Presencia y Relato
4 mayo, 2016 administrador

En primer lugar es un título que tiene limitada sus ediciones en español, por lo que es difícil adquirirlo tanto en nuestro país como en fronteras cercanas. Si se llega a las librerías la respuesta será indefectiblemente la misma: “no está,  imposible conseguirlo”.  Entonces se  intenta por otros caminos como la compra por internet al viejo continente. Esta última acción conlleva una demora importante entre deseo y obtención.

No puedo desprenderme del libro Trilogía de la noche de Elie Wiesel. Sencillamente, no puedo dejarlo ir.  Desde que lo solicité en préstamo en la Biblioteca del Centro Recordatorio de la Shoá, acompaña a diario un montón de tribulaciones y expectativas. 

En primer lugar es un título que tiene limitada sus ediciones en español, por lo que es difícil adquirirlo tanto en nuestro país como en fronteras cercanas. Si se llega a las librerías la respuesta será indefectiblemente la misma: “no está,  imposible conseguirlo”.  Entonces se  intenta por otros caminos como la compra por internet al viejo continente. Esta última acción conlleva una demora importante entre deseo y obtención.

¿Por qué alguien querría hacerse con el objeto libro y no separarse ya más del mismo? Se me ocurren varias respuestas: porque el autor, nacido en Sighet en 1928, fue capturado junto a su familia por los nazis y trasladado al campo de exterminio de Auschwitz, donde vio morir a su madre y a su hermana menor.  Porque después lo deportaron a Buchenwald, donde murió su padre.  Porque nadie le contó la historia sino que  la presenció y decidió relatarla.  Porque el lector cambiará su propia óptica luego de finalizada la última palabra de la última página de esta Trilogía.

La estructura del libro fue muy bien meditada y dividida en tres novelas: La Noche, El Alba, El Día.  En la primera Wiesel retorna a su infancia, a sus raíces para componer memoria y realidad del infierno al que sobrevivió, explorando un pasado que le ha sido adverso. Se interpela a sí mismo cuestionando la existencia de Dios.  En la segunda, la narración versa sobre los años en los que Palestina se encontraba bajo el mandato inglés y la víctima se volvió verdugo. La última narración tiene como escenario la ciudad Nueva York y aunque existe una historia de amor, se centra en la evocación, en la época donde el dolor y el hambre forjaron su identidad.

Wiesel se pregunta una y otra vez qué hay debajo de las acciones humanas. El recuerdo tangible en este caso, lo conduce a explorar el pasado hiriente, desde la piel a las vísceras. Constata que para sobre – existir deberá armarse de mentiras piadosas. 

En la página 42 de la edición de Austral, noviembre 2013, nos topamos con la realidad: No lejos de nosotros, de un foso subían llamas, llamas gigantescas.  Estaban quemando algo.  Un camión se acercó al foso y descargó su carga: eran niños.  ¡Eran bebés! Sí, los vi, con mis propios ojos los vi…  Niños entre las llamas. (¿Es asombroso si desde entonces el sueño huye de mis ojos?)

Más adelante, cuando tenían la esperanza de ser liberados escribe: Diez días, diez noches de viaje. A veces atravesábamos localidades alemanas. Los obreros iban a su trabajo. Se detenían y nos seguían con la mirada, no demasiado asombrados.

O cuando regresa el recuerdo de la hambruna: No recibíamos ningún alimento. Vivíamos a base de nieve: ella hacía las veces de pan…  El tren avanzaba lentamente… durante días y noches seguimos acurrucados unos contra otros sin decir palabra. No éramos sino cuerpos congelados.

Pero presencia hay también en El Alba.  Mientras el protagonista se encuentra en tierra santa sus noches continúan,  se viste con las ropas de victimario, recrudece el odio al enemigo.  ¿A qué enemigo se refiere?   En la página 214 enuncia: Descendí al sótano para odiarlo mejor. Pensé que no sería difícil.  Hay una técnica conocida por todos los ejércitos del mundo, todos los gobiernos de la historia se han servido de ellas… a fuerza de propaganda, de discursos, de películas,  se crea una imagen del enemigo como una encarnación del mal, el símbolo de todo sufrimiento humano, la causa y el origen de toda injusticia, de toda crueldad, desde el primer día de la creación del Universo. Esa técnica es infalible… la utilizaré contra mi víctima.

Pasado y presente conmueven en El Día.  Wiesel acuña la idea de que hay que mirar atentamente a los que volvieron de los campos de exterminio.  A pesar de que se conducen como el resto, están representando. Quien ha visto lo que ellos han visto no pueden ser como los demás… Un día u otro, las cosas que vieron subirán a la superficie. Asegura el escritor que el recuerdo será parte de sus vidas: Allá declaramos que nunca olvidaríamos. Y eso es válido para siempre. No podemos olvidar.  Las imágenes están ahí, ante los ojos. Aunque no estuvieran los ojos, las imágenes seguirían estando… nuestro paso por allá ha dejado en nosotros bombas de tiempo.  De vez en cuando una estalla. Y entonces no somos sino dolor, vergüenza y culpa.  Se trata de hombres y mujeres que sobrellevan una existencia al borde del abismo, situados entre la vida-muerte anterior y el futuro que no se animan a experimentar.

 Les propongo que se acerquen a la Biblioteca del Centro Recordatorio del Holocausto y soliciten el libro.  Como usuaria debo atenerme a las reglas y devolverlo en fecha.

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