Así ayudó el abuelo materno del Presidente Lacalle Pou a salvar judíos en la Segunda Guerra Mundial
De cara a la exposición que la Senadora Carmen Asiaín realizaba este miércoles en el Senado sobre diplomáticos uruguayos que ayudaron a salvar judíos del Holocausto en Europa en la Segunda Guerra Mundial, nos contactamos con la ex Senadora Julia Pou, cuyo padre el Dr. Alejandro Pou de Santiago también había participado en un esfuerzo humanitario de ese tipo. Él no era diplomático sino que había viajado a Alemania en 1939 como joven médico, pero logró maniobrar, gracias a un vínculo especial con la Embajada de Uruguay en Berlín, para prestar ayuda humanitaria. Consiguió salvar a un judío de nombre Pick con su esposa, de los que luego no supo más, pero al que alcanzó a hacer llegar a Bélgica con la esperanza de que allí haya estado su salvación. Y también al Dr. Stuller con quien sí logró mantener contacto. Años después, Julita Pou, como adolescente acompañando a sus padres en un viaje a Europa, tuvo el privilegio de presenciar el reencuentro entre su padre y el Dr. Stuller, lo cual recuerda con emoción.Esta es la historia, en un resumen de la entrevista que Julita nos concedió, en la que también conversamos sobre su condición de madre del Presidente de la República y lo que ello significa hoy en su vida diaria. Por razones de espacio, esa parte queda para el próximo número.
En la foto, el Dr. Alejandro Pou de Santiago (gentileza de Semanario Hebreo)
Por Ana Jerozolimski, publicado en Semanario Hebreo el 16 de octubre del 2020
P: Julita ¿cuál es la historia de tu papá y la ayuda a judíos para salvarlos del Holocausto?
R: Mi padre se recibió de médico acá, muy joven, se casó con mi madre y se fueron a Alemania a hacer unos stages (prácticas) tanto en Colonia como en Berlín. Mi abuelo, que era un germanófilo, consideraba que en ese momento Alemania estaba en los límites del conocimiento de la medicina y allá se fueron.
P: ¿De qué año estamos hablando?
R: 1939. Por supuesto que las comunicaciones no eran como las de hoy. Mi abuelo creo que estuvo muy previsor, porque viendo que las cosas estaban complicadas ya y teniendo mucha gente amiga, dijo: yo no quiero que lo favorezcan en nada a mi hijo, pero sí me gustaría que estuviera en la parte cultural de la embajada. Totalmente honorario, era un agregado cultural, por si las cosas se complicaban. Siempre tener un pasaporte diplomático no hay duda que abre puertas y da facilidades. Nunca pensaron que lo iba a acabar usando. Me decía mi padre que él empezó en la clínica con profesores de primer nivel y que lo primero que le impresionó es que para hablar de temas políticos y de actualidad, ya en pleno régimen nazi, los profesores salían a la calle a caminar con mi padre, porque no se animaban a hablar unos delante de otros. Incluso le contaban de sus hijos, que tenían miedo de hablar delante de ellos por cómo estaban siendo educados los chicos. Así que papá se formó una relación realmente de afecto, de mucha comprensión, y con el tiempo, cuando había escasez de algunos alimentos, mi padre -que podía salir y entrar libremente- iba hasta Bélgica, les traía chocolates y cosas así. Hasta que un día la cosa se puso realmente muy complicada. Había allí un profesor muy conocido, de apellido Pick, que era un científico de primer nivel, que le dijo que realmente temía por su vida. Entonces mi padre le dijo: Mirá, yo a ti y a tu señora los puedo sacar, lo que no les puedo garantizar es que vuelvan a entrar. Así lo hizo, yo calculo que sin riesgo para él porque tenía su pasaporte diplomático. Salió hacia Bélgica, ellos quedaron allí y lamentablemente papá perdió contacto con ellos. Pero hay otro caso del cual yo fui testigo de una instancia realmente conmovedora. Me refiero al Profesor Stuller, al que también mi padre lo ayudaba cuando podía a comprar comida en otros lados. También a él lo pudo sacar, lo llevó a Bélgica, pero con él mantuvo algún contacto. Ya te estoy hablando del año 60, que yo fui con mis padres a Europa por primera vez después de la guerra y mi padre tenía la obsesión de ver al profesor Stuller. Ahí se puso a averiguar y le dijeron que vivía en la ciudad de Nurlinguen. Allá fuimos nosotros, era un pueblo bastante chico, empezó a averiguar y le tocó timbre en la casa. Yo no te puedo decir lo que fue eso. Hasta el día de hoy me conmueve lo que fue el reencuentro de mi padre con el profesor Stuller, que quedó sin habla y después lloraban y lloraban los dos. Yo tenía creo que 14 años y me acuerdo que miraba asombrada.
P: Me imagino la escena…
R: Yo había oído las historias, mi padre siempre nos habló mucho de sus vivencias de la guerra, de cómo, por ejemplo, los obligaban en los apartamentos a poner las gilletes en unas cajas que les dejaban para juntar metal para el ejército alemán y mi padre me contaba que las guardaban y les tiraban agua para que se oxidaran… Esas cosas que uno cree que con pequeños gestos está ayudando a ciertas actitudes. Con el profesor Stuller yo sí fui testigo del reencuentro y fue una cosa realmente emocionante.
P: Cuando empezó la guerra ¿tu papá todavía estaba en Alemania?
R: Sí, claro. Te cuento qué increíble nuestro mundo lo que es. Ahí mi abuelo, desde acá, que tenía una perspectiva quizás lejana y por ahí más certera, les decía que se fueran de Alemania. Mi padre le decía: no, me tengo que quedar un semestre más porque la cirugía de no sé qué cosa va a tener lugar el mes que viene. Hasta que llegó un momento que incluso lo vieron a Hitler en Viena, siempre contaba la impresión de aquellos desfiles, de aquella cosa, y sobre todo de algunos profesores, que eran compañeros de él, que eran gente más que lúcida, gente brillante, pero decía: a las 6 de la tarde se sacaban la túnica, se ponían su sobretodo y allá marchaban a los desfiles. Llegó un momento en el que mi abuelo realmente se dio cuenta y le dijo: mirá, por lo que más quieras, andate de Berlín. Entonces se fueron a París, y tú puees creer que en el consulado uruguayo en París se encontraron con el padre de Luis Alberto Lacalle, que también venía huyendo de otra parte.
P: Quien después fue tu suegro… increíble…
R: Increíble, mi madre siempre lo contaba y decía: los uruguayos somos pocos en el mundo, pero siempre nos encontramos. Se cruzaron. Mis padres cruzaron el Atlántico en el primer barco que cruzó declarada ya la guerra, que era un barco griego, se llamaba Andrea Gelas. Me acuerdo de esos cuentos. Te digo Ana que a veces me arrepiento- porque ya no están en este mundo ninguno de los dos- de no haberlos escuchado más, de no haberles hecho más preguntas. Uno cree que los padres siempre van a estar ahí, y no es así.
P: Es una triste verdad. Julita, volvamos a esos colegas judíos a los que salvó. Entiendo entonces que de Pick nunca llegó a confirmar si realmente llegó a salvarse.
R: No. El cuento era: los dejé en Bruselas. Incluso los había llevado a un hotel donde había reservado a su nombre, porque se temía mucha cosa en un momento, y ahí quedaron. Se ve que o quedaron para siempre ahí o quizás de ahí se fueron a otro lado, ya estaban fuera de peligro, digamos. Mi padre siempre decía que lo lamentaba mucho porque era un ser realmente brillante y lo había perdido en el panorama. En cambio con Stuller sí porque tenía otros amigos, esas cadenas de amigos que te van diciendo, y mi padre lo pudo rastrear y ya te digo, el reencuentro fue una cosa realmente emotiva.
P: O sea que Stuller volvió a Alemania.
R: Volvió a Alemania, se ve que en algún momento se sintió seguro como para volver a Alemania. Me acuerdo, porque era muy gracioso, yo toda la vida odié la leche y cuando llegamos a lo de los Stuller, la señora como gran cosa me dijo: “Julita, te voy a convidar con un vaso de leche” y yo casi me muero, y mamá me decía: “Te ofrecen lo que no tuvieron durante mucho tiempo”. Allá andaba yo luchando con un vaso de leche. Pero tan cariñosa… a mí fue de los hechos de mi vida que me marcó.
P: Aparte del hecho en sí, de que consiguió esos pasaportes diplomáticos para que pudieran salir, ¿qué te comentó tu papá sobre lo que él pensaba del destino de esa gente si no hubiera salido? ¿Te comentó algo de eso?
R: Si, porque después se empezó a enterar de compañeros de él en las clínicas en las que había trabajado que lamentablemente les había pasado lo que todos sabemos que pasó con tanta gente. Entonces siempre me decía que le impresionaba haber estado al lado de esa gente y que con el tiempo miraba hacia atrás y se preguntaba cómo no había hecho más. Pero me decía: eran tiempos muy difíciles, incluso en la embajada a mi padre le advertían que tuviera cuidado porque en cualquier momento esa gente le sacaba el pasaporte, le sacaba lo que fuera. Todos sabemos que con esa gente no se jugaba. Pero siempre me decía, y me los nombraba, que él pensaba que había pasado lo inevitable. Además, me decía, eran gente superior, de alguna manera gente que estaba siendo muy mirada…Recuerdo una frase que me dijo: “por suerte no supe de nadie que se entregó”, ni de los compañeros, ni de las clínicas, ni de las prácticas, “nadie que hubiera aflojado”. Eso indica mucha cosa.
P: Lo de los pasaportes ¿fue una iniciativa solo de él o en la embajada se participó en ese esfuerzo para tratar de ayudar?
R: En la embajada yo lo que recuerdo es que él hablaba mucho de alguien que no sé si era el Embajador, el encargado de negocios, el cónsul- como que era su cómplice para todo el tema de poder sacar gente. Incluso creo que esa persona que mencionaba mucho, también lo hacía.
P: ¿Hasta cuándo estuvo tu papá en Alemania?
R: Te diría que en el año 40 ya estaban en Estados Unidos, no sé la fecha, porque incluso sé que mi madre quedó embarazada y perdió el bebé en Estados Unidos. Así que sé que en el 40 ya estaban en Boston.
P: Esos son temas que quedan en la familia, se hablan, ¿con el tiempo sentiste que tu papá quedó con ese orgullo de haber hecho algo? ¿Era consciente de la importancia de salvar a alguien en aquel momento?
R: Totalmente, porque incluso les ha contado mucho a mis hijos, yo a veces les pregunto qué tanto se acuerdan, porque cuando papá murió ellos eran adolescentes, que quizás a las personas mayores no les tienen mucha paciencia. En papá era un tema recurrente. Después hay una persona que quizás tu conozcas, Baruch Tenembaum…
P: Claro, de la Fundación Raoul Wallenberg.
R: Así es. Él tenía muchas charlas con papá. Yo incluso antes de estar en comunicación contigo lo llamé, porque quizás nos podríamos juntar y que él me cuente más cosas, porque como estuvo tantas veces con papá y conoce tanto el tema, quizás tenga datos o anécdotas que yo no conozco. Pero bueno, quedó en que me iba a llamar pero no llegó a tiempo.
P: ¿Cómo es que todo esto sale recién ahora?
R: Baruch fue el primero que supo, porque en la época en que Luis Alberto era presidente, Baruch por distintos motivos hablaba con él, y un día se encontró con mi padre en casa, yo a veces lo llevaba los fines de semana porque él ya estaba solo, y ahí empezó a hablar y empezaron a salir más cosas. Ahí se enteró alguna gente, le empezaron a escribir algunas organizaciones, pero después papá murió y eso quedó… incluso. La senadora Asiaín me contó que leyendo cosas fue que se enteró. Ahora, en la familia es un tema recurrente, tenemos partido tomado hace muchos años y por experiencias personales, nadie nos contó una historia desconocida, tenía cara, tenía nombre, son esas historias que realmente nos marcaron.
P: Tú decís que tienen partido tomado hace tiempo, y no es secreto que cuando tu esposo fue presidente era muy cercano a la colectividad y a esos temas. Pero esto va más allá de una cercanía personal, son temas que cualquiera de la condición humana y noble diría que la postura es normal contra el mal.
R: Debería ser universal, porque uno la ve tan clara, pero esta humanidad que compartimos con tanta gente a veces nos muestra sorpresas de interpretaciones o sesgos. Pero cuando uno tiene la vacuna porque conoce la realidad, por la historia y, como en este caso, de primera mano, es inamovible.
P: Muchísimas gracias Julita por este testimonio
R: A ti Ana.-