Basia Taube, sobreviviente del Holocausto: «Las mujeres en la Shoá fueron luchadoras»

Basia Taube, sobreviviente del Holocausto: «Las mujeres en la Shoá fueron luchadoras»
2 febrero, 2015 administrador

Por Ana Jerozolimski. Publicado en Semanario Hebreo el 27 de febrero de 2014.

Podríamos presentar a Basia contando que nació en Lodz, Polonia, que tiene 88 años, enviudó hace 47 y es madre de dos hijos, de 67 (vive en México) y 61 (en Uruguay), de los cuales tiene seis nietos. Pero si agregamos el hecho que es sobreviviente de la Shoá y que tenía 13 años cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, claro está que contar sobre ella abre un libro de duras historias… y de un fuerte espíritu por salir adelante.

Al buscar, para este número especial dedicado a la mujer, a entrevistadas interesantes que tienen un mensaje que aportar, a través de Basia, honramos a las mujeres que se aferraron a la vida y lograron salir adelante. Eso, en general, no es sólo cuestión de suerte.

Este es un resumen del diálogo mantenido con Basia Taube, a quien agradecemos el tiempo que nos dedicó.

P: Basia, gracias ante todo por atendernos. ¿Qué recuerda de cuando la guerra comenzó, siendo usted tan jovencita?

R: No nos imaginábamos lo que pasaba porque en Lodz no tiraron bombas. Vivíamos con el terror de ver las primeras cosas que empezaron a hacer los nazis. Cuando entraron y antes de meternos en el gueto fue que nos hicieron coser las Estrellas de David amarillas y teníamos que salir con ellas. Cuando salíamos y pasaba un soldado, sin importar de qué rango era, teníamos que bajar de la vereda a la calle para dejarlos pasar. Veíamos que si de pronto pasaba por ejemplo, algún hombre con barba, lo hacían limpiar las calles o cualquier otra cosa sólo para divertirse y le empezaban a pegar. El miedo empezó a cundir en toda la población.

P: Como mujer ¿sentía que quizás podría experimentar más miedo o sentirse más débil?

R: Nosotras, mi hermana y yo, no tanto porque no nos imaginábamos lo que podía llegar a pasar, pero mis padres ya habían pasado la Primera Guerra Mundial. Ellos decían que en aquél momento los alemanes eran diferentes, eran horribles pero en los combates y no con los civiles y no hacían lo que hicieron los nazis. Antes de formarse el gueto, muchos hombres se reunieron y se fueron a Rusia y mi madre le dijo a mi padre que solo no se iba a ir, o vamos todos o ninguno. Pudimos seguir todos juntos seis años más.

Yo iba al liceo aunque estaba ocupada la ciudad y un día volvimos y no pudimos entrar a nuestra casa que estaba en una zona linda de la ciudad. Estaba sellada con papeles escritos en alemán, lacraron la entrada y yo con 13 años y mi hermana con 10 años nos sentamos a llorar. Fue el primer golpe duro que sentimos. Estábamos asustadas también porque no sabíamos dónde estaban nuestros padres. Recordé que a unas ocho cuadras vivía mi tía, hermana de mamá y caminamos hasta allá. Mis padres estaban con mis tíos y su nena de cuatro años y nos contaron que entraron los nazis y les dieron quince minutos para que pongan unas pocas cosas en una valijita y dejar la casa. En unos minutos ya no teníamos nada.

Nos quedamos viviendo con estos tíos dos o tres semanas y mientras tanto mi padre, que tenía una fábrica, seguía yendo a trabajar. Después, todos los que se habían quedado sin casa tenían que registrarse y ya con esos registros formaron el gueto en los primeros tres o cuatro meses. Nos ubicaron en un lugar de dos piezas sin baño y sin saneamiento, con una letrina en el piso del patio que era común para el edificio de tres pisos. Éramos 14 personas en dos piezas. Trabajábamos muchísimo y vivíamos con hambre y con mucho frío.

El primero que falleció fue el tío que vivía en nuestro cuarto y después murió su señora. Al respirar, el aire se condensaba y quedaba adherido a las paredes formando una escarcha de tanto frío. Casi todos nuestros primos del otro cuarto murieron de pulmonía. Yo me enfermé de pleuritis y mi madre de pulmonía pero sobrevivimos a eso.

P: A pesar del hambre y del frío…

R: Así es. Cada ocho días nos daban un pan redondo que se dividía en cuatro y cada pedazo nos tenía que alcanzar para los ocho días. Mi madre era tan disciplinada que cortaba cada pan redondo en ocho pedacitos y más que eso por día no se podía comer. Nos daban cebada quemada para hacer una infusión con agua caliente y esa borra la juntábamos y con los 100 gr de harina y los 100 gramos de azúcar (dos cucharadas) que repartían cada dos semanas hacíamos unas pelotitas como buñuelos que eran amargos pero tratábamos de saciar un poco más el hambre. A veces nos mandaban como unos rábanos que no habíamos visto nunca porque era la comida que se les daba a los cerdos y los rallábamos y con un poco del agua era como una sopa para tomar.

P: No sabían lo que estaba ocurriendo afuera ¿verdad?

R: En el gueto estábamos tan encerrados y sin noticias de fuera que no sabíamos lo que pasaba, no sabíamos nada de campos de concentración; cada tanto hacían unas razias y sacaban a la gente por ejemplo de las fábricas. Había varias fábricas donde se hacían cosas que usaban ellos, por ejemplo, nosotras tres trabajábamos en un taller de uniformes y llegamos a coser los uniformes blancos que usaron para confundirse con la nieve cuando los nazis ocuparon Rusia.

Un día de esos nos llevaron a los cuatro a Auschwitz pero cuando llegamos nos separaron a mi padre en la fila de los hombres y a mi madre con nosotras en otra. Llorábamos porque teníamos miedo de no volverlo a ver. Nos sacaron la valijita que ya no tenía casi nada porque en esos años se había roto y gastado lo poco que mi madre había tenido tiempo de poner antes de dejar la casa. Después pasaban a otra fila las mujeres jóvenes y las que todavía tenían un aspecto más normal.

Al llegar vimos chimeneas de las que salía humo, vimos barracas y el famoso cartel que dice “Arbeit macht frei”-“El trabajo libera”- y pensamos que allí deben funcionar fábricas.

P: Hoy, sabiendo lo que sucedía en Auschwitz, estremece el solo imaginar a la gente llegando, sin saber cuál sería su destino…

R: Yo llegué a Auschwitz con 17 o 18 años. Nos mandaron desnudarnos completamente y nos revisaban la boca y las partes íntimas a ver si no guardábamos alguna cosa de oro o algo y nos depilaron las axilas y el vello púbico. En la fila siguiente rapaban las cabezas y cuando me tocó a mí, yo tenía el pelo largo muy lindo y rubio y la chica que estaba pelando con la maquinita me iba a pelar pero el que estaba al lado le hizo una seña con los dedos, como si fuera una tijera y ella cambió la maquinita y me cortó el pelo, no me rapó. Yo le dije a ella que me seguían mi hermana y mi madre y ella les cortó con la tijera. Fuimos las tres únicas de las dos mil que llegamos en ese transporte que nos quedamos con pelo…

P: Privilegio en medio de la locura…

R: Todo parecía un manicomio. La gente estaba tan flaca, los ojos saltones y las caras hundidas y hasta los cráneos no estaban redondeados como uno ve en la gente pelada; estaban chiquitos, y con fosas, puro hueso. De esa fila se iba a otra donde nos daban algo para ponernos sin importar el tamaño; podía haber una mujer muy grande a la que le daban un vestido de niña, entonces lo partía al medio y un pedazo usaba para cubrir la cadera y el otro como soutien para tapar el pecho. Era tan humillante y horrible que no te podés imaginar…

P: Es indescriptible… Basia ¿le parece que las mujeres sufrieron más en la Shoá?

R: No puedo comparar porque los hombres sufrían mucho también, pero lo que pasa es que las mujeres eran más vulnerables y nos hacían sufrir más todavía. Por lo pronto, les sacaban a los hijos. Yo me casé con un hombre que también llegó de Auschwitz y había llegado allá con su mujer y un hijito de cuatro años. La señora no se quiso separar del nene y se fue con él directamente a la cámara de gas. Mi marido nunca, nunca pudo superar lo del hijo. Hasta nuestro primer hijo tiene el nombre del nene pero no en polaco. Jamás pudo olvidar esa muerte.

P: Se llevaba la carga del recuerdo inclusive cuando uno rehacía su vida y empujaba hacia adelante. Basia, por varias cosas que usted relata, claro está que antes de matar, era una industria de ensañamiento y sufrimiento..

R: Por supuesto. El pudor todavía existía, pero teníamos que ir a hacer las necesidades de a 50 personas juntas y había 25 agujeros de un lado y 25 del otro y cada dos metros había un soldado con una bayoneta apuntando. Si nos movíamos o algo ya te clavaban la bayoneta. El sueño allá era poder sentarse en un baño, no tener tanta hambre ni tanto frío porque sólo teníamos lo que llevábamos puesto y si lo queríamos lavar o algo, no se podía dejar y alguien se lo podía llevar. A esas barracas nos llevan una vez de mañana y una de noche y durante el día, nada más, no importante si uno necesitaba más. Podías reventar si en ese momento cuando tenías al soldado enfrente no podías hacer tus necesidades por miedo, nervios o pudor.

Nos sacaban de madrugada para hacer un recuento y nos ponían como a los soldados cuatro en fila y nos dejaban paradas como tres horas hasta que nos llevaban a la barraca del baño. Algunas chicas reventaban, no podían aguantar y se desmayaban y al desmayarse perdían la continencia y recibían tremendas palizas esas muchachas después que las despertaban a golpes. Tenían que limpiar y como castigo tenían que estar paradas una o dos horas más.

P: ¿Estuvo hasta el final de la guerra en Auschwitz?

R: No, después me mandaron a Bergen- Berlsen y nos separaron de mi madre. Eso fue dos o tres meses después de Auschwitz y a mi mamá ya no la vimos nunca más. Llorábamos y gritábamos pero no había caso, nos eligieron en una de las selecciones cuando estábamos desnudas. Mi madre estaba muy delgada y se quedó porque elegían solamente a las personas que estaban con un poquito de carne encima de los huesos.

P: ¿Es posible decir “esto o aquello fue lo peor que viví”?

R: Yo diría que la pesadilla más horrible fue el viaje a Bergen- Belsen. Estábamos apretados como sardinas en los vagones de carga y con un balde en el medio para las necesidades. Te imaginás lo que era ir en ese tren de carga moviéndose de un lugar a otro y aguantarnos lo que se podía, pero al final teníamos que hacer en el balde en el medio hasta que se llenó. De vez en cuando paraban el tren, abrían la puerta y teníamos que salir una o dos chicas con este balde y lavarlo y llenarlo de agua porque era la única agua que íbamos a tomar.

Ese viaje duró casi ocho días porque las vías de tren estaban muy ocupadas por los trenes que iban a Rusia con los soldados y eso demoró el viaje. Durante esos días no comíamos nada y sólo tomábamos el agua de ese balde, entonces cuando nos metían el balde, no teníamos nada, sólo los zuecos y aunque sea con los zuecos tratábamos de agarrar agua. Los nazis se reían a carcajadas afuera, el balde se volcaba o si no ellos agarraban el resto del agua y nos tiraban encima y nos lamíamos un poquito la piel para aprovechar esas gotas de agua.

P: No hay palabras…

R: Para poder respirar adentro del vagón hacíamos turnos para tomar aire por una rendija. Las puertas del vagón eran corredizas y no se ajustaban del todo y por esa rendija pasaba un poco de aire y cada tanto nos turnábamos para respirar un poco porque había sesenta o setenta mujeres adentro; cuando llegamos muchas de ellas habían muerto.

P: ¿Dónde estuvo hasta el final de la guerra?

R: Estuve en Masdemburgo sola, porque en Bergen -Belsen me separaron de mi hermana y ella allí se murió de tifus. Estuve trabajando en una fábrica de municiones y nos sacaron una noche que hubo un tremendo ataque de los aliados. Se veía que toda la ciudad estaba en llamas y a nosotros nos llevaron de vuelta al campo de concentración que era a 2 km y nos dejaron durante la noche sin comida ni nada y de madrugada vinieron y deshicieron el campo.

Nos hicieron caminar 10 km en un campo entre bosques y ahí empezó otra vez el ataque de aviones de los aliados con bombas. Empezamos a correr a los bosques y allí había trincheras y nos escondimos como diez muchachas juntas que estábamos escapando. Los soldados alemanes que pasaban nos tiraban unas galletitas y después pasó un capitán y nos dijo que teníamos que irnos porque ese era frente de batalla. Salimos a la carretera y caminamos hasta que otra vez venían los aviones que ya no tiraban bombas sino que volaban más bajo y disparaban con ametralladoras. Cuando pasaban los aviones, mi amiga y yo nos escondíamos en unas cunetas hondas que había a los costados de la carretera.

P: Pero no podían quedarse allí eternamente…

R: Por supuesto. Logramos llegar caminando a una aldea. Pasó un hombre y al oírnos hablar en polaco, nos preguntó quiénes éramos y le dijimos que estábamos en el campo que se destruyó y no sabíamos qué hacer y nos ofreció escondernos.

P: ¿Ese era el Conde que la escondió?

R: No, era un placo que trabajaba junto con otros en esas tierras que eran en efecto de un Conde. Como no había mano de obra alemana porque eran soldados que estaban peleando, tomó polacos. Nos trajo una botella de té y un pan que nos repartimos entre las diez. Estuvimos tres días y tres noches en una cueva. Todas las noches venían rusos, ucranianos de otros campos y se escondían en el granero que estaba arriba de nuestra cueva. El conde todas las mañanas pasaba en moto entre las seis y siete de la mañana y echaba a todos de allá porque le aplastaban los granos de la cosecha.

Una vez una rusa le dijo: a nosotros nos echa pero acá están escondidas diez judías. Él desconocía eso y ahí a pedido de las otras chicas yo salí y el conde me preguntó si era judía y le dije que sí. Me preguntó cuántas éramos y le contesté que diez. Respondió que a mí me podía esconder, pero el resto debía irse. Por mi mirada creó que pensó que yo creía que quería violarme o lo que fuera y me dijo que podía elegir una amiga y nada más. Nos hizo irnos con las demás ellas y que después volviéramos a la cueva que a las once pasaría a buscarnos. Luego nos llevó al campo abierto donde había un reflector antiáereo y al lado una casita donde vivía el que lo manejaba. Allí también estaban un doctor belga judío y dos hombres italianos y les pidió que nos cuidaran.

P: Y todo esto, sin duda, podría ser solamente un capítulo en un libro largo, para contar toda su historia.. Lo que yo le preguntaría, sabiendo que después de haber vivido todo eso, al empezar luego una nueva vida en Uruguay, también la tuvo que luchar porque quedó viuda joven, con dos hijos, es de dónde siente que sacó fuerza para seguir adelante después de tantas tragedias…

R: De la necesidad. La necesidad es la que da la fuerza y eso lo siento hasta hoy en día. Aún hoy de ahí saco fuerza para ayudar a mis hijos cuando me necesitan. Mis hijos recién supieron detalles de lo que vivimos cuando mi esposo y yo empezamos a hablar en público, pero antes pasaron muchos años. Yo no quería que el trauma nuestro pase a ellos. Los que pasamos por los campos de concentración muchos no quisimos que eso influyera en la normalidad de la vida de nuestros hijos.

Cuando se empezó a negar el Holocausto, los sobrevivientes empezamos a hablar. Ana Vinocur y otros catorce sobrevivientes hicimos una revista y mandamos un ejemplar a la embajada alemana y a otras embajadas también donde aparecían los testimonios que escribimos los sobrevivientes de acá. El embajador alemán nos invitó a los 15 a una charla en la embajada y nos preguntó personalmente por las cosas que habíamos pasado y a su vez le preguntamos cómo se enseñaba el Holocausto en Alemania. ¿Sabe lo que nos dijo? “No se enseña. Es más fácil para ustedes decirles a sus hijos que fueron víctimas que decir los alemanes a sus hijos que eran asesinos”.

P: Tenía mucha razón…

R: Él había ido todavía antes de hablar con nosotros al Yad Vashem en Jerusalem porque el tema le interesaba…

P: Basia, al conmemorar como todos los años el Día Internacional de la Mujer sentí que era justo integrar el testimonio de una mujer sobreviviente de la Shoá. ¿Qué siente al respecto?

R: Que todas fueron mujeres muy luchadoras y hay que recordarlas. A pesar de las humillaciones y que tantas veces nos hicieron sentir que perdíamos la dignidad, por amor a la vida muchas pudieron sobrevivir y a pesar de todo volver a empezar una vida, seguir adelante y formar sus propias familias.

P: Y eso, se tiene que conocer. Gracias por compartirlo con nosotros Basia.

R: Gracias a ti por el interés.

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