Recuerdos de un abuelo que no conocí

Recuerdos de un abuelo que no conocí
25 mayo, 2015 administrador

Por Sandra Veinstein. Publicado en Semanario Hebreo el 29 de abril de 2015.

Tenía solo siete u ocho años cuando mi padre me contó que mi abuelo había muerto en la guerra.

Desde ese momento sentí algo especial. Recuerdo que le dije a mi padre que cuando fuera grande si tenía un hijo varón, llevaría su nombre, Moshe. Y así fue.

 

Las historias que mi padre me contaba y me sigue contando, me permiten conocer al abuelo que nunca tuve.

Él había nacido en Hotin, un pueblo a orillas del río Dniéster, donde conoció a su esposa, mi abuela Basia Skolnik(Z»L).

Mi padre cuenta que eran muy felices. En los veranos iba toda la familia al río y disfrutaban bañándose allí. Cuando el agua se congelaba, en invierno, era la oportunidad de ir a patinar.

Tenía un trabajo que les ayudaba a sobrevivir, vendiendo pieles de astracán que compraba en el interior de la campaña de la región donde vivían.

Esa felicidad llegó a su fin cuando los nazis entraron a Hotin. A partir de ese momento, su mundo conocido cambió. Son sacados de sus casas y obligados a marchar durante mucho tiempo, quizás meses.

Mi abuelo fue fundamental para sobrevivir. Se escapaba de las filas en busca de comida, conocía esos campos y a quienes vivían allí. Papá recuerda que traía leche y pan, lo que les permitió seguir adelante.

Muchas cosas sucedieron en el camino,hasta que llegaron a un puente para cruzar el río Dniéster.

Los recuerdos de mi padre son intensos. Solo cruzaban quienes podían caminar, si no eras arrojado al agua. Fue entonces cuando mi padre, cansado, se resiste a continuar la marcha.

En aquel momento mi abuelo lo alzó sobre sus hombros y cruzaron el puente. Fue entonces cuando vio el río cubierto de cuerpos. Esta imagen la tiene muy presente en sus relatos… lo marcó para siempre.

Al final de la larga caminata llegan a un campo de concentración. Mi abuelo comprendió que quedarse allí era la muerte. Para lograr escapar sobornan a un soldado con una cartera de platino que llevaron durante todo el camino. Papá recuerda que corrieron sintiendo miedo.

El huir no daba ninguna garantía de que no te volvieran a apresar. Finalmente luego de muchas situaciones difíciles son llevados a una granja de trabajo. Allí mi abuelo pasó a cumplir un rol clave para los nazis, se convirtió en su traductor. Es que él sabía hablar rumano, ruso e idish, por lo que también conocía el idioma alemán.

Mi padre tiene recuerdos muy dolorosos, ver como él volvía de su «trabajo», lastimado con heridas que mi abuela curaba toda la noche. Así fueron pasando los días y los meses. Todo fue muy difícil, el frío, el hambre y la angustia constante de no saber qué iba a ser de ellos. Pero cada día era una nueva oportunidad de sobrevivir.

No podría precisar en qué mes pero sé que en 1944 los soviéticos entraron a la granja y los «liberan».

La noche anterior a su llegada los nazis escaparon. Es mismo día mi abuelo decide enrolarse en el ejército soviético. Imagino la reacción de mi querida abuela… tanto habían luchado por sobrevivir y ahora él quería ir a la guerra.

Y así fue. Mi abuelo se convierte en un soldado soviético, seguramente con deseos de vengar la muerte de tantos seres queridos y todos los sufrimientos que tuvo que ver pasar a su familia.

Mi abuela vuelve a Hotin junto a sus hijos. Con el tiempo reciben la noticia que mi abuelo había sido herido en combate. Luego llega una foto de él recuperado en la puerta del Hospital. El fin de la guerra está cerca y mi abuelo, como soldado del ejército soviético, lucha en la batalla de Berlín.

A pocos días de finalizar la guerra llega un telegrama informando a mi abuela que mi abuelo Moshe Wainstein (Z»L), había muerto en las calles de Berlín. Seguro fue una noticia devastadora para la familia, pero era imperioso seguir adelante. Fue entonces que el hermano de mi padre, Yankel(Z»L), se hace cargo de la familia.

A mi abuelo lo conocí solamente a través de los relatos de mi padre, pero no tengo dudas de que fue un hombre con gran coraje y fuerza, que luchó por la sobrevivencia de su familia.

Este año recordamos que hace 70 años se cerró el campo de concentración de Auschwitz , y que también terminó la guerra. Sabemos que el mundo festejó pues llegaba a su fin una de la peores guerras vividas en la historia de la humanidad. Pero los judíos no tenían lo que festejar.

Los sobrevivientes estaban inmersos seguramente en un profundo dolor, preguntándose adónde ir.

Con este relato deseo homenajear a mi abuelo, Moshe Wainstein( Z»L). Su hijo, nietas y bisnietos lo recuerdan y es parte de nuestra historia.

Cuando estudié en Yad Vashem pude entender que cada uno hizo lo que pudo y como pudo y que nadie debe juzgar ni a las víctimas ni a los sobrevivientes.

Hoy estoy buscando el lugar en el que fue sepultado mi abuelo y espero poder encontrarlo para, junto a mi familia, rezar un Kadish por él.

Para terminar me gustaría compartir con ustedes las palabras de Primo Levi, escritor italiano, sobreviviente de la Shoa.

«Si comprender es imposible, conocer es necesario porque lo sucedido puede volver a suceder, las conciencias pueden ser seducidas y obnubiladas de nuevo, las nuestras también, Por ello, meditar sobre lo que pasó es deber de todos».

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