sentó en la silla y le murmura: “Por favor, demorá todo lo que puedas, porque atrás viene mi hija y queremos entrar juntas”.
P: Impresionante… Ir juntas a morir en la cámara de gas.
R: El trabajo de Stawsky es bárbaro, porque ahí está la resistencia también.
No sólo Holocausto, también heroísmo
P: Para vos es muy importante destacar esa parte, la resistencia.
R: Es que a mí nunca me gustó la expresión, me pasa lo mismo que a Primo Levi, guardando las distancias, tengo el mismo sentimiento que tuvo él. No le gustaba el término “Holocausto” porque hubo también heroísmo y hubo resistencia, en todos los guettos.
P: Lamentablemente eso no minimiza el asesinato masivo, pero es importantísimo destacar eso que decís, sin duda alguna.
R: La guerra se venía peleando de hecho desde la Guerra Civil española, que fue la primer barricada contra el fascismo… sobrevivientes de ellos estuvieron en el gueto de Varsovia ahí, y además te cuento un detalle. En la Guerra Civil española, en la República invadida por Franco -con el apoyo de Musolini, que mandó tropas, y de Hitler, que mandó a probar su aviación, que después bombardean Lídice y Guernica-, se forman fuerzas en las que participa gente de todo el mundo. El 20% de los 15.000 brigadistas que lucharon contra el fascismo ahí eran judíos.
P: Sé que ese es un punto que siempre te resulta importante destacar.
R: Claro que sí. Cuando estaba en la Dirección de Cultura hicimos un memorial, que está en Santiago Vázquez, con los uruguayos que fueron a pelear ahí, que combatieron, y entre los 70 y pico que murieron allá hay una docena de judíos.
P: Yo me acuerdo que en una de las entrevistas que hicimos en tu casa, me contaste aquello del mapa con cruces y espadas….
R: ¡Sí! Y en el encuentro que tuvimos en el Parque Rodó, que te contaba, por Stawsky, estaba la viuda del protagonista de esa historia, que era técnico de Olivetti, la máquina de escribir que tengo yo me la dio él, fíjate vos…
P: Recordemos por favor la historia del mapa.
R: Un día me invita a cenar este amigo de mi viejo, Mendiuk, el técnico de Olivetti. En determinado momento me preguntó de qué pueblito era mi viejo y yo le digo: “mirá, el pueblito de mi viejo no existe en el mapa, una población de campesinos… Belcyze”. Yo llegué a visitarlo. Y él me dice: “¿Cómo que no está en el mapa? Vamos a ver”. Entonces retiró las cosas de la mesa y trajo un rollo grande, extendió un mapa, que era de los nazis, con todos los países ocupados de Europa, con el nombre de todas las ciudades, los pueblos, las capitales, completísimo, donde en cada ciudad y pueblito había dos, tres, cuatro cruces, y en algunos, luego de las cruces, una espada. Y le pregunté qué era eso, entonces me explicó: cada cruz significa 1.000 judíos muertos, cuatro cruces, ahí mataron 4.000 judíos. Y le pregunto por la espada: la espada es porque en ese lugar hubo resistencia. Entonces encontramos Belcyze, que tenía tres cruces, y el pueblito de mi viejo tenía espada.
Historia e identidad
P: Se te mezclan muchas historias y recuerdos…
R: Y vos estás festejando ahora el aniversario del diario de tu viejo. En aquella época, en aquella época del barrio Palermo, barrio de italianos y judíos pobres, con la lechería, había un tambo también en el barrio. Estaba Naftune que era “cuentenic” (vendedor ambulante a crédito) ….
P: Esperá…me perdí…¿a qué viene esto?
R: A que los diarios salieron de ahí, ahí salió el diario de tu viejo, ahí estaba la pieza con cuatro linotipos, el Unzer Fraint.
P: Al principio papá hacía ahí el Semanario Hebreo…claro.
R: Digamos, todo eso es memoria, todo eso es historia, todo eso es nuestra historia, porque a la hora de los hornos no te piden más identidad que esa.
P: Y cuando decís nuestra historia, es del pueblo judío en general, cada uno con sus posiciones políticas, vos en un lado, otro en las antípodas, pero hay algo que une a todo, ¿eso es lo que sentís?
R: Seguro, es nuestra historia, pero decime, ¿cómo Howard Fast, desprejuiciado, escribe “Mis gloriosos hermanos”? Yo también los siento a los Macabeos, pero forma parte de mi historia, de mis raíces. Cómo no voy a sentir la presencia de Primo Levi… Además, una cosa curiosa, el día que se libera Auschwitz sale Otto Frank, el padre de Ana, que va a Amsterdam a esperarla inútilmente, sale Primo Levi, que es un referente ético cultural… te voy a contar, recién te hablaba de la Guerra Civil española… el grupo político al que pertenecía Primo Levi en Italia, Tierra y Libertad, dirigido por dos hermanos judíos también, fueron los primeros brigadistas internacionales que de Italia van a España. Fíjate vos. Bueno, y él cae y sale de Auschwitz. Y la tercer persona que registró eso ahí es la hermana de mi papá. Entonces fíjate vos cómo no vamos a tener tanto en común… Y el tema es ése, tocaste un tema álgido. A la hora de los hornos todos somos uno.
La memoria entrelazada en la vida
P: La memoria, tan recurrente en tu obra y tu sentir, se mezcla siempre… “Las cartas que nunca llegaron” , ahora “La caja de zapatos”, ¿todo es lo mismo, una vez sacás una historia y otra vez sacás otra, pero hay un hilo que une a todas?
R: Y sí, hay personas… cada cual tiene su territorio. García Márquez tiene a Macondo. Pero…, pero oíme una cosa, ¿dónde aprendí esto? ¡Con Sholem Aleijem! El pueblito de Sholem Aleijem crea a lo personajes, crea todo. Es un personaje que nosotros tuvimos en el barrio también, porque viví en una casa en inquilinato y había también un “Motke di gánev” (Motke el ladrón) y teníamos todo, y el violinista sobre el tejado que quería casar a las hijas… Bueno, crea un pueblo, el barrio mío es el barrio de la integración de todas las nacionalidades que conformaron lo que hoy es esta República Oriental Uruguay, por la que peleamos.
P: ¿Qué edad tenés ahora?
R: 87. ¿Querés que te diga una cosa? Cuando los cumplí, el Pepe va y me dice: “Cumpliste años, bueno, jodete, si seguís cumpliendo vas a llegar a viejo”.
P: ¿Te sentís viejo?
R: Ni se me ocurre… Mientras el cuerpo aguante, voluntad no falta.
P: Y escribir …es como una necesidad de adentro, ¿no?
R: Y sí, yo creo que a veces hay algo de adentro, que no sé en qué neurona está escondida o dónde, como aquella murga, “Nos obligan a salir”. Entonces tá, cuando te sentás frente a la máquina los dedos corren por cuenta propia en la máquina de Mendiuk, en la Olivetti.
P: ¿Nunca escribiste en computadora?
R: Intenté hacerlo, por insistencia del prójimo…
P: Me la imagino al prójimo…
R: Intenté hacerlo, y más o menos estaba engranando, pero un día se ve que apreté una tecla y se borró todo, nunca lo recuperé. Entonces mandé tal pu….. que se resiste la computadora a que yo le escriba. Entonces, mirá, yo aprieto en la Olivetti una tecla equivocada y no se me borra nada.
P: Y las editoriales te lo aguantan.
R: Sí, seguro, vienen, me lo pasan prolijo y después me lo traen impreso, porque tampoco puedo leer en pantalla. Ya ese trabajo terminó con “La caja de zapatos”. Te cuento esta anécdota que figura en la historia: en el barrio había un cuentenic Iacob, que pateaba con la zurda. Inmigrantes de la misma tanda que el viejo. Y a la vuelta de casa, en un baldío, se había afincado el gallego Menéndez, que venía de la Guerra Civil española, cuya familia había quedado allá y estaba desconectado. Eran dos hombres muy sobrios, se saludaban con un gesto. Pero una vuelta por la calle Garibaldi, cuando el gallego Menéndez iba rumbo al boliche a levantar su vino recetado del atardecer, con unas frazadas a la venta al hombro el viejo Iacob caminaba de regreso a tomar el tranvía. El cuentenic Iacob iba cantando, tarareando, en yiddish, el canto de los partisanos. Entonces el gallego Menéndez venía tarareando también lo suyo, esas canciones que mientras uno se llena de recuerdos y le salen solas, y siempre se saludaban con un gesto, y en eso el gallego Menéndez lo oye y se para: “oiga usted, ¿qué está cantando?”. Entonces le responde Iacob, y se lo dice pero en yiddish: “el Himno de los Partisanos”. “¿Y en qué idioma canta usted?”. “En yiddish”. Entonces se le arrima el gallego Menéndez, y uno en español y el otro en yiddish se entonan unas frases en la vereda por la muerte a los partisanos. Dicho sea de paso, Mendiuk fue partisano.
P: ¿Viste cómo se te juntan las historias? Es lineal, aunque a los saltos…
R: ¿Sabés cómo se salvó Mendiuk? Creo que en Checoslovaquia, había una redada, él y el hermano iban a ser fusilados, habían cavado la zanja, estaban ahí, prontos -Mendiuk no era rengo, quedó rengo a partir de esto que te cuento-. Dan da la orden de fusilamiento y Mendiuk le dice al hermano: “Cuando yo te diga te tiras”. Cuando empieza el ametrallamiento se tiran él y el hermano, de noche, navegando entre los cuerpos, salen a la superficie; él con un balazo en la pierna, el hermano entero. Después huye al bosque y se integra a la resistencia, a las milicias…
P: Cada historia de esas amerita un libro…muy fuerte. Y habría mil cosas más para preguntarte y sobre las que escucharte.
R: Pero, piba, esto es como si te tuviera sentada al lado, la voz clara, cantarina, compañera, emotiva.
P: Faltan las palmitas de Almería. ¿Te acordás?
R: Claro. Forman parte de nuestras vidas, piba.-