Con Miguel Kertesz, segunda generación de la Shoá. Plasmó la historia de su madre Miri Bek en el libro “Una voz para la memoria”.

Con Miguel Kertesz, segunda generación de la Shoá. Plasmó la historia de su madre Miri Bek en el libro “Una voz para la memoria”.
22 mayo, 2017 administrador

Por Ana Jerozolimski. Publicado en Semanario Hebreo el 20 de Abril de 2017.

Miguel Kertesz no es solamente hijo de una sobreviviente de la Shoá sino también quien se encargó de perpetuar la historia de su madre y de transmitirla a lo largo y ancho de Uruguay. Ameritaría que su libro cruce fronteras. Son numerosos los relatos de los sobrevivientes, es cierto. Pero cada uno, es un mundo entero.

Este es un resumen de su vivencia como hijo, testigo del relato gradual antes oculto durante décadas, y como escritor que sintió la necesidad de transmitir. También como judío uruguayo que sintió el abrazo que recibió su madre al contar su historia, además de las lágrimas que corrían por las mejillas de un alumno nada más ni nada menos que en el colegio alemán, al escuchar su testimonio.

Miguel, se acerca Iom HaShoá y lidiamos con el imperativo de recordar a las víctimas, pero creo que no menos que eso, debemos homenaje a quienes lograron sobrevivir y tuvieron fuerzas para seguir adelante. Y en pocos días, tu mamá, Miri Bek, sobreviviente de la Shoa, está cumpliendo 90 años. Es un canto a la vida, llena de energía positiva ¿Te animás, combinando tu condición de hijo y de escritor que plasmó su historia en el libro “Una voz para la memoria”, a analizar el secreto?

La fuerza de voluntad que sostuvo a miles y miles con vida a pesar del hambre, el frío, la prisión y las diferentes formas de castigo a las que fueron sometidos se prolonga en ellos. Se extiende en el tiempo, los blinda ante acontecimientos que a cualquier “ser normal” nos hace quejarnos.

Todos ellos, casi sin excepción, dicen: -“Otros sufrieron más que nosotros. No sobrevivieron.”

¿Dirías que todas sus peripecias se reflejaron en la vida de la familia de alguna forma? Te lo pregunto porque imagino difícil que inclusive quien tomó la decisión de seguir adelante y no anclarse en el recuerdo, lleva consigo toda esa pesada carga.

Es difícil abstraerse. Es difícil ver en perspectiva. Una vez que crecimos, nos fuimos dando cuenta de que mi padre la protegía, evitando tocar algunos temas. Hay cosas que afloraban, sin embargo. Por ejemplo, ella nunca ha podido ver que quede comida en un plato. El hambre marca.

Supongo que tú mismo pasaste un proceso hasta que pudiste escribir el libro. Por un lado estará el afán del escritor por relatar y más aún algo que te constaba de primera mano… pero no debe ser fácil cuando el personaje es tu propia madre.

Como la mayoría de los sobrevivientes, me consta, no habló sobre el tema. ¿Para qué preocuparnos? Hace unos años, en el jardín de nuestra casa, hicimos una primera entrevista junto a un amigo. Básica. Muy básica. Con el tiempo, fui voluntario de la Fundación para la Historia de los Sobrevivientes de la Shoá (Fundación Spielberg). Participé junto a Rita y Adela Vinocur y a Rosita Zytner de algunas entrevistas. En mi caso, detrás de la cámara. Para ello, tuve que tener en cuenta algunos detalles técnicos que implicaban una distancia. Por ejemplo, no podía perder de vista que la historia era algo que había pasado hace varias decenas de años y que, por suerte, quien estaba frente a nosotros era alguien que había sobrevivido. Imposible “endurecerse” pero sí, hacer racional lo que llega por el corazón.

Desde tu punto de vista ¿qué fue lo más duro en la historia de tu mamá?

Es difícil elegir lo más doloroso. La pérdida de su padre, enterrado en Safed (Tzfat) y no haber encontrado nunca su matzeive. La separación de su madre y no haber sabido nunca su destino. Ser “cosificada”. Vestida con ropas ridículas, rapada, revisada una y otra vez, contada en los appeles por sus gendarmes.

¿Recuerdas la primera vez que tu mamá les contó a ti o a tu hermana sobre lo que había vivido?

No. Ella contaba una historia atenuada en sus vivencias. Ya habíamos pasado la adolescencia cuando ella me brindó su testimonio filmado. Luego, mi prima Mónica también la entrevistó y, casi tuve un panorama completo cuando la Fundación recogió su testimonio. Mi madre no quedó conforme con lo conversado en ese momento. Con el tiempo, ya abierta la ventana de sus recuerdos, me propuse reconstruir y ordenar el conocimiento que yo mismo tenía. Fue revelador. Armé un mapa que está en la página 14 del libro y me empezó a cerrar. Como un collar, los campos de concentración fueron alineándose. Pude simpatizar con su “Schindler” (así llamo a un capataz que salvó su vida en el crudo invierno europeo) y odiar a sus kapos.

¿Fue distinto el contarle ya a los nietos?

Todos ellos ya estaban más preparados. Cada uno de ellos leyó el libro y tuvo que pasar por la exhibición de su abuela como una heroína que recorría hasta hace un año los medios de comunicación y diferentes ciudades del paisito.

A raíz de la publicación de tu libro y de hecho entiendo que ya antes, tu mamá fue invitada a dar numerosas conferencias por distintas partes del país. ¿Qué aprendizajes te llevaste de esa experiencia, en cuanto al interés de la gente, a la empatía, a la comprensión del significado de la Shoa?

Como ejemplos, vi lágrimas en los ojos de chicos del Colegio Alemán de Montevideo; de escuelas y liceos públicos y privados de la capital y el Interior. Pueblos grandes y chicos, gente de todas las edades. Lugares como Florida, donde se juntaron sesenta profesores de Historia y donde mi charla continuó a pesar de varios apagones en el local. Recuerdo una charla en San Ramón a continuación de otra de un señor que contó cómo ayudó a algún nazi a atravesar la frontera en su automóvil. En Rivera, última charla que brindamos, ya con el cansancio de sus 89 años, el teatro municipal fue desbordado ante la llegada de la primer sobreviviente de la Shoá. Con capacidad para 600 espectadores, éramos más de mil. Todos los pasillos, el escenario, el hall del teatro con pantalla gigante… No solo gente grande sino cientos de chicos que no la dejaban bajar del escenario. Más de una hora posó mamá para las selfies. No quedó un medio de comunicación de Rivera sin su nota. Algo similar sucedió en Nueva Helvecia, donde hay huellas del pasaje de un conocido dirigente nazi. Allí dimos dos conferencias, una a continuación de la otra, con un gimnasio enorme, lleno de gente con preguntas muy inteligentes.

Pudimos transmitir en conversaciones interactivas con el público la idea de una relación íntima entre la cosificación del otro, el que es diferente, el bullying y la violencia. Tanto en el caso del antisemitismo como con otros grupos étnicos o sociales. A pesar de un pequeño error en mi libro (que no afecta el tema en absoluto), creo que ha sido un arma para la comprensión de la temática. Por otro lado, tres ediciones de un libro de esta temática desde 2012 han sido un respaldo enorme para hacer posible este fenómeno que se llama “Una voz para la memoria”. El respaldo de Planeta, la editorial que nos publicó en Uruguay disparó una especie de fiebre. Todos los que quisieron conocer la vida de mamá de primera mano, pudieron hacerlo.

Impresionante tu descripción Miguel, muy emotiva y muy fuerte. Para terminar, vuelvo de hecho a algo fundamental. Tu mamá está por cumplir 90 años, hasta los 120 con salud, tiene hijos y nietos…Y aunque no me gusta el término, siempre pienso que esa continuidad es la venganza. Es el mensaje de que los nazis lograron asesinar a muchos, pero no pudieron exterminar al pueblo judío. ¿Cómo lo ves?

Nadie tiene comprada la vida hasta los 150 años. Por lo menos por ahora. Nadie tiene derecho a cortar la vida de otros por el hecho de ser diferentes. Ser judíos nos graba una marca en la piel. Se comprende mal la expresión “pueblo elegido”. Muchas veces han querido exterminarnos. Tantas otras hemos tenido la terquedad de renacer como pueblo.

Gracias mil Miguel.

A vos Ana.

La historia de Miri Bek

Sabra, nacida en 1927 en Haifa, “volvió” con mi abuela a Transilvania húngara cuando ésta enviudó. En 1939 estalló la guerra y se les aplicaron las leyes antijudías. Todos los judíos de su ciudad y alrededores fueron deportados (encerrados) en el ghetto. En varios transportes fueron llevados a la estación de trenes y embarcados como vacunos hacia Polonia. Al abrirse su vagón, estaban en Auschwitz Birkenau cuando fue separada de mi abuela. Mientras Yenny, su madre, desapareció para siempre, Miri fue transportada a Riga para ser utilizada como esclava y obligada a talar árboles en la construcción de un nuevo campo de concentración. De ahí, nuevamente fue llevada a Polonia (esta vez, Stutthof). En total, once campos de concentración y trabajo fueron los que le tocó en suerte. Fue liberada por los rusos un año exacto más tarde. Luego de la liberación, volvió a su casa para descubrir que más de veinte familiares habían sido asesinados.

Luego de 1945, fue traída al Uruguay y vino a vivir con familiares que habían ido emigrando desde 1936. Conoció a mi padre y tuvo dos hijos. Hoy tiene cinco nietos, tres bisnietos. Luego de cumplir 89 años en mayo de 2016, tomó la decisión de irse a vivir con mi hermana y su familia a los Estados Unidos, donde sigue con algunas de sus actividades favoritas: lectora voraz, agotar libros y más libros; yoga, natación, cultivar amigos. Sin olvidar su computadora y su teléfono celular. La gente aún se sorprende cuando se entera de que usa su facebook, mira y comenta fotos, chatea a diario en privado con una amiga en Tel Aviv y con varias amigas que ha cultivado desde siempre en Montevideo.

Llegó en 1948 a Montevideo y vivió con su familia hasta que, tres años después, se casó con el Dr. Tiberio Kertesz, húngaro llegado con sus padres en 1926. Siempre hizo deportes: patín, natación y también bicicleta de paseo. Dedicada a su familia, siempre ha cultivado la cocina húngara y judía, aprendidas ambas de su suegra y transmitidas a su hija Yenny. Hasta el día de hoy practica yoga, lee, se interesa por temas de lingüística, historia, cultura y salud.

Miguel Kertesz

Más de 30 años de periodismo en prensa, radio, TV e Internet, entre los que se cuenta su pasaje por enCOMUNIDAD, Kadima en radio (CX40 Fenix, CX38 SODRE), el programa de la Comunidad Israelita Húngara (CX50).Es un veterano en el mundo de la comunicación.

En “Una voz para la memoria” (su primer libro editado) fue la voz para su propia madre. Este material aún no ha sido solicitado para su publicación fuera del Uruguay aunque la singularidad del caso Miriam ya ha trascendido fronteras y está en un centro de traducciones mexicano para el proceso a cualquier idioma cuando sea solicitado.

Kertesz ya tiene otros originales a la espera de un editor. En este momento, trabaja como ghost writer y, al mismo tiempo, asesora a otros autores en su camino a la publicación.

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