Por Juan Raúl Ferreira, Director del INDDHH, especial para CCIU. Publicado en el Semanario Hebreo el 29 de enero de 2015.
«Ser Libre depende de uno mismo». Vencer o no, depende de muchos factores. Lograr la merecida prosperidad, la justicia, la paz, disfrutar la libertad que se tiene… Todo ello depende de muchas cosas y, lamentablemente, a veces de otros ajenos a uno mismo. Pero hay valores que tenerlos no depende más que de cada uno. Y ello, porque nos han sido dados con la condición humana y son inherentes a la misma. Esta es la lección más importante que he aprendido de los judíos. De las tantas cosas que hoy integran mi patrimonio de valores irrenunciables. Cuando me pidieron estas líneas sabía solamente que empezaría así y cómo las terminaría.
Hay valores, la libertad es uno, entre tantos otros, que sólo de nosotros depende preservarlos. Me vienen ahora a la memoria, salvando la distancia enorme y cualitativa del sufrimiento del pueblo judío, algunas circunstancias trágicas que nos tocó vivir junto a mi padre, tras la muerte de Zelmar y Toba. Una: la solidaridad. Siempre en los momentos de dolor y peligro aparecía una mano judía amiga. Sin Edy Kaufman y el Rabino Rosenthal no hubiéramos salido vivos de Argentina, por ejemplo. He contado varias veces que un día le comenté a mi viejo, «que casualidad, siempre un apoyo judío en el medio de la tragedia», a lo que el respondió «no es casualidad.» La vida me enseñó a entender cabalmente aquella sentencia.
He ahí pues otro valor que sólo depende de cada uno de nosotros: la solidaridad. La persecución nazi, la judeofobia, costaron millones vidas. La historia es testigo de milenios de persecución a un pueblo que no era conquistador sino liberador. Pero ni la Shoá misma pudo otra cosa que fortalecer en el pueblo de Abraham y Moisés la solidaridad como valor supremo de la vida.
Cuando ya los años le habían vuelto muy sabio, un entrañable amigo, el Dr. Jacobo Polakiewicz, escribió el libro Huída del Mal.
Un sobreviviente de la Shoá que nunca estuvo en un Campo, sino en el campo. Nunca fue capturado. Durante casi dos años hablamos del sueño de su libro con él y con César Jerozolimski. Cuando el mismo se concretó, tuve el honor de estar a cargo de su presentación.
Para presentar un libro hay que leerlo de corrido y eso fue lo que hice. Durante años. Polakiewicz vivió solo. Dormía en un hoyo escondido, comiendo frutos del bosque. Un día un Pastor Protestante le descubrió. Desde entonces como y cuando podía le llevaba una canasta de comida que colgaba en las ramas de un árbol. La visita era periódica pero irregular. Con eso sobrevivió hasta el fin de la ignominia.
Un día Jacobo se cruzó con alguien que había escapado de un Campo de Concentración. El ex prisionero se asustó y huyó con la poca fuerza que tenía, y con igual escasez de energía él le persiguió gritando en idish que quería ayudarle. Le llevó a su hoyo, a su hogar. Lo cuidó y compartió con él las raciones, cada vez menos frecuentes a medida que el control nazi se volvía más severo.
El libro no contiene una gota de rencor o de odio. Es un libro de Amor. Jacobo fue feliz, al precio de su propia hambre. Tenía un amigo al que cuidar y ayudar.
Hace pocas semanas visité por primera vez el, relativamente nuevo, Memorial de la Shoá en Washington. Distinto de todo lo que había visto hasta ahora. Me impactó. Pero acá en Uruguay tenemos nuestro pequeño y removedor Recordatorio.
Allí hay, entre otros, un ejemplo que, más allá de lo cerca que toca mis afectos, es una lección de las cosas que no se roban por la fuerza. Un peine. El que consiguió a cambio de una ración de comida Ana Vinocur. Prefirió pasar más hambre, pero sentir que peinarse, le devolvía su dignidad. He ahí otro valor contra el que no pueden los culatazos de metrallas ni el humo del exterminio: la dignidad.
Alguno dirá, pero ¿el artículo no era sobre los 70 años del Levantamiento del Gueto de Varsovia? Si, es que de eso se trata. Nunca olvidemos la tragedia y que no dejen las generaciones futuras, a través del recuerdo, mantener vivo el compromiso de Nunca Más.
En los años de dominio nazi en Europa, hubo vejámenes, crímenes degradantes y los más crueles delitos de lesa humanidad. Pero en medio de ello hubo espíritus con libertad, dignidad, amor y hubo… nunca lo olvidemos: la lucha. Y eso fue el levantamiento del Gueto.
Dicen que la historia recuerda sólo a los vencedores. Si es así, Mordejai Anielewicz, murió luchando, sabiendo que perdía pero luchando. Por eso fue un vencedor y entró a la Historia. Por la puerta grande.
Peleó, como patriota polaco, para evitar la invasión alemana que dio inicio formal a la Segunda Guerra Mundial. Tras ser liberado por el ejército ocupante, resistió, organizó grupos de combatientes hasta que en el 42 volvió a Varsovia. Allí se enteró de las sucesivas deportaciones de judíos al campo de exterminio de Treblinka. Quedaban tras los muros del gueto 60 mil judíos de una población original de casi 400 mil.
En el 43 los alemanes se vieron sorprendidos por una resistencia organizada de la población. Mordejai y su novia Mira Fuchrer habían liderado lo que marcó el inicio del Levantamiento del Gueto de Varsovia. Formaron la «Organización Judía de Combate» (ZOB en su sigla polaca). Sabían que no podían vencer, pero prefirieron morir luchando, que indefensos como muchos amigos, vecinos y parientes, exterminados en Treblinka. A pesar del muro que impedía su desplazamiento, más allá de la supremacía militar de los invasores, la resistencia duró casi un mes sin poder ser sofocada. En esas semanas murieron luchado casi 15 mil judíos.
Los historiadores difieren en las cifras de cuántos fueron los sobrevivientes del Levantamiento que sufrieron la venganza nazi. Algunos hablan de 10 mil, otros tres veces más. Prácticamente todos fueron llevados al exterminio, otros fusilados. De todos modos hubo sobrevivientes. Y con ellos la memoria y la sed de Justicia.
En la década del 60 en la famosa hazaña del hallazgo de Eichmann en Buenos Aires, narrado apasionantemente por el autor de la operación en el libro «La Casa de la calle Garibaldi»,[1] algunos sobrevivientes del levantamiento del Gueto de Varsovia testificaron en el juicio en su contra en el Estado de Israel.
Mordejai no quiso morir de una bala nazi y se quitó la vida. Algunos dicen que sus cenizas fueron esparcidas. No se sabe a ciencia cierta donde están los restos físicos de Mordejai Anielewicz. Simbólicamente figura entre a lista de los enterrados en el búnker desde donde comandaba el levantamiento. Así dice la placa que al día de hoy lo recuerda que supera la duda: «Tumba de los combatientes del levantamiento del Gueto de Varsovia … Estas ruinas del búnker de la calle Mila 18 son el último lugar de descanso de los comandantes y combatientes de la Organización Judía de Combate, así como de algunos civiles. Entre ellos se encuentra Mordejai Anielewicz, el comandante en jefe… En el búnker … reposan más de un centenar de combatientes, sólo algunos de los cuales son conocidos por su nombre. Aquí el resto, enterrado en donde cayó, nos recuerda que toda la tierra es su tumba.»
La lucha por las causas justas, es un valor que enaltece, y como la dignidad y el amor, podrían reprimirlos pero no quitárselos al pueblo judío. Como nunca por la fuerza se le puede quitar a nadie. Y si se lucha como en Varsovia, que no se podía ganar, la dignidad se agiganta. «A veces en la vida hay que saber luchar no sólo sin miedo, sino también sin esperanza.» [2]
La memoria, es también un valor. Por eso es responsabilidad de todos, que a Mordejai no se le busque en tumbas si no en el recuerdo y el ejemplo. Por ejemplo, que en Uruguay haya estudiantes que se formen en un liceo que lleve su nombre. Y que nos recuerden que hay cosas con las que no pudo ni siquiera la más cruel de las brutalidades nazis.
[1] Isser Harel.
[2] Ex Presidente Italiano Sandro Pertini, combatiente contra el fascismo en su país.