Por Ana Vinocur.
Fui protagonista y quisiera relatar fiel y brevemente, a través de mi relato personal, cómo era un ghetto y un campo de concentración y en qué se diferenciaron.
Cuando los nazis invadieron Polonia el 1º setiembre de 1939, nadie podía imaginarse lo que le esperaba al pueblo judío.
El 8 de setiembre ya llegaron a mi ciudad Lodz, con sus tanques y artillería y muy pronto supimos que la palabra “ghetto” se refería a nosotros los judíos. Eligieron un sector de un barrio viejo, para aislarnos del resto de la ciudad. No comprendimos por qué nos aislaban. Ellos sólo respondieron: “Es una ley alemana”.
Los polacos que vivían en el barrio viejo fueron obligados a dejar sus casas y los judíos de otros barrios fueron obligados a entrar al ghetto.
Debíamos compartir la casa con otras familias.
Los nazis obligaron a entrar al ghetto a los judíos de los pueblitos chicos y también de otros países como de Austria y Checoslovaquia.
El ghetto fue separado de resto de la ciudad con alambres de púas y postes de madera.
La vida en el ghetto era sumamente dura. Cada persona fue obligada a trabajar, quien no lo hacía, no recibía su plato de sopa. Trabajar significaba la supervivencia.
El pan se repartía cada ocho días.
El frío en invierno era otro enemigo.
Y enemigos no nos faltaban. Cada cincuenta metros nos vigilaba un centinela apuntándonos con una metralleta, como si fuésemos asesinos.
No entendíamos por qué nos hacían estas cosas injustas.
Nosotros a los alemanes no les hicimos nada, ¿por qué tanto odio?
El hambre nos acosaba durante las 24 horas, hambre, siempre hambre, la gente se moría de hambre.
Siempre hubo evacuaciones para separar a las familias y para retirar a los posibles líderes.
El que dirigía el ghetto de Lodz se llamaba Jaime Rumkowski. El se dirigía a la población para comunicar las órdenes de los nazis que le eran transmitidas por el alemán nazi Hans Biebow.
Cierto día nos hizo escuchar un discurso que no podíamos creer. Nos dijo que todos los niños hasta 10 años serían evacuados a otro campo donde los abuelitos los iban a cuidar para que estuvieran mejor. A quien se opusiera le esperaba la muerte.
El espanto se apoderó de toda la población. Separarse de los niños y ancianos… Solamente pensar en la separación nos dolía. Estábamos en guerra ¿cuándo los veríamos nuevamente? ¿cómo se las arreglarían sin los padres?
Nosotros no sabíamos nada del mundo exterior, no se permitía tener una radio ni diarios, la mayoría de los polacos eran de descendencia alemana. La ciudad Lodz fue creada por alemanes y no todos estaban de acuerdo con el nuevo orden, pero la mayoría los apoyaba. Y se llevaron a los niños con los ancianos, entre ellos a mi hermanito menor. ¿Cómo íbamos a imaginarnos que se sacrificarían a los niños? Ellos también tenían hijos, también eran padres y hermanos!!! No se nos ocurrió pensar en algo semejante!
¿Cómo podíamos imaginarnos remotamente que los llevarían a las cámaras de gas? ¿Por qué? Qué les podía hacer un niño? Pero ellos sabían la respuesta: Porque para exterminar un pueblo, por ahí se comienza.
Cierto día nos comunicaron que el ghetto sería evacuado. Nos pusimos contentos, pensando que tal vez estaríamos mejor, porque esa vida era terrible. Antes de entrar al ghetto, éramos 150 mil personas. La mitad falleció de hambre, de frío o por falta de medicamentos apropiados. Pensábamos equivocadamente que nada podría ser peor.
Y llegó el día de nuestra partida a lo desconocido.
Pensábamos que tal vez nos encontraríamos con nuestro hermanito, él no era tan pequeño, tenía ya diez años. Esa idea nos alegró inmensamente.
Fuimos conducidos a vagones de carga para animales, amontonados, viajamos durante tres días, con hambre y sed, sobre todo con sed, sin permitirnos salir, pensando que nos llevarían a un lugar mejor, pero cuando abrieron las pesadas puertas no pudimos creer lo que vieron nuestros ojos.
Delante nuestro vimos un cuadro impresionante. Mujeres sin cabello, con túnicas a rayas, esqueléticas, de otro lado hombres, pero de dónde salía esa gente? Pensamos que ese lugar no era para nosotros. Nosotros éramos gente normal, ésa debía ser una estación y seguiríamos el viaje.
Pero nos equivocamos. Nos dijeron que ése era el lugar para nosotros.
Vimos un cartel que decía en alemán “El Trabajo Libera” Auschwitz y Oswiecim, en polaco. Nos obligaron a bajar e inmediatamente separaron a los hombres de las mujeres.
Nunca más vi a mi papá…
Se veían barracones con alambradas electrificadas, miles de personas de todas las nacionalidades. Cuando le pregunté a una “capo” (carcelera) dónde estaban los niños, se reía. Y me contestó: de qué niños me estás hablando, ¿de niños judíos? Y me señaló las chimeneas, diciéndome que en ese momento pasaban por esas chimeneas los gitanos vuestros niños, también pasaron por allí. No podía creer lo que oía, esa mujer debía estar loca, pensé. La angustia se apoderó de todos nosotros. Nos llevaron a las duchas quitándonos todo nuestro pelo al ras y nos dieron una túnica a rayas. Nos convirtieron en seres semejantes a los que vimos al bajar del tren. Ya quitaron todo lo que trajimos, ya no teníamos más esperanzas de volver a nuestro hermanito, ya no somos éramos humanos, solamente un número.
Y antes pensamos que el ghetto era lo peor.
Para comparar, el ghetto era todavía “un camino de rosas”.