Por Sandra Veinstein. Publicado en Semanario Hebreo el 12 de Abril de 2018.
Hace 70 años que mi padre llegó a Uruguay junto a su madre. Su tío, hermano de mi abuela, Issac Scolnic, les había enviado el pasaje en avión, algo no muy usual en aquel entonces.
Mi padre y su madre, subieron pues a un avión en Roma para volar atravesando un océano inmenso, en busca de una nueva vida. No sabían mucho del Uruguay, sólo que los estarían esperando un tío con su esposa y dos hijas, las dos primas Florita y Margarita, una de ellas de la misma edad de mi padre, claramente con vidas tan diferentes.
Mi padre llegó con sólo 13 años, pero en realidad, no era esa su edad. Suele decirnos a mi hermana y a mí “yo tengo 100 años”. De niña, yo no lo entendía. Hoy comprendo a qué se refiere. Él perdió su infancia, él no pudo ser un niño, con solo 6 o 7 años fue arrancado de su casa, vivió con la muerte, sintió hambre, frío, miedo, terror y tantas otras cosas que las palabras no alcanzan a describir.
Al llegar al Uruguay debió trabajar, pero también comenzó a disfrutar de la vida, se compró una moto y con ella hizo muchas travesuras. Creo que de alguna manera intentó recuperar ese tiempo de juego, de pillerías que hacen los niños. Después llegó el tiempo del amor . Conoció a una pelirroja de la que se enamoró…mi mamá. Con ella su familia creció. Tuvo cuñadas, cuñados, sobrinos y dos hijas, mi hermana Andrea y yo. Era una alegría ir a la casa de mis abuelos maternos, siempre con primos, tíos, tías,mucha gente. En la casa de mi abuela paterna estábamos también en familia, allí, nosotras, éramos las reinas, allí mi abuela siempre se preocupaba porque comiéramos, allí estaba nuestro abuelo de corazón, Sender, que nos dio tanto amor y al que mi padre quería y respetaba. Hoy mi padre es el Seide de Mauricio y Sebastián, es el Seide de Carolina, Melianne y Natcha, es el Bis Seide de Eliahu y Oria.
Está más que claro que la vida le dio una nueva oportunidad y él nunca la desaprovechó, disfrutando con intensidad cada uno de los buenos momentos. Es que, como él dice, los malos pueden llegar…y lo que importa, en definitiva, es celebrar que estamos vivos.