Justos entre las naciones

Justos entre las naciones
29 junio, 2015 administrador

Los castigos que imponían los nazis a quienes ayudaban al “enemigo” dependían del país donde fueran descubiertos, y podían variar entre su encarcelamiento o el asesinato junto a toda su familia.

Estas amenazas no intimidaron al embajador uruguayo en Holanda, Carlos María Gurméndez, quien arriesgó su vida y la de su familia para salvar a 20 judíos. Tampoco asustaron a Florencio Rivas, un cónsul de Hamburgo, que se calcula emitió centenares de documentos para ayudar a los perseguidos. Y hasta hubo acciones menos masivas, como las del doctor Alejandro Pou, que trasladó a un profesor junto a su esposa desde Berlín hasta Bélgica.

El Consulado de Hamburgo estaba lleno de gente. Más de 150 personas se refugiaban en la famosa Noche de los Cristales Rotos, en 1938, donde el régimen nazi coordinó incendios y saqueos en Alemania y Austria.

Según el testimonio de Carlos, documentado en La vida empezó acá, de Teresa Porzecanski, después de que los judíos “estaban amontonados”, el cónsul Florencio Rivas, a quien también se lo puede conocer como Florentino, hizo cerrar la puerta para evitar el ingreso de los agentes de la SS. En ese momento, Rivas se paró en la puerta con un pabellón nacional y amenazó: “Este es territorio uruguayo. Aquí nadie puede entrar sin mi permiso ni sin permiso de mi gobierno”. Y no entraron.

En Berlín, el doctor Alejandro Pou se preocupaba por dos profesores que no interactuaban con nadie en el ámbito académico. “Después de que los conoció, papá se dio cuenta de que no le contaban nada a nadie, ni a los hijos. Todo por miedo”, aseguró María Julia Pou, su hija.

El médico tenía matrícula diplomática gracias a su condición de agregado cultural por el Gobierno uruguayo. Esa ventaja fue la que le permitió trasladar de manera clandestina hasta Bélgica a uno de los profesores con su esposa.

En 1961, la exsenadora Pou acompañó a su padre a Alemania y se emocionó cuando los cómplices se encontraron. Si bien la esposa del expresidente Luis Alberto Lacalle se acuerda de anécdotas que se contaban en la familia, dijo no encontrar una carta que le envió el profesor luego del reencuentro.

Este caso está en estudio a cargo de la fundación Raoul Wallenberg —nombre del diplomático sueco que salvó a miles de judíos húngaros. Hasta el momento no hay uruguayos condecorados.

Danny Rainer, de la fundación Wallenberg, contó desde Israel que hace unos meses hicieron un llamado público en Uruguay a través de la Embajada uruguaya y el Semanario Hebreo para solicitar información sobre más casos.

Rainer adelantó que han tenido varias respuestas. “La gente aporta datos, pero todavía estamos en una fase prematura de las investigaciones y, por razones obvias, no podemos divulgar información”, puntualizó.

En 1940 los Países Bajos eran invadidos por las tropas nazis. La reina se escapaba a Inglaterra mientras cientos de paracaidistas conquistaban el suelo holandés.

Diplomáticos

La Embajada uruguaya era una gran mansión pero parecía pequeña para la cantidad de gente que se “agolpaba en habitaciones y escaleras”, cuenta 34 años después KurtIbson, radicado en Nueva York, en su texto Reminiscencias.

El documento firmado por Ibson, que en realidad era Israel de apellido, relata lo que luego confirmaría a El País una persona que ha estudiado el caso del embajador Carlos María Gurméndez desde hace mucho tiempo.

El investigador, que pidió resguardar su identidad, mostró distintos documentos donde se encuentran, entre otras cosas, la lista emitida por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania con los nombres de la delegación y testimonios de los sobrevivientes traducidos desde la Embajada de Holanda.

Como embajador uruguayo en Holanda, Carlos María Gurméndez otorgó visas, pasaportes y nombró a gran parte de los refugiados en la embajada con títulos diplomáticos. De esta manera, hubo personas que no sabían ni una palabra de español y fueron traductores oficiales. Otros, sin la venia del Gobierno uruguayo, fueron designados cónsules y vicecónsules.

Todos quedaron incluidos en el grupo de personas que abandonarían el país en un tren blindado. El éxodo incluía a todos los integrantes de las embajadas reconocidas en La Haya.

El tren estaba detenido, el resto de los cuerpos diplomáticos esperaban refugiados adentro. Afuera, un embajador uruguayo se paró delante de los oficiales nazis junto a toda su familia para defender a su delegación con 20 judíos.

Los agentes del régimen dudaron, vacilaron, sabían que esos veinte títulos diplomáticos eran inventados, pero por fortuna cedieron. Del otro lado de la frontera, se encontraba mucho más que Suiza: allá los esperaba la vida.

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