Por Fabián Álvarez. Publicado en Semanario Hebreo el 29 de enero de 2015.
A lo largo de todo mi proceso de escolarización, como le ocurre a la mayoría de los jóvenes no judíos, estudiamos el Holocausto como una de las tantas anécdotas o capítulos de la Segunda Guerra Mundial. Nos horrorizamos con las cifras, nos conmovemos con las imágenes y seguimos adelante en el programa estudiando el desenlace de la Guerra y el comienzo de la Guerra Fría.
Nuestra formación sobre la Shoá termina allí. Sabemos que Hitler y los nazis eran los malos de la película, sabemos que los aliados eran los buenos y con suerte conocemos la historia de una precoz escritora llamada Ana Frank. Y de esta manera se educó a muchas generaciones… en el mejor de los casos.
Sin embargo la Shoá es un acontecimiento único y paradigmático que ayudó fuertemente en la definición de la construcción moderna de los derechos humanos, desde la Carta de las Naciones Unidas hasta las diferentes Convenciones que penalizan los crímenes de guerra y los genocidios. La Shoá incluso creó el término genocidio –aunque existiesen genocidios previos, que hasta el fin de la Shoá no tuvieron un nombre con el cual ser denominados-.
La Shoá interpela la condición humana. ¿Existe el mal absoluto? ¿Existe el bien absoluto? ¿De qué somos capaces los hombres? Dado que la Shoá nos permite formular estas y otras tantas preguntas, no debería ser un tema estudiado a la ligera, como un añadido en un programa de historia, sino de manera interdisciplinaria. Enfoques literarios y filosóficos deberían ser incluidos a la hora de conocer un poco que fue el Holocausto.
Entender la Shoá nos permite intentar no repetir esos actos de discriminación que llegaron a su cenit con los hornos crematorios y también entender el mundo en el que vivimos. Siguen existiendo crímenes de lesa humanidad y la Shoá no fue el único genocidio del siglo XX. Con la frase anterior no quiero apelar a la comparación ni a la equiparación. El sufrimiento humano es único e incomparable en cada una de las situaciones. Pero si podemos ver diferencias, similitudes, formas en las que estos conflictos fueron resueltos.
A pesar del vago conocimiento que los jóvenes uruguayos recibimos sobre la Shoá, cada vez que paso por una vidriera de una librería hay varios textos relacionados al Holocausto.
Y a pesar de que mucha gente sepa muy poco sobre lo que ocurrió en este período de la historia el cine casi todos los años nos trae una película que muestra un aspecto de la Shoá. Una de las más recientes es Ladrona de Libros. Uno podría pensar prejuiciosamente que el cine es una industria dominada por la judería mundial y, escudándose en esa teoría conspiratoria, decir que ese es el motivo por el cual hay tanto para narrar sobre la Shoá.
Sin embargo no solo el cine trabaja sobre la temática. Nuestro teatro independiente trajo varias obras este año que directa e indirectamente tocaron el tema. Algunas de ellas fueron El peor día de Freud –en el que se narra cómo debe Sigmund y su hija Ana dejar su hogar y refugiarse en otro país por la persecución que se les venía encimao Tierra del Fuego –que si bien trata sobre el conflicto árabe-israelí tiene varias referencias a la Shoá-. Hasta se utilizó el tema de forma humorística poniendo en escena una obra de Bertolt Brecht, Historias Abominables que tiene como trasfondo como se vivía en la época del nazismo y muestra el sufrimiento de una judía ante estas nuevas condiciones de vida. Todas estas obras estuvieron en el teatro El Galpón, uno de los más distinguidos teatros independientes de nuestro país. Otra digna de mención fue Cristales Rotos, excelente obra del Teatro Circular.
Pero no fue el único lugar que utilizó a Hitler y el nazismo como fondo para montar un espectáculo. En la muestra de fin de año de la Escuela de Comedia Musical Luis Trochón se llevó a escena un musical llamado Las Productoras, en la que las productoras de musicales necesitaban tener un espectáculo fracasado para poder estafar a sus financiadores y eligieron mostrar al nazismo bajo una luz positiva.
Más allá del debate acerca de si se debería o no crear arte o determinado tipo de expresiones artísticas usando al nazismo y a la Shoá de fondo, lo que me parece peculiar es que a pesar de la enorme cantidad de información, la gente opte –conscientemente o no- por conocer tan poco sobre esta parte de nuestra historia como humanidad.
A lo largo de mis tres años como educador del Proyecto Shoá me llevé las mayores sorpresas tanto en ignorancia como en sapiencia por parte de los estudiantes. Sin embargo lo que he notado consistentemente es la superficialidad con la que se trabaja y se conoce el tema y lo mucho que falta para generar conciencia de que no es simplemente otro tema más del programa de historia sino que es un asunto que nos atraviesa como humanidad.
Aprender acerca de la Shoá debería implicar enseñarnos a ser mejores personas. A reflexionar sobre el bien y el mal, sobre la esencia del hombre. A darnos cuenta de lo peligroso que es prejuzgar, discriminar y ser violentos. A percibir que los límites entre lo que los nazis hicieron y lo que nosotros somos capaces de hacer son difusos.
Por eso este 27 de enero es tan importante. Porque es un día en el que podemos detenernos y reflexionar sobre cómo queremos preservar la memoria para las generaciones venideras. Para que esto no ocurra con el pueblo judío ni con ningún otro pueblo.