De un hueco en la tierra al museo: las desgarradoras fotos recobradas del gueto de Lodz
El autor, Henryk Ross (en la foto, al final de la guerra y durante el juicio a Eichmann), se las dio a otro sobreviviente, que las atesoró toda su vida en secreto. La increíble historia de cómo llegaron a la colección permanente del Museo de Bellas Artes de Boston
Nota y fotografía pertenecen a Infobae.com
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Henryk Ross era fotógrafo de un periódico de Varsovia cuando los nazis invadieron Polonia, en 1939. Un año más tarde terminó junto a su esposa, Stefania, confinado en el gueto de Lodz, el segundo más grande —allí vivieron 160.000 personas— del millar de guetos en los que se aisló a la población judía de las naciones del este europeo. Por su habilidad lo destinaron a trabajar en el Departamento de Estadísticas, haciendo retratos para las tarjetas de identificación de las personas y cada tanto imágenes de propaganda sobre el gueto.
De manera clandestina, al mismo tiempo tomó unas 6.000 fotos de la vida allí: desde las condiciones insalubres, por las que murió el 20% de la población encerrada, hasta las pequeñas felicidades cotidianas como una boda; desde los traslados a los campos de concentración —en general, Chelmno y Auschwitz— hasta los juegos de los niños. El sufrimiento y la resiliencia de la gente.
Cuando Alemania ordenó la liquidación del gueto, en 1944, Ross escondió su archivo en un hueco que hizo con sus propias manos en la tierra. “Enterré los negativos para que hubiera alguna clase de registro de nuestra tragedia”, dijo en 1991, antes de su muerte. “Esperaba la aniquilación completa de los polacos judíos”. Gracias a que él corrió ese riesgo, hoy el Museo de Bellas Artes (MFA) de Boston ha recibido en donación medio centenar de esas imágenes que documentan la tragedia y la esperanza, casi siempre vana, de las personas encerradas en el gueto de Lodz.
Ross vio salir al último contingente hacia Auschwitz y supuso que a él lo liquidarían in situ, una vez que cumpliera con la orden de limpiar todo lo que se pudiera antes de la llegada de los aliados. Sin embargo, sobrevivía aún en enero de 1945 —se contó entre las 877 personas que lo logró— y fue liberado por las tropas soviéticas.
Tres meses más tarde regresó a Lodz y desenterró la caja. Buena parte del material se había arruinado. A partir de lo que aun servía hizo copias.
No se sabe en qué circunstancias o por qué motivo le regaló 48 impresiones a Lova Szmuszkowicz, quien había sobrevivido a Auschwitz luego de haber sufrido en el gueto con él. Cuando Szmuszkowicz emigró a los Estados Unidos, las llevó entre sus pocas cosas, en un sobre que decía: “Fotos tomadas por Henryk Ross en el Gueto de Lodz, que me fueron entregadas personalmente por Henryk luego de la guerra, en Lodz, en 1945″.
Durante 62 años Szmuszkowicz, que cambió su nombre por el de Leon Sutton, atesoró ese sobre. En 2007, tras su muerte casi centenario, su hijo Paul Sutton, lo encontró en la casa familiar de Woodstock, Nueva York. Quizo el azar que Sutton fuera fotógrafo y sintiera que su padre le había legado un tesoro. La misma suerte, con más capricho aún, lo condujo 10 años más tarde a una visita al MFA. Se topó entonces con la muestra La memoria desenterrada: las fotos del gueto de Lodz de Henryk Ross.
Lo recorrió un escalofrío: esas imágenes eran de la misma serie que las que su padre había llevado de Europa a América, como una astilla saltada de un bloque de madera. El catálogo del que faltaban las 48 que él había visto era una colección de Art Gallery of Ontario (AGO). Decidió entonces que, en nombre de su padre, debía comprobar la autenticidad de las fotos y lograr que quedaran en una colección pública.
Así comenzó la historia que desembocó en la noticia del MFA: “Esta colección extraordinaria de imágenes nos recuerda el poder de la fotografía para conservar y amplificar el rango emocional de la experiencia vivida”, dijo en el comunicado Matthew Teitelbaum, historiador y director del museo. “Imagínense la travesía: pasaron del fotógrafo a un compañero de encierro en el gueto de Lodz, fueron escondidas y traídas a la ciudad de Nueva York en un pequeño sobre, pasaron de una generación a la siguiente luego de una vida entera de cuidado y ahora serán conservadas de manera permanente en una de lasmayores colecciones de fotografía de los Estados Unidos. Eso, también, es algo potente y memorable”.
La vida en el gueto
En 2017, cuando las fotos de Ross que posee AGO se exhibieron en Boston, un sobreviviente, Aire Kasiarz, contó a The Boston Globe que mirarlas le quitó el sueño, literalmente, durante días. “Me enfermo si los recuerdos regresan. Puedo olvidarme lo que comí ayer, pero no puedo olvidar lo que pasé en el gueto”, sintetizó.
Tenía 12 años cuando él, sus dos hermanas y sus padres fueron sacados de la casa en la que vivían en el centro de Lodz y alojados en un apartamento de una sola habitación en el área, de unos 4 kilómetros cuadrados, separada por cercas y alambrado de púas. No pudieron llevar dinero, ni siquiera sus ropas; no volvieron a ver a sus vecinos. Vivían en hambre constante. Su madre usaba pasto para hacer sopas y él una vez robó una papa del almacén donde trabajaba. “Si nos revisaban íbamos a la cárcel, pero nos arriesgábamos”, contó sobre la conducta habitual de él y los demás confinados.
“Las condiciones de vida en el gueto eran horrendas”, explicó el sitio del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos. “La mayor parte del barrio no tenía agua corriente ni cloacas. El trabajo duro, el hacinamiento y el hambre eran las características dominantes de la vida. La inmensa mayoría de los residentes del gueto trabajaba en lasfábricas alemanas y sólo recibía una ración escasa de comida”.
Como los nazis lo consideraban un “gueto modelo”, los residentes eran explotados de ese modo: producían zapatos, textiles, uniformes militares alemanes, colchones. Una de las imágenes de Ross muestra a dos adolescentes descalzos que mueven un carro lleno de heces, el sistema de eliminación de desechos del gueto: un trabajo peligroso y que solía equivaler a contraer tifus, casi siempre fatal en el cuadro general del momento. Uno de cada cinco residentes murió por el hambre, las infecciones y el agotamiento; el resto, excepto un puñado liberado por los aliados, fue deportado a los campos de exterminio.
Las fotos de Ross retratan toda esa reducción a la miseria, toda la violencia con que se empujaba a la gente dentro de los vagones de ganado que los llevarían a Chelmno o Auschwitz, los niños detrás de las cercas antes de salir hacia su muerte en las deportaciones de septiembre de 1942, o Sperre, cuando Jaim Rumkowski, la autoridad del Consejo Judío con que los nazis gobernaban el lugar, transmitió que había recibido la orden de entregar a 2.000 personas, incluidos ancianos, niños y enfermos.
“El gueto ha recibido un duro golpe. Nos piden que entreguemos lo mejor que tenemos: los niños y los ancianos. Nunca imaginé que me vería obligado a llevar este sacrificio al altar con mis propias manos. En mi vejez, debo extender mis manos y suplicar. Hermanos y hermanas: ¡Entréguenmelos! Padres y madres: ¡Denme a sus hijos!”, dijo Rumkowski en el discurso más aterrador para la memoria de los sobrevivientes. Él mismo fue enviado a Auschwitz en el último tren que salió de Lodz, y masacrado en 1944.
Por qué el público no quería ver las fotos de Henryk Ross
Según escribió Franziska Reiniger en el sitio de la organización Yad Vashem, para el recuerdo de la Shoá, lo más especial de las fotos de Ross es que van más allá de las atrocidades y muestran familias felices con un nuevo bebé, enamorados sonrientes. Y eso, también, las hizo intragables.
“Las imágenes que mostraban la otra cara del gueto fueron desconocidas hasta 1997 —seis años después de su muerte— cuando su hijo hizo accesible su colección. Probablemente esto tiene mucho que ver con el hecho de que el público no quería ver estas fotos”, analizó Reiniger. “Es revelador que las fotos de Mendel Grossman del gueto de Lodz sean muy conocidas, aunque Grossman no sobrevivió para catalogarlas o explicarlas. Las fotos de Ross, sin embargo, permanecieron inéditas durante casi 60 años, a pesar de que Ross sobrevivió e incluso dio testimonio en el juicio de [Adolf] Eichmannen 1961 sobre la base de ellas”.
Fotos como la de una deportación en la estación de ferrocarril de Lodz, por ejemplo, repetían la imagen habitual de las víctimas del nazismo: un vagón de ganado, un grupo de personas frente a él, otro inmediatamente a su lado con uniforme de policía del gueto, un soldado SS armado, la oscuridad tras la puerta del vagón, donde sólo se ve a una persona que es ingresada a los empujones, contra su voluntad. Es una de las que describió Ross en Jerusalén durante el proceso contra Eichmann:
En una ocasión, cuando unos conocidos míos trabajaban en la estación de ferrocarril de Radegast, que estaba fuera del gueto pero vinculada a él, y donde paraban los trenes con destino a Auschwitz, conseguí entrar en la estación disfrazado de limpiador. Mis amigos me encerraron en un almacén de cemento. Estuve allí desde las seis de la mañana hasta las siete de la tarde, hasta que los alemanes se fueron y el transporte partió. Vi cómo se iba el transporte. Escuché los gritos. Vi las palizas. Vi cómo les disparaban, cómo asesinaban a los que se negaban. A través de un agujero en una tabla de la pared del almacén hice varias fotos.
En general Ross trabajó así: escondido. O con la cámara dentro de su abrigo, que abría un poquito para tomar subrepticiamente una foto.Arriesgó su vida cada vez, en al menos 6.000 oportunidades: una por cada uno de sus negativos.
Pero muchas de esas ocasiones reflejaron momentos anómalamente humanos: “Ross se las arregló para hallar belleza aun entre el sufrimiento que la población del gueto enfrentaba a diario”, escribió Reiniger. “Fotografió escenas como una pareja besándose detrás de un arbusto, fiestas de cumpleaños, recepciones en el gueto, el amor entre las mujeres y sus hijos, la alegría de los niños jugando y los momentos felices de los residentes del gueto”.
Además, muchos rechazaban las fotos de Ross porque se limitaban a lo que se ha juzgado como la élite del Consejo Judío: aquellos que vivían en condiciones ligeramente menos espantosas por haber sido destinados a la burocracia. “Sin embargo, los uniformes de la policía del gueto, con laestrella de David que todos los judíos estaban obligados a llevar, interrumpen las escenas idílicas”, agregó la historiadora. “Nos recuerdan que las personas capturadas en las fotografías fueron obligadas a vivir en el gueto como todo el mundo, y que finalmente, la mayoría de ellos fueron deportados y asesinados durante el Holocausto”. En el caso del gueto de Lodz, más del 95% del total de la administración.
De Lodz a Nueva York y de allí a Boston
El hijo de Sutton contactó al coleccionista Howard Greenberg, dueño de una famosa galería de fotografía de Nueva York. “Desde el comienzo su objetivo real no era mercenario, en el sentido de que no quería simplemente vender y obtener tanto dinero como pudiera”, recordó Greenberg a The Boston Globe. “Paul estaba realmente interesado enhonrar a su padre. Eso significaba mucho para él”.
Tanto León como su madre, Felice, habían vivido en el gueto de Lodz. “No hablaban mucho de los detalles”, contó Sutton. “En general miraban hacia el futuro, no al pasado”.
Sutton quería que las 48 impresiones, que además del valor histórico tenían el adicional artístico de haber sido realizadas por Ross en el mismo momento del final de la guerra, permanecieran juntas y que funcionaran como una colección con el nombre de su padre. Greenberg decidió recurrir a la donación del fotógrafo Phillip Leonian, fallecido en 2016, para adquirir las fotos y donarlas, en nombre de Jacques Preis, fideicomisario del fondo, al MFA.
Cuando todos en esa cadena estuvieron de acuerdo, Greenberg pensó “Esto es demasiado bueno para ser verdad”. Pero no: fue exactamente lo suficientemente bueno, y funcionó. “Estas fotos sobrevivieron”, dijo alGlobe. “Se suponía que no iban a sobrevivir. Se suponía que nadie iba a sobrevivir. Se suponía que Ross no iba a sobrevivir. Que Sutton no iba a sobrevivir. Pero lo lograron. Y las fotos están acá”.
Ahora ocupan un lugar central en la colección del MFA sobre fotografía de la Segunda Guerra Mundial, junto con obras de Robert Capa, Eva Besnyo, Roman Vishniac y Clemens Kalisher.
Para Sutton fue un final extrañamente feliz, que presenta la vida personal de su padre como un punto brillante en las grandes corrientes de la historia. “Estas fotos son algo mucho más grande que un recuerdo familiar, y estoy orgulloso de que mi padre las haya conservado”, comentó. “No siento que las esté perdiendo: siento que se las estoy dando el mundo. De mi padre, como sobreviviente: su legado. Eso es. Como primera generación de estadounidenses judíos, hijo de dos polacos sobrevivientes del Holocausto, creo firmemente que nunca debemos olvidar”.-