La maleta de Hana: una historia real de la Shoá
En el año 2000, Fumiko Ishioka, curadora del centro de Educación sobre el Holocausto de Tokio, recibe una maleta misteriosa. Ella busca pistas en todo el mundo para obtener detalles sobre su dueña, una niña judía llamada Hana.
Escribe Daniela Rossi – Aishlatino.com
Fotos: United States Holocaust Memorial Museum y cbc.ca
Publicado en Semanario Hebreo el 6 de noviembre, 2020.
Si hay algo que en verdad me gusta, es cuando voy en busca de un libro a la librería, y mis ojos se terminan posando “accidentalmente” en uno que no conocía previamente, que termina cautivándome, brindándome algo nuevo, sumamente generoso.
Esto me pasó el jueves pasado, estaba decidida a buscar algún relato biográfico. Llegué a la librería del centro de mi ciudad y le pregunté al vendedor si tenía un pasillo de “biografías”. Él me condujo hacia esas estanterías y se fue. Fantástico pensé, y comencé a incursionar en los títulos que había. Seleccioné algunos, pero el que más me llamó la atención fue un libro pequeño, de 124 páginas, con una foto antigua de una niña muy bella. La maleta de Hana. Un relato verídico, de Karen Levine. Lo compré con la intención de que me acompañe algunos días, pero para mi sorpresa, para la noche de Shabat ya lo había terminado.
Seguramente a ustedes les pasará como a mí. Es tan atrapante la historia que no se puede más que avanzar a través de sus páginas. Tiene un detalle que siempre me agrada cuando las biografías están contadas así. Viaja del pasado al presente en cada capítulo. El relato central conecta dos historias de épocas muy distintas. Este artículo es una invitación a maravillarse con una parte del relato. Sobre todo en lo que tiene que ver con las “coincidencias” que le suceden a la protagonista y que posibilitan el avance de su historia.
Japón, año 2000. Un señor japonés dona dinero de manera anónima para crear un Centro de Estudios e Investigación de Tokio sobre el Holocausto. Su intención era contribuir a una mayor tolerancia y comprensión del mundo por parte de los jóvenes japoneses. Quería que ellos tengan un conocimiento más profundo de esta parte de la historia mundial.
Allí aparece la que podríamos decir que se convierte en una auténtica “heroína” del relato. Fumiko Ishioka, una joven talentosa, directora del Centro. Junto a un grupo de niños voluntarios llamados “Pequeñas Alas” comienzan a darle vida al Museo. Fumiko asiste a una conferencia en Israel donde conoce a algunos sobrevivientes de la Shoá. Queda sorprendida ante el optimismo y la alegría de vivir que presentan, pese a la terrible experiencia que habían atravesado, nos relata Levine en el libro. Así le surge una pregunta central. “¿Cómo podría ayudar a los niños japoneses a comprender la terrible historia que había acontecido a millones de niños judíos en un continente lejano, más de 50 años atrás?”. La joven japonesa pensó que la mejor manera de comenzar era a través de objetos físicos que los niños pudiesen ver y tocar. Así fue que con esa idea en mente escribió a distintos museos
judíos y de la Shoá por el mundo, solicitando el préstamo de objetos que hubiesen pertenecido a niños.
Algunos meses después, llegó al Centro de Estudios un paquete proveniente del Museo de Auschwitz: la media y el zapato de un niño, el suéter de otro niño, una lata de un gas venenoso, Zyklon B, y la maleta de Hana Brady, que es el núcleo de este relato. En aquella valija estaba escrito su nombre, su fecha de
nacimiento: 16 de mayo de 1931. Y la palabra waisenkind, una palabra alemana que quiere decir ‘huérfana’. Todos los integrantes del Centro se vinculan fuertemente con este objeto, y aparece la necesidad de saber más sobre la niña dueña de la maleta. ¿Cómo era? ¿Cuál fue su historia? ¿Sobrevivió? Así, Fumiko se convierte durante un año en una detective y recorre el mundo en busca de pistas para recomponer la historia de Hana Brady.
Lo primero que hace es escribir a distintos museos preguntando
si conocían más detalles sobre su vida. No logra obtener información, pero “sorpresivamente y de la nada”, Fumiko recibe una nota del museo en Auschwitz. Habían encontrado el nombre de Hana en una lista. Señalaba que Hana había llegado a Auschwitz proveniente de un lugar llamado Theresienstadt. Este era el nombre que los nazis le dieron al pueblo checo de Terezin. Al invadir este pueblo, los nazis lo convirtieron en el gueto de Theresienstadt. En el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, más de 140.000 judíos fueron enviados allí, 15.000 de los cuales eran niños. Investigando, Fumiko descubre que 4500 dibujos creados por esos niños habían sobrevivido a la guerra. ¿Podía ser posible que existiesen, entre todos ellos, uno o más dibujos de Hana Brady?
Escribe al Museo del Gueto de Terezin, y efectivamente tiempo después le envían las fotografías de cinco dibujos, con el nombre de Hana Brady escrito en el borde superior. Sigue creciendo en el interior de Fumiko la necesidad de conocer más sobre la dueña de esa maleta, que cautiva a todos los visitantes de la exhibición “El Holocausto visto a través de los ojos de los niños”. Así, decide viajar ella misma a Terezin.
Nuevamente, la mano Divina dirige el relato. Era muy difícil para esta joven japonesa viajar a la República Checa. Pero, Fumiko fue invitada a asistir a una conferencia sobre la Shoá, organizada
en Inglaterra. La distancia desde allí sería mucho más corta. De esa manera logra viajar durante un día a Terezin a cumplir su misión. Esa misma noche debía estar de vuelta en Praga. Su avión partía a la semana siguiente. Increíblemente, el día que Fumiko llega al Museo, era feriado en aquella ciudad. Frustrada y con lágrimas en los ojos se sienta en el hall a pensar cómo seguir su misión. Escucha unos ruidos provenientes de una oficina. Se acerca y encuentra a una mujer trabajando. Al principio le pide que vuelva otro día, pero al relatarle la historia, la señora decide ayudarla. En un libro donde hay
nombres de aproximadamente 90.000 personas, encuentran a Hana Brady.
Así fue como Fumiko conoce además que Hana tenía un hermano: George Brady. Y lo sorprendente fue que al lado de él no
figuraba una marca, lo cual significaba que probablemente había sobrevivido a la guerra. Se abría la posibilidad de seguir conociendo más sobre Hana, pero también se enteraba así que tristemente la niña había muerto en Auschwitz.
Ahora, nos cuenta Levine, Fumiko quería más que nunca, honrar la memoria de Hana dando a conocer su historia. Las pistas se vuelcan hacia el hermano. Con la ayuda de la empleada del museo, contactan a una persona que fue compañero de litera de George y vivía en Praga. Ese mismo día, Fumiko debe ir al Museo de Praga a averiguar más. Llega cuando estaba a punto de cerrar. Nuevamente con una gran ayuda del Cielo, la joven recuerda el nombre de la encargada que le mandó los dibujos y pide encontrarse con ella. Se reúnen y efectivamente logran contactar a Kurt Kotouc, compañero de litera de George y sobreviviente.
Kurt solo tenía media hora para reunirse porque también partiría esa noche de Praga. Aprovechan el tiempo y le cuenta que George vivía en Toronto, Canadá. Fumiko obtiene la dirección del hermano de Hana. Su misión estaba cumplida. Junto al grupo “Pequeñas Alas” le escriben una carta a George, junto con dibujos y poesías de los niños. Incluyendo fotocopias de los dibujos de Hana. Así fue que un día que parecía normal como cualquier otro, George Brady de 72 años, sobreviviente de la Shoá recibe un misterioso paquete proveniente de Japón. Él pudo rehacer su vida, pero si había algo que lo aquejaba era no haber podido cuidar a su hermana menor, como se lo pidieron sus padres. Ahora desde otra parte del mundo, varios niños y un Centro de Estudios recordaban la vida de su hermana para enseñar y transmitir valores fundamentales para la humanidad.
Así fue como la autora de libro, Karen Levine, pudo recabar toda la información sobre la niñez de Hana y George, que se intercala con el presente de la investigación de Fumiko, haciendo del libro una maravillosa obra real de arte. Me parece un libro digno de tener en nuestras bibliotecas familiares, como también ser un obsequio especial para la juventud. George viaja finalmente a Japón y se reúne en el Museo con todo el grupo. Así comprendió, que el deseo truncado de su hermana, de convertirse en maestra de adulta, se había vuelto realidad.
Miles de niños japoneses estaban aprendiendo los valores más importantes del mundo: la tolerancia, el respeto y la compasión. Que el mundo tenga cada vez más personas y niños como Fumiko y su grupo, que honran la vida y nos enseñan las enseñanzas más valiosas a las que puede aspirar el ser humano.-