Por Mauricio Bergstein. Publicado en Semanario Hebreo, 30 de octubre de 2014.
Por este medio, quisiéramos comunicar a todas aquellas familias uruguayas que conservasen objetos pertenecientes a víctimas sobrevivientes del Holocausto, que el Museo se encuentra organizando una campaña para expandir su acervo y agradece las donaciones que se susciten.
El 21 de octubre de 2014 visitaron el Museo de la Shoá los alumnos de la escuela rural Nº 33 acompañados de madres y maestras. Previamente el alumnado mantuvo un diálogo esclarecedor con el Pte. del Centro Recordatorio del Holocausto, Ing. Alejandro Landman. Durante la charla, los escolares formularon sus preguntas y obtuvieron respuestas en la voz de una de las víctimas de la feroz maquinaria nazi que asesinó a 6 millones de judíos.
Si bien el transmitir experiencias tan terribles a niños de 6 o 7 años (lo cual resultó bastante atípico ya que la tarea de esclarecimiento suele comenzar a partir de por lo menos 10 años de edad) plantea dificultades enormes, éstos tuvieron una oportunidad excepcional de aprender sobre lo ocurrido durante uno de los períodos más oscuros que ha conocido el hombre, con el testimonio de un sobreviviente.
La importancia de la charla con el Ing. Landman estriba justamente en eso: en pocos años, cuando haya desaparecido el último judío al que le tocó sufrir la mayor hecatombe que registra la historia del pueblo de Israel, ésta clase de encuentros no serán ya posibles, tanto para escolares uruguayos como para los de cualquier otra nacionalidad. Ningún film, ningún libro, ninguna conferencia, ni siquiera la del más encumbrado académico, podrá tener la misma significación ni contar con la misma “fuerza incontrastable” que tiene el testimonio de una persona que sufrió en carne propia la dominación, degradación y matanza que llevaron adelante los nazis.
La visita al museo se subdividió en tres grupos de acuerdo a las edades de los estudiantes a quienes conmovió sobremanera los uniformes rayados (y numerados) que llevaban los prisioneros confinados en los campos de concentración y que uno de ellos trajo consigo a Montevideo una vez finalizada la contienda bélica. Esos trajes evocaron en los niños el film “El niño con el pijama a rayas” que muchos habían visto y generó una serie de preguntas acerca de la suerte de los niños deportados a los campos de exterminio.
El destino de Janusz Korczak y el orfanato que organizó en el gueto de Varsovia; los documentos falsos para escapar al genocidio; una barra de jabón con la que se ingresaba a las cámaras de gas; una cuchara; fotografías de enormes fosas comunes rellenadas con cadáveres esqueléticos; fueron los objetos expuestos en el museo que despertaron la mayor curiosidad.
Resultó reconfortante constatar el conocimiento que los niños traían de los terribles sucesos acaecidos hace más de 60 años. El Holocausto no era un tema con el que se topaban por primera vez; prueba de ello quizás sea el “peine”. El museo exhibe el peine que Ana Vinocur -sobreviviente radicada en Montevideo- cambió por una ración diaria de comida mientras se hallaba confinada en Auschwitz. El guía planteó a los niños la siguiente cuestión: ¿para qué precisaría un peine alguien que está encarcelado en un campo de concentración? ¿quién estaría dispuesto a renunciar a su comida por un peine cuando se está muerto de hambre? ¿qué sentido puede tener un peine precisamente en un campo de concentración?
El más pequeño de los presentes respondió “para peinarse” a lo que se le aclaró que los prisioneros andaban rapados y aquellos que tenían la suerte de sobrevivir, aunque más no fuera unas semanas, llevaban pequeñas motas y mechones intratables. Otro compañero, un poco mayor, a su vez preguntó: “¿de recuerdo?”.
La maestra le explicó que nadie sabía si iba a salir con vida de aquel infierno como para pensar en “souvenirs” y, por tanto, no sabías si ibas a tener recuerdos. Con la sutileza que suelen tener los niños en determinadas circunstancias, uno de los alumnos de la escuela rural # 33 de nombre Franco, levantó la mano y dijo tres palabras: “la condición humana”.
Cuando se le pidió explicación, Franco aclaró que el peine -al que seguramente le falten varios dientes- simboliza “ser persona”. Así como los judíos expulsados de España por la Inquisición conservaban las llaves de sus casas puesto que guardaban la esperanza de volver a sus hogares algún día, Ana Vinocur atesoró un peine ya que guardaba la esperanza de volver a ser persona algún día. Para ella, en ese momento, el peine era nada menos que la llave de la humanidad que los nazis habían intentado arrebatarle.